Su cabello voló llenándose de escarcha invernal mientras corría, no sintió el frío de inmediato, la adrenalina había calentado sus venas. Pero cuando la respiración le falló y tuvo que detenerse para no desmayarse, fue ahí cuando sintió como mordía todo su cuerpo.
Y el camino a casa que le esperaba era largo con esa tormenta. Había sido una decisión estúpida el echarse a correr así sin más, pero ya no había marcha atrás, no cuando escuchaba aún los gritos de los Lawcaster venir por ella.
Volvió a correr gruñendo, maldiciéndose con todas sus fuerzas. No se detuvo, no cedió, sabía que no lo lograría, que moriría. Ella no tenía miedo por la muerte, siempre había sido una luchadora y pelearía hasta su último aliento.
Apenas podía ver por d
Antes de que Dolet se fuera le dijo:—La tribu enviará a varios de los guerreros a Drawgie, porque sabemos que tan serio puede llegar a ser una guerra entre mágicos y aunque quizás pienses que sus consecuencias permanecerán ocultas como ellos, no será así.¿Qué pretendía con todo aquello?Katerine no entendía cómo es que de alguna forma ellos habían puesto todo sobre sus hombros, ella no poseía ningún tipo de magia y no tenía poder alguno sobre Ean. Fría sí. Era a ella a quien debían atacar y presionar. No a Katerine.¿Qué pude hacer yo?, se preguntó llorando en su cama.No soy nadie, no soy nada.Habían logrado lo que querían, habían puesto imágenes horribles de una guerra en su cabeza, pero también había unas hermosas, de criaturas a las qu
Los vigilantes —como los había llamado Dolet— habían creado una especie de muralla contra los violentos golpes de la tormenta.Era como estar en una burbuja, había decidido Katerine. Todo estaba calmo dentro, no les caía la nieve encima ni había viento que los empujara, sin embargo, fuera de esas paredes invisibles, todo era inhóspito. Katerine casi no podía ver por donde se movían, en el bosque, la situación aunque pareció menos cruel, no era mejor.—¿A dónde me están llevando?Estaba cansada de permanecer callada, había cerrado su boca por la impresión que le causaba ver la magia tan descarada de esos gemelos, era tan obvia sus habilidades, incluso sus ojos eran anormales, ¿Cómo no se lo había imaginado?—No tengas miedo, no permitiremos que algo te pase —respondió West Lawcaster, &eacu
Ella se había aferrado a sí misma esperando ser azotada por la furia de Fría, pero algo lo estaba impidiendo. Katerine abrió sus ojos y vio a Ean, parado frente a ella, una burbuja como la que habían hecho los vigilantes los estaban rodeando, pero esa era distinta, como hielo, ahoga el sonido y la brutal nieve que estaba cayendo sin compasión.Katerine jadeó cuando él se giró, sus ojos estaban oscurecidos y su rostro no tenía las expresiones dulces que eran usuales en él. Caminó hacia ella y la puso de pie, Katerine no se movió mientras él la examinaba, cuando terminó, tocó con delicadeza su rostro.Estaba enojado, enfurecido, Katerine podía sentirlo, verlo…Ella nunca lo había visto de esa forma, ni tampoco usando…alguna especie de poder.Ean giró su rostro hacia el frente y la burbuja de hielo que los envolvía
Ean la llevó a la tribu, todos fueron allí para ser curados. Los atendieron a todos en la misma choza, distintos curandero, más de uno tuvo que ser remplazado, no soportaban la presencia del Demonio blanco. Pero él no iba a irse, Katerine lo supo cuando lo miró, en medio de sus gritos, de sus lágrimas, él estuvo allí sosteniéndola y llorando con ella.El ataque de los Frezz había sido brutal, le quedarían cicatrices pero eso no le importaba, estaba viva.Cuando los curanderos y la gran Pretit abandonaron la choza, East se reincorporó conteniendo los siseos de dolor que querían escapar de su boca. Katerine lo miró, estaba pálido, sudoroso y con el torso vendado. Él no la miró a ella, tenía sus ojos puestos en Ean, quien le devolvía la mirada con la misma intensidad.—Puedo darte las palabras para que me entiendas —le hab
Tienen que lograrlo, pensaba Katerine sintiéndose agarrotada y molesta. Los gemelos y Ean se habían ido a Fría en cuanto pudieron moverse para desvincular a Ean de Fría, primero debían llegar lo suficientemente cerca de ella. Katerine había querido acompañarlos, pero todos se lo impidieron, incluido Ean. Él le había lamido el rostro y dicho que debía quedarse para sanar.¿“Quedarse y sanar”? Katerine no podía quedarse quieta un solo segundo más, caminaba por la choza, aguantando el dolor, miraba por las ventanas hacia la montaña, intentaba morderse las uñas y no podía. Cuando quiso salir alguien estaba entrando, su cabello era como la melena de un león. Pero no lo era.Aunque podía ser tan peligroso como uno.Era Reneess Lawcaster, estaba vestida con un grueso abrigo de piel lisa, botas y guantes osc
Las palabras había que escogerlas con cuidado, eran poderosas, mucho más poderosas de lo que cualquiera podría llegar a creer. Unas palabras bien escogidas podían hacer que alguien terminara gobernando un país entero. Con unas palabras bien escogidas se podía entrar en la mente de la gente, hacerlos odiar o amar, hacerlos dudar y hasta creer.Había que tener cuidado con las palabras, Katerine no lo había sabido hasta ese momento, donde le hablaron de un hombre que había manipulado a la mayoría del mundo para tenerlos en la palma de su mano. Ese había sido Zachcarías Losher.Ella no podía dejar de pensar en él, en las palabras con las que se había abierto un camino por el mundo. Pensaba mucho en él, aunque estuviera muerto.Y estando parada frente a la tumba de su madre volvió a pensar en él mientras leía el epitafio en la piedra de
Estaba rogando porque él tuviera una idea de lo que sus palabras significaban, Katerine no quería tener que explicárselo. Ella no quería hablar, no quería enfrentarlo, solo quería meterse en la cama y cubrirse con la manta. Pero Ean estaba allí obstruyendo su camino, con el rostro pintado en seriedad, casi confusión.Oh, no.—¿Embarazada? —musitó mirándola entera—, ¿una cría? ¿Un bebé?Soltó una risa nasal sin poder evitarlo, estaba nerviosa, tan nerviosa que temblaba y tenía ganas de reír, llorar, gritar.—Sí —dijo en un hilo de voz—. Un bebé.Ean asintió lentamente, desvió su mirada hacia el estómago de Katerine. Se sintió incomoda, quiso escapar de su mirada curiosa pero él se lo impidió.—Tuyo y mío &m
Habían llegado al aeropuerto, les había tomado un par de días conseguir la documentación —falsa— adecuada para que todos pudieran viajar sin inconveniente con los humanos, ya estaban a pocos días de poder pisar la tierra de los mágicos y Katerine estaba nerviosa, todo sobre el viaje la estresaba, pero los Vigilantes no dejaban de asegurarle que todo estaría bien. Bien, pues Katerine no lo estaba, se sentía enferma, todo la hacía sentir enferma. Sobre todo cuando los humanos miraban en dirección a Ean, aun cubierto por una capucha y lentes oscuros lograba llamar la atención, su cuerpo, su forma de moverse, ese brillo que no se podía esconder aunque lo cubrieran con una manta. La afectaba, constantemente, tener que aguantar la respiración cuando los ojos de alguien se quedaban prendados en el fijamente. —Estás demasiado pálida, niña —le susurró Reneess. —Todo esto me pone muy nerviosa —admitió. La mujer abrazó a Katerine con delicadeza