Me habían llamado desde el Royal London Hospital para darme la noticia más amarga que podría recibir en toda mi vida: mi hermana menor, Valentina, estaba muerta y necesitaban que fuera a identificar su cadáver.
Me había quedado petrificado al oír aquellas palabras tan frías y crueles que hasta pensé se trataba de una enfermiza broma. Sin embargo, me colgaron en la cara con la frase rotunda de que esperarían por mí esa misma noche.
Con el cuerpo frío y temblando por el terror de que no se tratara de una simple confusión, cogí una muda de ropa deportiva para reemplazar el pantalón de chándal con el que dormía siempre.
Mis manos se aferraron con violencia al volante del coche, mientras conducía en dirección a la morgue del hospital.
«¡MALDICIÓN!»
Grité con furia golpeando el mando por aquella impotencia que estaba embargando todo en mi ser. Mi pequeña hermana estaba bajo mi tutela y jamás me perdonaría que aquella terrible noticia fuera verdad, más aun cuando se había marchado de mi piso furiosa, por aquella gran discusión de la que fuimos participes, al señalarle que aquel hombre que tenía por novio no era el más adecuado para ella.
No pensé que aquellas amargas palabras que le había proferido, fueran las últimas que cruzaría con ella. No. Me negaba a que fuera de ese modo.
Aparqué sin importar el cartel de PROHIBIDO ESTACIONAR que había justo delante y salí apresurado del automóvil, entrando con más prisa aun al área de urgencias del hospital.
No sabía cómo preguntar o qué decir; sentía como una enorme bola de hielo se había atorado en mi garganta y me impedía hablar.
—¿Señor? —insistió la enfermera de recepción cuando me quedé de pie, mirándola por un largo rato con mis palmas sosteniendo mi cuerpo sobre la mesada—. ¿Puedo ayudarlo en algo?
Respiré hondo y afirmé.
—He venido a identificar un cuerpo —repliqué con la voz temblorosa mientras sentía que todo mi cuerpo sudaba.
—Siga por el pasillo y gire a la izquierda; verá el letrero que el indica la morgue. Anúnciese allí —dijo con naturalidad y asentí, siguiendo por donde me había indicado.
El tramo que seguí para llegar a la morgue, pareció infinito y como si fuera poco, disminuí la velocidad de mis pasos por miedo a encontrarme con algo que no deseaba cuando llegara allí. Sin embargo, dilatarlo no haría que cambiase lo que ocurrió. Solo me restaba rogarle a Dios porque se hubieran equivocado.
La doble puerta bajo el letrero luminoso se abrió y de allí salió una muchacha pelirroja, hecha un manojo de lágrimas. Me detuve en seco y la miré marcharse, mientras le era imposible contener el llanto.
«¿Me pasaría lo mismo a mí?», no pude evitar preguntarme en un susurro al tiempo que presionaba mis puños y hacía acopio de toda mi fuerza de voluntad para ingresar al sitio.
El fuerte olor a formol inundó de inmediato mis fosas nasales y parpadeé varias veces.
—¿ A quién ha venido a identificar? —un hombre mayor, vestido con una muda de ropa color verde, preguntó sin rodeos.
—Valentina Greco…
—Sígame, por favor —pidió impasible mientras caminaba y yo lo seguía.
Se dirigió a una camilla que portaba una bolsa negra por encima. Abrió la cremallera y no pude continuar caminando. Mi corazón me decía que era ella.
—Señor —el hombre enarcó una ceja y suspiró—. Sé que es complicado, pero créame que hay cientos de cadáveres que ni siquiera han sido reclamados por un familiar para recibir cristiana sepultura. Será mejor que verifique si se trata o no de Valentina Greco lo más pronto posible. Si es una equivocación, ganará tiempo para buscarla en otro sitio.
Caminé con pasos torpes y coloqué mi rostro por encima de la bolsa, donde se había corrido la cremallera para poder ver lo que había en su interior.
Cuando mis ojos se toparon con aquella cara de niña, que tenía los ojos cerrados y la boca azulada, mi pechó reventó por el dolor y algo en lo profundo de mi ser se había ensombrecido. Extendí mi temblorosa mano y rocé mis dedos sobre su mejilla helada.
Era ella. Era mi pequeña Valentina quien yacía inerte en aquella bolsa como si fuera basura.
La contemplé por varios minutos, estudiando los moretones que rodeaban su delicado cuello y el corte en la frente. Cerré mis ojos y me culpé internamente por lo que le había pasado. No debía haberle dado tanta libertad. No debí haberla consentido demasiado, al punto que se revelara en mi contra por un hombre mucho mayor que seguramente solo buscaba divertirse a su costa. Debí haberla enviado a Italia cuando me di por enterado de ese estúpido romance que siempre había augurado una desgracia para Valentina.
¡Era una niña, por todos los cielos!
Tenía apenas veintidós años y le faltaba mucho por vivir. Sin embargo, su luz se había apagado abruptamente.
¿Cómo regresaría a casa junto a mi padre, llevándole el cuerpo sin vida de su tesoro?
Cuando él me la había confiado y hecho prometer que la protegería con mi vida si fuera preciso.
—Por su expresión, deduzco que se trata de Valentina Greco —pronunció el enfermero y asentí—. Puede quedarse pro cinco minutos más; haré el papeleo para que pueda llevarse su cuerpo.
—¿Cómo sucedió? —no pude evitar preguntar—. No me dieron demasiados detalles cuando llamaron…
—Un accidente de coche —respondió—. Ella iba en el asiento del acompañante pro lo que tengo entendido; se quebró el cuello y falleció en el instante en que el automóvil sufrió el impacto. El hombre que llevaba el mando del coche, soportó el fuerte golpe en la cabeza por unos pocos minutos y luego se confirmó su deceso.
—¿Había alguien con ella? ¿Valentina no estaba sola?
—Es así.
—¿Puedo ver al hombre que la acompañaba? —inquirí de inmediato mientras aquella burda idea se formaba en mi cabeza. El hombre dudó unos segundos—. Se lo suplico; Valentina es mi única hermana y necesito saber qué ocurrió.
—Acompáñeme —dijo al fin y lo seguí unos metros. Abrió la bolsa que contenía el otro cuerpo y pude identificarlo con el primer vistazo—. ¿Lo conoce? —asentí—. Minutos antes, estuvo aquí su hermana para reconocer el cuerpo. Se veía muy afectada, al igual que usted.
—Ya veo… —susurré, con la mente maquinando millones de cosas en ese instante—. Le agradezco su ayuda. Esperaré el papeleo para llevarme a mi hermana.
El hombre asintió y regresé hasta la camilla donde se encontraba el cuerpo de Valentina.
La observé devastado mientras mis lágrimas empañaban su rostro sin vida.
Ese hombre la había matado. Ese estúpido rufián me la había arrebatado.
Pero las cosas no se quedarían de ese modo y John O'Kelly me las pagaría; ese inservible irlandés, aunque estuviera muerto, pagaría el precio de la muerte de mi hermana y por Lucifer que se revolcaría en su tumba cuando así sucediera.
—Hermana por hermana… —musité, depositando un último beso en la frente de Valentina, para luego salir de la morgue, dispuesto a todo.
Dos semanas después del accidente…LEILARecogía las cosas de John despacio, mientras intentaba recordar el momento preciso en el que se había perdido por entero. Me sentía culpable por no haberlo detenido aquella noche y evitar que la vida de aquella muchacha se apagara sin remedio, arrastrada por él.Suspiré hondo y cerré las maletas.Mañana regresaría a Cork, en donde vivía con mis padres, laboraba en una pequeña oficina local y cursaba el último año de la maestría. Había venido a Londres con la intención de pasar unas vacaciones de verano apacibles y tratar de persuadir a mi hermano de que regresara a casa conmigo. Sin embargo, me llevaría sus cenizas junto con unos simples trapos que tenían aun su olor para que mi madre al menos conservara algo de él.Exhausta y o
LEILACompletamente decepcionada, a pesar de saber que había sido lo mejor, recogí mis cosas de la barra y me coloqué la chaqueta negra gastada de pana. Había tenido la esperanza de que la noche siguiera con la compañía de Luca, pero era tonto de mi parte esperar que alguien como él quisiera más que tontear con una chica como yo.Guardé en mi cartera el móvil y me crucé el lazo por los hombros para irme de una vez por todas. Quería despedirme de Brendan, pero no lo veía por ninguna parte. Resignada a marcharme sin siquiera poder despedirme de mi amigo, suspiré y giré sobre mis talones, chocando con algo duro que me hizo tambalear. De inmediato unas palmas firmes me sostuvieron de la cintura y mis manos asieron los anchos hombros de mi salvador.—No te marches sin beber una última copa conmigo —pronunció con su gruesa
LEILAMe sorprendí gratamente cuando Luca tomó mi mano y la aferró con fuerza, mientras su coche aparecía, pero conducido por un chofer.Él abrió la puerta trasera para mí y me ayudó a montarme, haciendo lo mismo luego de darle una propina al valet parking. En tono demandante, pidió que nos llevaran al The River´s Hotel; uno de los más lujosos de la ciudad.Durante el trayecto, moría de los nervios al sentir la profunda mirada de Luca posarse sobre ella sin darme tregua a que volteara a comprobar que me estaba escrutando.Tenía mis manos presionando con fuerza a mi bolso sobre mis piernas. Sentía como una fina gota de sudor se deslizaba desde mi nuca por mi espina dorsal. Las rodillas me temblaban tanto que si no fuera porque estaba sentada, me desplomaría sin remedio.Suspiré profundo y ese pequeño gesto e
LEILACuando percibí su cuerpo tumbarse a mi lado, sentí un deseo aun mayor recorriéndome y logrando que todo mi ser vibrara del deseo.Apenas unos instantes atrás me había quedado adormecida luego de experimentar el primer orgasmo de mi vida, creyendo que no se podía sentir algo más placentero. Sin embargo, ahora el deseo volvía a quemar mis entrañas y a envolverme en un fuego aún más intenso, porque intuía que lo que había experimentado al calor de sus dedos, no sería nada equiparado con lo que estaba a punto de probar… aún con la ferviente duda de si podría tolerar a su enorme miembro en mi interior, haciéndome vivir una experiencia mucho más profunda e intensa de lo que acababa de conocer.Abrí mis ojos por completo cuando su caliente mano reposó sobre mi cuerpo, comenzando a recorrer cada curvatu
LEILASentí mi cuerpo deliciosamente cansado y perezoso. Estaba abriendo los párpados lentamente mientras aun el aturdimiento de lo que había sentido me nublaba el cerebro como una droga, por el repentino frío que me envolvió cuando concebí que ya no estaba envuelta por el cuerpo de Luca.Sonreí feliz, rememorando todo lo que ocurrió anoche sin siquiera imaginar que las cosas fueran de ese modo. Extendí mi mano hacia el lado del lecho donde él debía encontrarse, pero el lugar estaba vacío.Abrí de golpe los ojos que los volví a cerrar en el instante por la fuerte luz que entraba por una de las ventanas desprovista de cortinas. Miré para los lados, cubriendo con mi mano parcialmente mi rostro para que los rayos no me impidieran ver con claridad. No estaba.Con el corazón galopante, me incorporé y senté despacio al b
LEILADublín, IrlandaDos meses después…Intenté disimular mi expresión de decepción y desesperación cuando de nuevo, por enésima vez, fracasaba en mi entrevista de trabajo.El hombre que se encargaba de la evaluación curricular, estaba sentado frente a mí. Se quitó las gafas y se cruzó de manos para hablarme con aparente pesar.—Lo siento mucho, señorita O ‘Kelly, pero no es lo que estamos buscando en estos momentos. Me temo que no tiene la experiencia que la compañía necesita.Suspiré resignada, conteniendo las ganas de llorar porque necesitaba más que nunca un trabajo. Sin embargo, en cada entrevista las esperanzas de no tener que recurrir a él para que me ayudara, se desvanecía.Con una sonrisa forzada, tomé mi bo
LEILAAl bajar del taxi, me quedé de pie un largo rato en la entrada del salón del lujoso hotel donde se celebraba el acontecimiento que había leído en el periódico.Los nervios estuvieron a punto de hacerme cambiar de opinión, por lo que para no dar media vuelta y marcharme, tuve que aferrarme a la idea de que el señor Greco había cometido conmigo una injusticia y se merecía lo que estaba a punto de hacer.Una enorme rabia superó al nudo que tenía en mi garganta y me armé de valor para ingresar al salón.Busqué con la mirada entre la multitud y respiré hondo cuando mis ojos se toparon con aquella anatomía inconfundible.Me detuve por unos segundos y miré mi atuendo: unos vaqueros y una camiseta, junto con una chaqueta que me protegiera del fresco. Ni siquiera llevaba maquillaje y mi pelo color fuego lo tení
GIULIOHabía corrido tras Leila para intentar detenerla y terminar de una vez con aquella estupidez. Sin embargo, logró huir y me quedé con una sensación amarga en la garganta de tanta rabia.Regresé hasta la entrada del salón donde los flashes se disparaban y me abrí paso con ayuda de los hombres que logan me había cedido para mi cuidado personal.Ese diablillo de ojos esmeraldas había armado un gran revuelo y ahora los empleados del hotel intentaban lidiar con los paparazis, mientras ella huía tranquilamente escondiendo la mano luego de lanzar aquella semejante bomba.Los escoltas me guiaron hacia una pequeña habitación que al parecer, se utilizaba para las horas de descanso del servicio del hotel.Cuando me dejaron solo, el único deseo que me embargaba era de poder estrangular a aquella maldita chiquilla que estaba muy equivocada si