— ¿ Qué haces aquí? — Lorenzo no pudo evitar sorprenderse al encontar a su hijo esperándolo en su habitación el día que regresó a casa del hospital. — No pensarías que me marcharía dejándote solo en tu recuperación... — No sabía que eras enfermero. — He decidido ignorar tus ataques. Hago lo que mi conciencia me dicta, porque yo sí soy buena persona. Mi madre no crió un mal hombre. La risa obligó a Lorenzo a apoyarse en la cama. — Acabarás matándome... deja de decir tonterías. El rostro de Eduard se transformó con enojo y asco. — No se porque te empeñas en hacerme lucir como si fuese un monstruo. — Lo eres. — No. — Negó Eduard moviendo la cabeza de un lado a otro. — Hijo, puedes empeñarte en negarlo todo lo que quieras, esconderte detrás de la máscara que has creado, culparme de todas tus desgracias, pero lo eres.— Lorenzo tomó su mano con una expresión paternal extraña en él. — Nunca me has comprendido... — Comprendo que estás enfermo, pero no que te escondas culpando a to
Zafiro vio el sol salir desde la cama de Edurad, con su brazo alrededor de la cintura y un dolor punzante en la mejilla. — Me encantan despertar contigo. — le susurró él, mordisquenado su oreja. — Creo que deberíamos mudarnos juntos, así puedo despertar a tu lado cada mañana. — ¡No! — exclamó ella, volviéndose de golpe, plantándole un beso en los labios, para intentar apaciguarlo. Él frunció el seño. — ¿ No te gustaría vivir conmigo? — Se alzó apoyando el codo en la cama y usando su mano para sostener su cabeza. — No, es que creo que aún el niño es muy pequeño. Llora mucho en las noches y pronto acabaría interrumpiendo nuestra vida... — Puedo mudarme a un apartamento más grande y haremos a la niñera permanente. — No lo entendarías. — Zafiro se sentó dejando caer la sábana y mostrándole sus pechos desnudos. — Si sé que está cerca, tengo que ir yo a cuidarle... el institno maternal. ¿ Entiendes? Eduard había dejado de escucaharla, perdido en las curvas de su cuerpo. Zafiro se
—Me está escuchando? — El policía intentaba llamar la atención de Zafiro, que lejos de preocuparse por él, miraba insistente a sus espaldas. Se volvió , intrigado pero solo consiguió ver la silueta de Alfonso alejándose hacia la oscuridad. — No me es posible acceder a su petición. — dijo Zafiro con voz fuerte. — Señora, no creo que comprenda usted la complejidad de este asunto.— Ni usted las básicas normas de educación. — Cruzó los brazos. — Puede ser que sea la representación de la ley pero eso no le da derecho alguno a presentarse en mi casa a las diez de la noche exigiéndome nada. — Es usted sospechosa en el caso de una persona desaparecida. Zafiro temblaba internamente pero en la superficie mostraba una calma fría e imperturbable. — No sé de lo que habla. Me presentaré en comisaría en la mañana, a no ser que tenga usted pensado acusarme formalmente de algún cargo. — Juntó las muñecas, preparada para recibir las esposas con un ademán altanero que el policía no apareció. L
— ¿ Dónde está? — Cálmese señor. Recuerde que no puede alterarse. — Cállate Rocco y dime donde está... — No lo sabemos. El alcalde dijo que salió muy apurado de la fiesta y las sivierntas que fueron a rehacer la habitación encontraron a la chica. Lorenzo comenzó a respirar con dificultad y se vio obligado a apoyarse en el hombro de Rocco. — Siempre le dije a su madre que no debimos haberlo tenido. Bien caro le salió no escucharme... — ¿ Cómo? — Nada, encuéntralo y traémelo. Encargale a todos los hombres que tienes en aquel pueblo que le den caza; cueste lo que cueste. — De acuerdo señor. — Rocco...nada más, no lo maten. — Por supuesto que no señor. — El sicario lo ayudó a sentarse y caminó apurado hacia la puerta principal. Pocos segundos después regresó. — Señor... Lorezno abrió los ojos. — ¿ Qué pasó ahora?— ¿ Qué quiere que hagamos con ella? — Deja que Alfonso se encargue, como planeado y que luego la siga bien de cerca. Apuesto lo que sea a que mi hijo irá a buscar
— Entonces no ha tenido usted contacto alguno con la niñera luego de la fecha antes mencionada? — No. Ya se lo he dicho varias veces. Llevamos tres horas en esto. Llegué a casa. Le pagué su dinero y se fue. No la he visto más. ¿ Cuántas veces más quiere que se lo repita? — Las que sean necesarias. Zafiro sonrió intentando ocultar el nerviosismo bajo la soberbia de no temerle a la policía. — Mire, como mismo le dije al oficial que se prensentó en mi casa. No tengo nada que ver con esto. No sé si la señora se marchó del pueblo o si verdaderamente le ocurrió algo. Deseo que aparezca sana y salva; pero no puedo ayudarlos. Así que o me acusa de algo de una vez o me deja ir a casa. El policía se echó hacia atrás en su silla y cruzó las manos sobre su regazo. — Puede irse. Muchas gracias por su cooperación. Zafiro salió taconeando de la comisaría contonenado sus curvas protuberantes ante los policías. — Sargento... — Dígame Capitán. — No pierda de vista a esa mujer. — C
— ¿ Qué tal si matas a uno de ellos? Zafiro no podía creer lo que estaba escuchando. Había considerado al posibilidad en su cabeza un millón de veces, pero no tenía la fuerza para hacerlo. A pesar de todos lo abusos y el miedo, de todo el dolor, no podría jamás matar a nadie.— Con uno de los dos muerto, preferiblemente Lorenzo, todo se sumiría en un caos horrendo y aprovechando ese caos podrías escapar sin nadie que te volviera a perseguir. — Estás loca Jaqueline. — No veo otra salida. Necesitas endurecerte, no eres ya esa niña indefensa que llegó a las puertas de mi burdel nerviosa y assutada, pidiendo trabajo para solventar los gastos médicos de tu madre enferma. Esa misma que luego Lorenzo asesinó a sangre fría sin consecuencia alguna. Zafiro comenzó a llorar. — Yo puedo ayudarte. Juntas podemos idear el plan perfecto para encargarnos de él. — No, lo siento. Encontraré otra manera. — No seas estúpida, no hay otra manera. Zafiro colgó y se apoyó en la puerta de su negocio.
Zafiro acariciaba el bote de pastillas con la mano metida en el interior de su bolso. — Aquí está su llave señorita. Puede esperar arriba. — Le dijo al recepcionista del lujoso hotel. Subió en el elevador repasando su plan una y otra vez. Estaba nerviosa. Tanto que temblaba; pero cuando las puertas de metal se abrieron, controló todo su miedo y caminó con confianza. En la habitación encontró una botella de vino. «Merlot, su favorito» Balbuceó para sí misma vertiendo dos copas bien llenas. Salió de nuevo al pasillo, mirando a cada lado. No venía nadie. Destapó el bote de pastillas. Dejó caer unas cuantas sobre la mesa y las escachó con la botella de vino. Usando una tarjeta escurrió el polvo hacia una de las copas y la removió hasta que estuvo segura que no quedaban rastros del medicamento a la vista. Para Zafiro fue una señal del destino que el medicamento que le recetaron para tratar el dolor que dejaron las lesiones en su tórax, fuese fuertemente contraindicado para per
El borde frío de la copa no llegaba a rozar los labios de Lorenzo y Zafiro comenzaba a impacientarse. En su mente para entonces estaría fuera de la habitación. Esperaba arrancarle la ubicación de su hijo con la falsa promesa de un antídoto y correr a salvarlo mientras el mafioso convulsionaba soltando espuma por la boca en la alfombra de la haitación de hotel. La realidad tenía otros planes. — No has probado el vino. — Susurró Zafiro mientras él le mordisqueaba el cuello aprentando sus pezones con las puntas de los dedos. Lorenzo no contestó, ni siquiera miró la copa que habia dejado en la mesilla a su lado. Haló su pelo obligándola a arquear la espalda. Su respiración se aceleraba y Zafiro consciente de que no escaparía de sus manos llegó a un acuerdo consigo misma. No volvería a mencionar el vino, a riesgo de levantar sospechas. Soportaría una vez más. Estaba segura de que luego del sexo él iría directo a la bebida. Lo dejó ponerse encima y cerró los ojos, dejando escapar de vez