— ¿ Dónde está? — Cálmese señor. Recuerde que no puede alterarse. — Cállate Rocco y dime donde está... — No lo sabemos. El alcalde dijo que salió muy apurado de la fiesta y las sivierntas que fueron a rehacer la habitación encontraron a la chica. Lorenzo comenzó a respirar con dificultad y se vio obligado a apoyarse en el hombro de Rocco. — Siempre le dije a su madre que no debimos haberlo tenido. Bien caro le salió no escucharme... — ¿ Cómo? — Nada, encuéntralo y traémelo. Encargale a todos los hombres que tienes en aquel pueblo que le den caza; cueste lo que cueste. — De acuerdo señor. — Rocco...nada más, no lo maten. — Por supuesto que no señor. — El sicario lo ayudó a sentarse y caminó apurado hacia la puerta principal. Pocos segundos después regresó. — Señor... Lorezno abrió los ojos. — ¿ Qué pasó ahora?— ¿ Qué quiere que hagamos con ella? — Deja que Alfonso se encargue, como planeado y que luego la siga bien de cerca. Apuesto lo que sea a que mi hijo irá a buscar
— Entonces no ha tenido usted contacto alguno con la niñera luego de la fecha antes mencionada? — No. Ya se lo he dicho varias veces. Llevamos tres horas en esto. Llegué a casa. Le pagué su dinero y se fue. No la he visto más. ¿ Cuántas veces más quiere que se lo repita? — Las que sean necesarias. Zafiro sonrió intentando ocultar el nerviosismo bajo la soberbia de no temerle a la policía. — Mire, como mismo le dije al oficial que se prensentó en mi casa. No tengo nada que ver con esto. No sé si la señora se marchó del pueblo o si verdaderamente le ocurrió algo. Deseo que aparezca sana y salva; pero no puedo ayudarlos. Así que o me acusa de algo de una vez o me deja ir a casa. El policía se echó hacia atrás en su silla y cruzó las manos sobre su regazo. — Puede irse. Muchas gracias por su cooperación. Zafiro salió taconeando de la comisaría contonenado sus curvas protuberantes ante los policías. — Sargento... — Dígame Capitán. — No pierda de vista a esa mujer. — C
— ¿ Qué tal si matas a uno de ellos? Zafiro no podía creer lo que estaba escuchando. Había considerado al posibilidad en su cabeza un millón de veces, pero no tenía la fuerza para hacerlo. A pesar de todos lo abusos y el miedo, de todo el dolor, no podría jamás matar a nadie.— Con uno de los dos muerto, preferiblemente Lorenzo, todo se sumiría en un caos horrendo y aprovechando ese caos podrías escapar sin nadie que te volviera a perseguir. — Estás loca Jaqueline. — No veo otra salida. Necesitas endurecerte, no eres ya esa niña indefensa que llegó a las puertas de mi burdel nerviosa y assutada, pidiendo trabajo para solventar los gastos médicos de tu madre enferma. Esa misma que luego Lorenzo asesinó a sangre fría sin consecuencia alguna. Zafiro comenzó a llorar. — Yo puedo ayudarte. Juntas podemos idear el plan perfecto para encargarnos de él. — No, lo siento. Encontraré otra manera. — No seas estúpida, no hay otra manera. Zafiro colgó y se apoyó en la puerta de su negocio.
Zafiro acariciaba el bote de pastillas con la mano metida en el interior de su bolso. — Aquí está su llave señorita. Puede esperar arriba. — Le dijo al recepcionista del lujoso hotel. Subió en el elevador repasando su plan una y otra vez. Estaba nerviosa. Tanto que temblaba; pero cuando las puertas de metal se abrieron, controló todo su miedo y caminó con confianza. En la habitación encontró una botella de vino. «Merlot, su favorito» Balbuceó para sí misma vertiendo dos copas bien llenas. Salió de nuevo al pasillo, mirando a cada lado. No venía nadie. Destapó el bote de pastillas. Dejó caer unas cuantas sobre la mesa y las escachó con la botella de vino. Usando una tarjeta escurrió el polvo hacia una de las copas y la removió hasta que estuvo segura que no quedaban rastros del medicamento a la vista. Para Zafiro fue una señal del destino que el medicamento que le recetaron para tratar el dolor que dejaron las lesiones en su tórax, fuese fuertemente contraindicado para per
El borde frío de la copa no llegaba a rozar los labios de Lorenzo y Zafiro comenzaba a impacientarse. En su mente para entonces estaría fuera de la habitación. Esperaba arrancarle la ubicación de su hijo con la falsa promesa de un antídoto y correr a salvarlo mientras el mafioso convulsionaba soltando espuma por la boca en la alfombra de la haitación de hotel. La realidad tenía otros planes. — No has probado el vino. — Susurró Zafiro mientras él le mordisqueaba el cuello aprentando sus pezones con las puntas de los dedos. Lorenzo no contestó, ni siquiera miró la copa que habia dejado en la mesilla a su lado. Haló su pelo obligándola a arquear la espalda. Su respiración se aceleraba y Zafiro consciente de que no escaparía de sus manos llegó a un acuerdo consigo misma. No volvería a mencionar el vino, a riesgo de levantar sospechas. Soportaría una vez más. Estaba segura de que luego del sexo él iría directo a la bebida. Lo dejó ponerse encima y cerró los ojos, dejando escapar de vez
El plan de Zafiro fue existoso, aunque en el tiempo que tardó la policía en llegar recibió varios embates de los puños de Eduard, que parecía cegado por la misma ira que describía en el relato de su nacimiento como asesino. — Hemos recibido varias quejas de los vecinos por ruidos extraños . — Dijo la voz grave del Capitán en la puerta. Zafiro lloraba acurrucada en una esquina.— Creo que tiene usted la casa equivocada. — contestó Eduard escondiendo los puños manchados de sangre. — ¿ Le importaría si hablo con la propietaria de la casa? — Encuentro muy curioso que un Capitán de la policía conteste a una llamada por distubios. El policía sonrió. — Señor Rossi, sería tan amable de pedirle a la señorita Morales que salga, así puedo constatar que está bien y todo fue una equivocación de los vecinos... — Mi novia no se encuentra. — ¿ Entonces estaba usted gritando solo? Eduard le devolvió la sonrisa. — Tal vez me emocioné de más con un videojuego.— Ya veo... tal vez en esa misma
Rocco la dejó frente a una enorme puerta de metal. — Vamos entra, no tengo todo el puto día. zafiro estaba acostumbrada a sentir miedo. A enfrentar situaciones dolorosas que hubiesen fragmentado a la mayoría de las mujeres, pero allí de pie. Frente a aquella puerta, rodeada de campo y silencio sintió un pavor que no conocía. — No sirves para nada! — exclamó Rocco molesto. Haló la puerta con fuerza y está se abrió con un chirrido insoportable. — Entra. — ordenó sacando de nuevo la navaja. Zafiro caminó. La puerta chirrió de nuevo a sus espaldas y la oscuridad la envolvió por completo. Se abrazó a sí misma y echó a andar hacia la luz al final de la madriguera oscura. Sentía voces y pasos a lo lejos. No sabía si tomarlo como una buena o mala señal, pero siguió andando. Al final del pasillo, en el centro de la habitación había una silla, debajo de una luz amarilla.— Siéntate. — dijo una voz un tanto familiar. Zafiro titubeó. — Vamos pequeña, no me digas que ahora te asu
— Tenemos que hablar. — — ¡ Dios santo niño! Me has dado un susto de muerte. — El ama de llaves se llevó la mano al pecho apoyándose en la encimera. — Nana, ha pasado algo horrible. Ella suspiró secándose las manos con el paño de cocina que llevaba colgado de la cintura. Eduard arrastró una silla y se dejó caer con pesadez. — No sé que hacer, todo se ha vuelto confuso, creo que puedo estar cerca de otra gran crisis. — Apoyó los codos en la mesa y zurcó los cabellos con sus dedos. — Siento la oscuridad dentro de mí luchando por salir y temo no ser capaz de controlar mi ira, como aquellas otras veces... El rostro angustiado de la señora se tiñó con una marcada veta de miedo. Corrió hacia él y lo abrazó. — Hijo... no sé que está pasando, pero recuerda que la luz de Dios es superior a toda esa oscuridad que guardas dentro. El joven empezó a negar con la cabeza, apretando los ojos para contener las lágrimas. — No puedo hacerlo Nana, no puedo. Él se ha empeñado en destruirme