— He hecho arreglos para que regreses a casa. Espero que lo entiendas, debo estar junto a mi padre en estos momentos. — Fueron las palbras agitadas de Eduard mientras se abotonaba la camisa con las manos temblorosas. Zafiro aún no conseguía desprenderse de la conmoción. La mirada del ama de llaves aun arañaba su conciencia, y aunque sabía que nadie mas que ella misma podía comprender sus razones, la mejor parte de su persona le reprochaba su macabra intención. — La ambulancia ya ha partido, el médico me ha dicho que se encuentra estable, pero lo llevarán al hospital para realizar los exámenes pertinentes. — La sirvienta entró a la habitación sin reparar en su persona, ignorándola casi como si no estuviese presente. — ¿ Tú sabías sobre esto ? — preguntó Eduard alarmado. — Intenté decirtélo querido niño...El momento se dibujó claramente en su mente y se culpó por no dejarla hablar, como si hubiese hecho alguna diferencia en la salud de su padre el hecho de que él supiera sobre
— ¿ Está hecho? — Sí señor, cómo usted lo ordenó. — Muy bien, gracias Rocco. Ahora encargáte de que todo permanezca en silencio...¿ entiendes lo que te digo? — Por supuesto señor... — Déjame solo. — Lorezo suspiró acomodando la cabeza en la almohada con una sonrisa complacida en los labios. El sol se ponía en el horizonte, mientras Zafiro lloraba mirando fijamente al teléfono. Su nueva vida se desplomaba por completo y ella permanecía congelada en aquella cocina, incapaz de mover un músculo. Finalmente el teléfono sonó cuando la oscuridad empezaba a invadirla por completo , pero no era la llamada que estaba esperando. — ¿ Amor, estás ahí? — preguntó la voz de Eduard desde el otro lado de la linea. Zafiro permaneció en silencio. No podía imaginar nada peor que tener que fingir que todo iba bien y estaba decidida a terminar la llamada sin dar razones. — ¿ Milena? — Reclamaba Eduard en tono confunso. Zafiro colgó el teléfono con una lágrima rodando por su mejilla. Un
— ¿ Qué haces aquí? — Lorenzo no pudo evitar sorprenderse al encontar a su hijo esperándolo en su habitación el día que regresó a casa del hospital. — No pensarías que me marcharía dejándote solo en tu recuperación... — No sabía que eras enfermero. — He decidido ignorar tus ataques. Hago lo que mi conciencia me dicta, porque yo sí soy buena persona. Mi madre no crió un mal hombre. La risa obligó a Lorenzo a apoyarse en la cama. — Acabarás matándome... deja de decir tonterías. El rostro de Eduard se transformó con enojo y asco. — No se porque te empeñas en hacerme lucir como si fuese un monstruo. — Lo eres. — No. — Negó Eduard moviendo la cabeza de un lado a otro. — Hijo, puedes empeñarte en negarlo todo lo que quieras, esconderte detrás de la máscara que has creado, culparme de todas tus desgracias, pero lo eres.— Lorenzo tomó su mano con una expresión paternal extraña en él. — Nunca me has comprendido... — Comprendo que estás enfermo, pero no que te escondas culpando a to
Zafiro vio el sol salir desde la cama de Edurad, con su brazo alrededor de la cintura y un dolor punzante en la mejilla. — Me encantan despertar contigo. — le susurró él, mordisquenado su oreja. — Creo que deberíamos mudarnos juntos, así puedo despertar a tu lado cada mañana. — ¡No! — exclamó ella, volviéndose de golpe, plantándole un beso en los labios, para intentar apaciguarlo. Él frunció el seño. — ¿ No te gustaría vivir conmigo? — Se alzó apoyando el codo en la cama y usando su mano para sostener su cabeza. — No, es que creo que aún el niño es muy pequeño. Llora mucho en las noches y pronto acabaría interrumpiendo nuestra vida... — Puedo mudarme a un apartamento más grande y haremos a la niñera permanente. — No lo entendarías. — Zafiro se sentó dejando caer la sábana y mostrándole sus pechos desnudos. — Si sé que está cerca, tengo que ir yo a cuidarle... el institno maternal. ¿ Entiendes? Eduard había dejado de escucaharla, perdido en las curvas de su cuerpo. Zafiro se
—Me está escuchando? — El policía intentaba llamar la atención de Zafiro, que lejos de preocuparse por él, miraba insistente a sus espaldas. Se volvió , intrigado pero solo consiguió ver la silueta de Alfonso alejándose hacia la oscuridad. — No me es posible acceder a su petición. — dijo Zafiro con voz fuerte. — Señora, no creo que comprenda usted la complejidad de este asunto.— Ni usted las básicas normas de educación. — Cruzó los brazos. — Puede ser que sea la representación de la ley pero eso no le da derecho alguno a presentarse en mi casa a las diez de la noche exigiéndome nada. — Es usted sospechosa en el caso de una persona desaparecida. Zafiro temblaba internamente pero en la superficie mostraba una calma fría e imperturbable. — No sé de lo que habla. Me presentaré en comisaría en la mañana, a no ser que tenga usted pensado acusarme formalmente de algún cargo. — Juntó las muñecas, preparada para recibir las esposas con un ademán altanero que el policía no apareció. L
— ¿ Dónde está? — Cálmese señor. Recuerde que no puede alterarse. — Cállate Rocco y dime donde está... — No lo sabemos. El alcalde dijo que salió muy apurado de la fiesta y las sivierntas que fueron a rehacer la habitación encontraron a la chica. Lorenzo comenzó a respirar con dificultad y se vio obligado a apoyarse en el hombro de Rocco. — Siempre le dije a su madre que no debimos haberlo tenido. Bien caro le salió no escucharme... — ¿ Cómo? — Nada, encuéntralo y traémelo. Encargale a todos los hombres que tienes en aquel pueblo que le den caza; cueste lo que cueste. — De acuerdo señor. — Rocco...nada más, no lo maten. — Por supuesto que no señor. — El sicario lo ayudó a sentarse y caminó apurado hacia la puerta principal. Pocos segundos después regresó. — Señor... Lorezno abrió los ojos. — ¿ Qué pasó ahora?— ¿ Qué quiere que hagamos con ella? — Deja que Alfonso se encargue, como planeado y que luego la siga bien de cerca. Apuesto lo que sea a que mi hijo irá a buscar
— Entonces no ha tenido usted contacto alguno con la niñera luego de la fecha antes mencionada? — No. Ya se lo he dicho varias veces. Llevamos tres horas en esto. Llegué a casa. Le pagué su dinero y se fue. No la he visto más. ¿ Cuántas veces más quiere que se lo repita? — Las que sean necesarias. Zafiro sonrió intentando ocultar el nerviosismo bajo la soberbia de no temerle a la policía. — Mire, como mismo le dije al oficial que se prensentó en mi casa. No tengo nada que ver con esto. No sé si la señora se marchó del pueblo o si verdaderamente le ocurrió algo. Deseo que aparezca sana y salva; pero no puedo ayudarlos. Así que o me acusa de algo de una vez o me deja ir a casa. El policía se echó hacia atrás en su silla y cruzó las manos sobre su regazo. — Puede irse. Muchas gracias por su cooperación. Zafiro salió taconeando de la comisaría contonenado sus curvas protuberantes ante los policías. — Sargento... — Dígame Capitán. — No pierda de vista a esa mujer. — C
— ¿ Qué tal si matas a uno de ellos? Zafiro no podía creer lo que estaba escuchando. Había considerado al posibilidad en su cabeza un millón de veces, pero no tenía la fuerza para hacerlo. A pesar de todos lo abusos y el miedo, de todo el dolor, no podría jamás matar a nadie.— Con uno de los dos muerto, preferiblemente Lorenzo, todo se sumiría en un caos horrendo y aprovechando ese caos podrías escapar sin nadie que te volviera a perseguir. — Estás loca Jaqueline. — No veo otra salida. Necesitas endurecerte, no eres ya esa niña indefensa que llegó a las puertas de mi burdel nerviosa y assutada, pidiendo trabajo para solventar los gastos médicos de tu madre enferma. Esa misma que luego Lorenzo asesinó a sangre fría sin consecuencia alguna. Zafiro comenzó a llorar. — Yo puedo ayudarte. Juntas podemos idear el plan perfecto para encargarnos de él. — No, lo siento. Encontraré otra manera. — No seas estúpida, no hay otra manera. Zafiro colgó y se apoyó en la puerta de su negocio.