Una chica de diecisiete años se adentra en una peligrosa isla con el fin de encontrar un tesoro perdido. Tesoro no necesariamente tiene ver con oro.
Leer másMe gustaría decirles que Mariel recibió a Amado con los brazos abiertos y que Linda corrió al encuentro con su hermana. Que la regañaron por haberles mentido y todas esas cosas que suceden cuando nos reencontramos con algún ser querido al cual creíamos en peligro.Pero no pasó ni una cosa ni la otra. Porque Mariel ya se había hecho a la idea de que su esposo la había abandonado por otra mujer. Yolanda fue muy convincente cuando se lo dijo. Por eso en lugar de abrazos hubo una bofetada. Misma que Amado ya esperaba, porque se lo anticipó Florencia en la noche previa que compartieron juntos en un cuartito de hotel ubicado a las orillas de Puerto Virginia.Yo no tenía ni idea, agregó Rosales a modo de disculpa.Y era verdad. Él no sabía que Yolanda se había inventado tal atrocidad para justificar su ausenc
1—Bueno, ¿y a ti qué te pasa? —pregunta Mariel.—Perdona —contesta Linda—. Me fui un poco.—¿Un poco? Un mucho, diría yo. Y así has estado toda la mañana. ¿Dónde estuviste metida el día de ayer?—En el trabajo, ma. Ya te dije que adelantaron unas cosas del cierre, y…—Y me estás mintiendo.Sí, ma. Te estoy mintiendo. Estuve en el Méndez con Doris y Melissa porque me dijeron que Florencia nos pintó la cara a todas y que no está en lo de ellas. Que le dijo a Melissa que estaría en Puerto Virginia pero que no le contesta y le da la impresión de que también a ella le dijo mentiras. Pensamos en mil cosas y llegamos a la conclusión de que lo más probable es que esté metida en Malquerida, e
1Melissa cometió un grave error al llamar al asaltante por su nombre. Ramiro la reconoció al instante, y supo que sería bastante negligente de su parte dejarla viva.—¿Y qué si me ve el rostro? —preguntó la noche anterior al sujeto que lo contrató.—Para eso llevarás pasamontañas.—¿Y si se me cae?—Esas cosas no se caen.—¿Y si…?—Y si te ve da lo mismo. La gente en el barrio no está acostumbrada a que le pasen éste tipo de cosas. No es como en Malquerida ni como en Isla Montero. Ellos prefieren hacer como que los eventos malos no suceden y los borran de su mente. Eso sí, si tú la reconoces a ella o a él, tendr&aacut
1—Mariel y tú siempre han dado la vida por Florecita —suelta Doris—. Trabajan de sol a sombra para que nunca le falte nada, y eso ella lo valora.—¿Y de qué sirve que no le falte nada en cuestión de dinero?, si por andar trabajando o estudiando la dejamos siempre a su suerte.—No es verdad —agrega Melissa—. En aquellos tiempos éramos muy unidas… aún lo somos, pero entonces más. Y no había día en que ella no me hablara bonito de ustedes. Estaba muy agradecida contigo, Linda. Y con tu mamá también. Y con…—Entiendo —interrumpe Linda—. Y en verdad les agradezco no solo porque en su momento la ayudaron a salir adelante, sino porque ahora intentan hacerme sentir mejor. Sin embargo…—Nosotras solo te decimos la verdad, corazón —corta Doris y coloca la palma de su ma
1—Fue hace un par de años —comienza diciendo Linda. Doris la escucha atenta; Melissa sigue perdida en los pasos del mesero—. Florencia conoció a un chico en la biblioteca central…—¡Ramiro! —interrumpe Melissa.Las palabras las suelta mientras gira la cabeza.—¿Ramiro, Ramiro? —pregunta Doris mirando a su nieta. Esboza un gesto de evidente confusión—. ¿Ese Ramiro?—¿Lo conocieron? —pregunta Linda.Le preocupa el desagrado pintado en el rostro de Melissa y de su abuela.—Y vaya que lo conocimos… —acepta Doris entre suspiros.Arquea las cejas y da un trago a su taza de café.—Y yo que creí que tú no sabías nada —le dice Melissa—. Florencia la pasó muy mal. Le lloró much
1¡Claro que volveré!, promete Florencia para sí y en la garganta se le forma una pelota de dimensiones colosales.Está segura de que quiere cruzar el muelle. Lo necesita. Pero que lo desee y lo necesite no ayuda en nada a disminuir el espanto que le entra por los tobillos y pretende salir expulsado por el rabillo del ojo, mas no hay forma. Se queda adherido a ese cuerpo delgado y blanquecino que tiembla como gelatina.Es el frío, trata de convencerse. En el fondo sabe, sin embargo, que los doce grados centígrados de afuera saben a verano mexicano si los comparamos con la tormenta de nieve que la castiga por dentro. Cosa rara, porque ella ama el invierno.Pero el invierno que ella ama llega acompañado de suéteres y bufandas t
1—Perdón —dice Florencia en un tono de voz casi inaudible.La acompañan su madre Mariel y su hermana Linda. Sus amigas prefirieron ir al festejo de la otra Flor: la popular. Y francamente no las culpa.—¿Qué dijiste, cielo? —pregunta su madre.—Nada —contesta Florencia—. ¿Les molesta si me voy a acostar temprano?—¿Qué pasa hermanita?—Solo estoy cansada.Miente.—Estás triste porque no vinieron tus amigas, ¿cierto? —pregunta Mariel.—No —responde sin voltearla a ver—. Solo estoy cansada.Miente. O medio miente. Porque no es verdad eso de que no está triste. Lo está, y mucho. Pero no por culpa de sus amigas.En cuanto supo que Flor se festejaría el mismo día que ella y ofr