Leonardo la siguió con la mirada mientras se alejaba con el ramo en las manos. Su expresión permanecía impasible, pero por dentro, la frustración comenzaba a acumularse.No entendía a Alanna.Había sentido su sorpresa, la emoción efímera en sus ojos cuando le entregó las flores. Pero luego, como si se obligara a hacerlo, había vuelto a levantar la barrera, a mostrarse indiferente.No pudo contenerse más.—Alanna —llamó con voz firme.Ella se detuvo en seco, pero no se giró.—¿Por qué has cambiado tanto conmigo? —preguntó él, cruzando los brazos—. Antes no eras así… O al menos, habíamos avanzado.Alanna respiró hondo y se volvió lentamente.—¿Así cómo?—Tan fría —dijo él, dando un paso hacia ella—. Tan distante.Ella lo miró fijamente, sus dedos aferrándose levemente al ramo.—No sé de qué hablas.—Claro que lo sabes —replicó él, con un deje de irritación en su tono—. Antes me mirabas diferente. Antes hablábamos sin esta… barrera. Pero ahora, de un día para otro, vuelves a comportarte
Unos pasos descendiendo las escaleras le indicaron que Leonardo también había escuchado. Apareció en la sala con el cabello revuelto, la camisa aún desabrochada y una expresión sombría en el rostro.—¿Qué quieren ahora? —gruñó en voz baja, aún adormilado.—No lo sé —respondió Alanna sin emoción—. Pero parece urgente.Leonardo abrió la puerta y, sin siquiera esperar una invitación, Bárbara y Sabrina entraron a la mansión con su aire de superioridad habitual.—Vaya, qué cambio —comentó Bárbara con una sonrisa burlona, paseando la mirada por la sala antes de fijarla en Alanna—. Pensé que las noches en esta casa te sentaban mejor, pero veo que me equivoqué.Sabrina la inspeccionó de arriba abajo con una mueca de desaprobación.—Sí, te ves terrible recién levantada. Qué pena… hay mujeres que necesitan más esfuerzo para lucir decentes.Alanna, que aún estaba sentada en el sofá con su taza de té en la mano, alzó la mirada con total calma.—Es cierto —dijo con frialdad, esbozando una sonrisa
La noche caía lentamente cuando Leonardo y Alanna llegaron al lujoso salón de la subasta. La fachada del edificio, con sus enormes columnas de mármol y luces doradas iluminando la entrada, era imponente, un reflejo de la exclusividad del evento. La alfombra roja se extendía hasta el vestíbulo, donde los asistentes, vestidos con sus mejores galas, conversaban en pequeños grupos, sosteniendo copas de champán.Alanna descendió del auto con la elegancia natural que la caracterizaba. Su vestido, de un rojo intenso, se ceñía perfectamente a su silueta, realzando su porte refinado. Llevaba el cabello recogido en un moño bajo, dejando a la vista su cuello esbelto y los pendientes de diamantes que brillaban con cada movimiento. Su presencia no pasó desapercibida. Varias miradas se dirigieron a ella, algunas con admiración, otras con recelo.Leonardo, a su lado, vestía un traje negro impecable que resaltaba su porte imponente. Al bajar del auto, colocó instintivamente una mano en la espalda de
La subasta continuaba, cada pieza vendida a precios exorbitantes mientras el murmullo de los asistentes llenaba la sala. Alanna observaba con calma el evento, sin demostrar demasiado interés en los artículos que pasaban frente a ellos.Leonardo la miraba de reojo, atento a cada mínimo gesto suyo. Sabía que no era alguien que pidiera cosas con facilidad, mucho menos que esperara algo de los demás. Pero esta vez, él no quería que su cumpleaños pasara desapercibido.Se inclinó ligeramente hacia ella y, con voz dulce le dijo:—Si algo te gusta, dímelo.Alanna giró el rostro hacia él con una leve expresión de sorpresa.—¿Qué?Leonardo la observó con seriedad, su mirada firme pero tranquila.—Si ves algo que quieras, lo compraré para ti. Como regalo de cumpleaños.Esta vez, Alanna no pudo ocultar del todo su asombro. Se quedó en silencio por unos segundos, analizando sus palabras.—No es necesario —respondió al final, con su tono frío de siempre.Leonardo esbozó una leve sonrisa.—Lo sé. Pe
Miguel frunció el ceño, mirando de reojo a su padre. Sabía que no podía seguir pujando a ese nivel sin consecuencias.—No podemos ir más allá de eso —susurró el señor Sinisterra con dureza.Pero Allison, al notar que estaban perdiendo la subasta, puso su mejor expresión de tristeza y tiró suavemente de la manga de Miguel.—Por favor… —susurró con voz lastimera—. Es mi regalo de cumpleaños. Son perfectos para mí.Miguel dudó por un instante, pero antes de que pudiera decir algo, su padre lo interrumpió con un tono severo.—Basta, Allison —espetó el señor Sinisterra—. No vamos a gastar una fortuna en algo tan insignificante.Allison abrió los ojos con incredulidad, pero no se atrevió a replicar. Su mandíbula se tensó mientras dirigía una mirada resentida hacia la persona que había hecho la oferta ganadora.Leonardo apretó la mandíbula al ver cómo el desconocido duplicaba la oferta sin dudarlo. Llevaba la mano al número de postor cuando sintió el toque suave pero firme de Alanna en su mu
Leonardo se apoyó en el respaldo de su asiento, observando con atención a Alanna. Desde que los organizadores le entregaron los pendientes, ella había cambiado. No de una manera evidente, pero él lo notaba. Su mirada se desviaba constantemente hacia la multitud, como si buscara a alguien.—Alanna —llamó en un tono bajo, intentando captar toda su atención.Ella volvió el rostro hacia él, pero la chispa habitual en sus ojos no estaba allí. Su expresión era distante, casi como si estuviera en otro lugar.—¿Sí?Leonardo frunció el ceño. Algo en su actitud lo incomodaba. Siempre había sabido que Alanna era reservada, pero esta vez era diferente. No era frialdad ni indiferencia… era distracción.—¿Todo bien? —preguntó con calma.—Sí, claro.Respondió demasiado rápido. Y aunque su voz sonó tranquila, su mano jugueteaba distraídamente con el borde de su copa.Leonardo entrecerró los ojos. Él conocía a Alanna. Sabía cuándo estaba fingiendo indiferencia. Pero lo que más le molestaba no era que
Su respiración se volvió errática mientras sus ojos se fijaban en la figura que se encontraba al otro lado del salón. No podía ser un error. No esta vez.Enrique Raushe estaba allí.Su mente trató de racionalizarlo, de encontrar una explicación lógica para su presencia en aquel lugar. Pero el resto de su cuerpo no le dio tiempo. Un escalofrío recorrió su piel mientras sus dedos se aferraban al borde de su vestido con fuerza.No desapareció entre la multitud como una ilusión, no se desvaneció en la penumbra como un recuerdo borroso. No era un eco del pasado ni un truco de su imaginación. Enrique estaba allí, de pie, con la misma serenidad imperturbable de siempre, como si el tiempo entre ellos no hubiera significado nada.El aire se sintió más denso.Alanna tragó saliva. Había aprendido a dominar sus emociones, a no mostrar debilidad. Pero en ese instante, su control se tambaleó. Su mente le exigía cautela, le gritaba que se detuviera, pero sus pies ya habían tomado la decisión antes d
Antes de que Alanna pudiera responder, sintió una presencia a su lado. Un calor conocido, una tensión palpable que electrificó el aire.Leonardo.El latido en su pecho se desacompasó. Su sola presencia lo cambiaba todo, como una tormenta que irrumpe en plena calma.Su voz fue grave, tajante, cortante como el filo de un cuchillo.—¿Quién es él?Alanna cerró los ojos por un instante.Lo había olvidado.Olvidó que estaba en una sala repleta de gente, olvidó que Leonardo había estado observándola, que su repentina salida no pasó desapercibida para él. En su mundo solo había existido Enrique por unos segundos… y ahora el choque con la realidad la golpeaba con brutalidad.Giró lentamente la cabeza y se encontró con la tormenta contenida en la mirada de Leonardo. Sus ojos oscuros, tan intensos y afilados como el filo de una daga, estaban fijos en Enrique. No era una simple observación. Era un análisis, un escrutinio despiadado de cada mínimo detalle.Su mandíbula estaba tensa, sus labios ape