La tensión entre Leonardo y Enrique era casi tangible. No necesitaban palabras; sus miradas hablaban por sí solas. Leonardo, firme, con sujeta a Alanna como una declaración silenciosa de posesión. Enrique, imperturbable, dejando claro que su vínculo con ella no podía ser ignorado.Alanna sintió el peso de ambos sobre ella, atrapada entre el pasado y el presente, entre un refugio y una tormenta.Finalmente Leonardo decidió que era hora de retirarse. —Nosotros también tenemos cosas que hacer —añadió Leonardo con firmeza.Y, sin más, tiró suavemente de Alanna, alejándola de Enrique.Ella sintió la presión de su mano en su cintura, un recordatorio silencioso de la autoridad que él reclamaba sobre su vida. Pero su mente seguía atrapada en la mirada de Enrique, en ese aire melancólico que apenas lograba disimular.No podía simplemente marcharse así.Antes de que diera un paso más, la voz de Enrique la detuvo.—Alanna —llamó con su tono tranquilo, pero con una firmeza que hizo que su pecho
La mañana amaneció gris, con un cielo encapotado que anunciaba lluvia. El aire era pesado, como si la tormenta que había quedado en el ambiente la noche anterior aún no se hubiese disipado del todo. Alanna despertó con la sensación de que el día traería consigo un enfrentamiento inevitable.Leonardo ya estaba vestido cuando ella se incorporó en la cama. Desde la ventana de la habitación, observaba la ciudad con el ceño fruncido, una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo una taza de café. Se veía impecable, como siempre, pero había una tensión en su postura, un rastro de inquietud que delataba su estado de ánimo.Alanna tomó aire. No quería comenzar el día con una discusión, pero tampoco estaba dispuesta a callarse.—Quiero que me lleves a casa de Enrique.Leonardo no reaccionó de inmediato. Tomó un sorbo de su café, como si procesara sus palabras con deliberada calma. Luego, giró la cabeza lentamente y la miró con frialdad.—¿Tan temprano y ya estás pensando en él? —Su voz era tra
El aire dentro de la casa de Enrique tenía un peso distinto. No era denso ni incómodo, pero sí estaba impregnado de algo que a Leonardo le resultaba difícil de identificar. Un pasado del que él no formaba parte.Desde el momento en que cruzaron la puerta, sintió que la presencia de Enrique envolvía el ambiente, no por ostentación, sino porque cada rincón de la estancia parecía contar una historia en la que Alanna sí tenía un papel. Él, en cambio, era un extraño.—¿Recuerdas cuando intenté leer en voz alta uno de tus poemas y terminé mezclando todos los versos? —preguntó Alanna entre risas, pasando las yemas de los dedos por las páginas del libro con la familiaridad de alguien que apreciaba más el contenido que el objeto en sí.Leonardo observó la escena en silencio. Había visto a Alanna reír pocas veces, pero nunca de aquella forma. Nunca con esa ligereza, con esa libertad que no parecía atada a ninguna expectativa.Enrique se apoyó en el brazo del sillón con naturalidad, una sonrisa
Los días pasaron con una extraña pesadez en el ambiente.Alanna lo notó casi de inmediato.Leonardo había cambiado.No fue un cambio abrupto ni escandaloso. No hubo gritos, ni discusiones, ni siquiera un gesto que pudiera señalar como el detonante de su comportamiento. Pero la distancia entre ellos crecía con cada día que pasaba.Al principio, se dijo a sí misma que estaba imaginando cosas.Que quizás Leonardo solo estaba más ocupado de lo normal, que el peso de sus responsabilidades lo tenía distraído.Pero era algo más.Algo silencioso y corrosivo, una distancia invisible que se extendía entre ellos sin previo aviso. Un muro invisible que él había levantado… sin pronunciar una sola palabra.Lo notó en los pequeños detalles.En la ausencia de gestos que antes le parecían tan naturales, tan suyos, tan inevitables.Por las mañanas, ya no le ofrecía su brazo cuando bajaban juntos a desayunar. Antes, si ella llegaba tarde, la esperaba pacientemente al pie de la escalera, con una media so
Alanna sintió una punzada en el pecho, un dolor sordo que no esperaba. Se obligó a mantener la compostura, pero su corazón latía con fuerza, como si intentara advertirle de algo.—No es drama —su voz tembló ligeramente, pero no permitió que eso la detuviera—. Es real. Lo que sea que está pasando… me está alejando de ti.Leonardo alzó la vista y, por un segundo, en sus ojos pasó un destello de algo indescifrable.Dolor. Frustración. Rabia.Pero fue tan fugaz que, cuando volvió a hablar, su tono seguía siendo impenetrable.—No tengo tiempo para esto.Se levantó de su silla de manera abrupta y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.Alanna apretó los labios.—Entonces dímelo directamente.Leonardo frunció el ceño, aún sin girarse.—¿Decirte qué?Ella tragó en seco.—Si ya no me quieres cerca —su voz fue apenas un susurro, pero las palabras flotaron en la habitación como un eco doloroso.El silencio cayó como un peso entre ellos.Alanna sintió el vacío expandirse en su pecho.Leonard
El sonido de la puerta al abrirse rompió la tranquilidad de la casa. Enrique, que estaba en su estudio sumido en la lectura de un viejo poemario, levantó la vista con curiosidad. No esperaba visitas a esa hora, y mucho menos a ella.Alanna cruzó el umbral con una expresión que no supo descifrar de inmediato. No había rastro de la calma que solía llevar en el rostro, ni de la tibia dulzura que siempre la envolvía.Pero lo que más le inquietó no fue su expresión.Fue su soledad.—Alanna… —Su voz sonó más grave de lo que pretendía—. ¿Dónde está Leonardo?La pregunta flotó en el aire entre ellos, pesada e incómoda.Ella se detuvo en el centro de la habitación y bajó ligeramente la vista. Como si le costara responder. Como si la respuesta le doliera.—No vino —fue todo lo que dijo.Ese simple hecho lo alteró más de lo que quería admitir.Enrique se puso de pie de inmediato, su ceño frunciéndose con preocupación. Algo no estaba bien. Ese hombre no la dejaba sola.La última vez que la había
El silencio de la casa de Enrique se sintió como un peso sobre sus hombros. No había pasos resonando en los pasillos, ni órdenes dadas en un tono bajo pero implacable, ni una presencia a su lado que le recordara constantemente quién era en ese mundo.Y por primera vez en mucho tiempo, Alanna sintió un vacío que no supo cómo llenar.Se abrazó a sí misma, tratando de ignorar la opresión en su pecho.¿Por qué se sentía así?Se suponía que debería sentirse más ligera lejos de Leonardo, más libre. Pero en lugar de eso, una sensación de inquietud la embargaba, como si le hubieran arrebatado algo sin previo aviso.—¿Estás bien? —La voz de Enrique la sacó de su ensimismamiento.Parpadeó, notando que había pasado demasiado tiempo sumida en sus pensamientos. Forzó una sonrisa, pero Enrique no parecía convencido.—No lo sé —murmuró finalmente.Enrique suspiró y se inclinó un poco hacia ella.—Alanna… lo que estás sintiendo es normal. Has estado con él mucho tiempo. Pero eso no significa que nece
El sol se filtraba suavemente por las ventanas, proyectando una luz dorada sobre la mesa de madera donde aún reposaban las tazas de té. El ambiente era tranquilo, casi acogedor, pero en el aire flotaba una sensación de despedida.Alanna dejó escapar un suspiro silencioso mientras jugaba con el borde de su taza. La conversación con Enrique la había hecho pensar demasiado. Había venido buscando respuestas, y en su lugar, se había dado cuenta de algo que llevaba tiempo negándose a ver.Leonardo podía ser frío, podía herirla con su indiferencia, pero eso no cambiaba el hecho de que ella lo extrañaba.¿Desde cuándo su felicidad dependía tanto de él?Ese pensamiento la inquietaba. No era justo. No debería ser así. Pero, por más que lo intentara, no podía negar lo que sentía.—Debo volver a casa —dijo finalmente, sin apartar la vista de su taza.Enrique se quedó en silencio por un instante, como si estuviera procesando sus palabras. Cuando habló, su voz fue tranquila, pero había algo en ella