El silencio de la casa de Enrique se sintió como un peso sobre sus hombros. No había pasos resonando en los pasillos, ni órdenes dadas en un tono bajo pero implacable, ni una presencia a su lado que le recordara constantemente quién era en ese mundo.Y por primera vez en mucho tiempo, Alanna sintió un vacío que no supo cómo llenar.Se abrazó a sí misma, tratando de ignorar la opresión en su pecho.¿Por qué se sentía así?Se suponía que debería sentirse más ligera lejos de Leonardo, más libre. Pero en lugar de eso, una sensación de inquietud la embargaba, como si le hubieran arrebatado algo sin previo aviso.—¿Estás bien? —La voz de Enrique la sacó de su ensimismamiento.Parpadeó, notando que había pasado demasiado tiempo sumida en sus pensamientos. Forzó una sonrisa, pero Enrique no parecía convencido.—No lo sé —murmuró finalmente.Enrique suspiró y se inclinó un poco hacia ella.—Alanna… lo que estás sintiendo es normal. Has estado con él mucho tiempo. Pero eso no significa que nece
El sol se filtraba suavemente por las ventanas, proyectando una luz dorada sobre la mesa de madera donde aún reposaban las tazas de té. El ambiente era tranquilo, casi acogedor, pero en el aire flotaba una sensación de despedida.Alanna dejó escapar un suspiro silencioso mientras jugaba con el borde de su taza. La conversación con Enrique la había hecho pensar demasiado. Había venido buscando respuestas, y en su lugar, se había dado cuenta de algo que llevaba tiempo negándose a ver.Leonardo podía ser frío, podía herirla con su indiferencia, pero eso no cambiaba el hecho de que ella lo extrañaba.¿Desde cuándo su felicidad dependía tanto de él?Ese pensamiento la inquietaba. No era justo. No debería ser así. Pero, por más que lo intentara, no podía negar lo que sentía.—Debo volver a casa —dijo finalmente, sin apartar la vista de su taza.Enrique se quedó en silencio por un instante, como si estuviera procesando sus palabras. Cuando habló, su voz fue tranquila, pero había algo en ella
La sala de conferencias del hotel más exclusivo de la ciudad estaba iluminada con una luz tenue y elegante. Un gran ventanal ofrecía una vista panorámica de la ciudad, pero ninguno de los presentes parecía interesado en la vista. La atención estaba centrada en la larga mesa de mármol donde se reunirían los empresarios más influyentes de la región.Leonardo llegó temprano, como siempre. Su presencia imponía respeto: el traje impecable, la mirada calculadora, la postura segura. Aunque no lo demostrara, la reunión de esta noche tenía un peso significativo. No solo porque definiría el futuro de su empresa, sino porque ciertos nombres en la lista de asistentes le resultaban especialmente incómodos.Y, como si el destino quisiera ponerlo a prueba, la puerta se abrió y un hombre entró con paso seguro.Enrique Raushe.El murmullo en la sala pareció disminuir un poco cuando él apareció. No se veían a menudo en círculos de negocios, pero era inevitable que en algún momento sus caminos se cruzar
Leonardo caminaba con paso firme hacia la salida cuando sintió la presencia de Enrique acercándose a su lado. El ambiente seguía cargado de tensión, pero ahora ya no era solo una disputa de negocios.Era algo más profundo. Algo personal.—Dime, Leonardo —Enrique habló con su tono casual, aunque su voz tenía un filo afilado como una navaja—, ¿siempre aceptas la derrota con tanta serenidad?Leonardo se detuvo en seco y giró lentamente el rostro hacia él. Su mirada era impasible, pero en su interior, algo se encendió. No porque hubiera perdido un contrato, sino porque entendía perfectamente la verdadera intención de Enrique.—No veo esto como una derrota —replicó con una calma peligrosa—. Las verdaderas victorias no siempre se miden en números.Enrique sonrió con suficiencia.—Oh, lo sé. A veces se miden en personas.El comentario cayó como una bomba entre ambos. Ahora sí, la guerra estaba declarada.Leonardo entrecerró los ojos y su expresión se volvió más fría, más calculadora.—Si tie
La puerta principal se abrió de golpe. El sonido retumbó por toda la mansión, anunciando la llegada de Leonardo con una intensidad que hizo que los pocos empleados en la casa se encogieran. Su rostro estaba endurecido, sus ojos oscuros brillaban con una furia contenida, y sus pasos eran pesados, casi amenazantes.Alanna, que se encontraba en la sala leyendo un libro, levantó la vista de inmediato. No necesitó más que una mirada para saber que algo estaba mal. Leonardo estaba molesto. No, más que molesto. Estaba furioso.Se puso de pie con cautela, dejando el libro sobre la mesa.—Leonardo…Él pasó de largo sin responder, quitándose la chaqueta con movimientos bruscos y lanzándola sobre un sillón sin preocuparse por la manera en que caía. Sus hombros estaban tensos, su mandíbula apretada.Alanna lo siguió hasta el salón contiguo, donde él se sirvió un vaso de whisky sin siquiera mirarla.—¿Qué sucede? —preguntó con suavidad, acercándose un poco más.Leonardo llevó el vaso a sus labios
El silencio de la madrugada envolvía la mansión como un velo pesado, pero dentro del despacho de Leonardo, la tensión era sofocante. Su mente era un campo de batalla, donde su orgullo herido chocaba contra la cruel realidad que Enrique le había arrojado al rostro."Yo me gané su corazón."Cada palabra de Enrique lo perseguía como una maldición. Lo hacían sentir algo que jamás en su vida había experimentado: la sensación de estar perdiendo.Con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, Leonardo giró su copa de whisky entre los dedos, observando cómo el líquido ámbar reflejaba la tenue luz de su lámpara de escritorio. Ese hombre se había atrevido a desafiarlo, a mirarlo con arrogancia y a hablar de Alanna como si fuera suya.Pero Alanna le pertenecía a él.Un golpe seco en la puerta lo sacó de su ensimismamiento.—Adelante —gruñó, con la voz cargada de impaciencia.La puerta se abrió y Mauricio entró con paso firme. A pesar de la hora, su traje gris oscuro estaba impecable, y en sus manos
Se plantó frente a él, con los brazos cruzados sobre su pecho y la mirada encendida por una mezcla de furia y dolor.—No puedes hacer esto, Leonardo.Su voz era firme, no temblaba, no suplicaba. Ordenaba.Leonardo levantó la mirada con lentitud, clavando sus ojos oscuros en ella. Había fuego en su expresión, pero era un fuego frío, calculador.—No tengo tiempo para esto, Alanna —su tono fue gélido, su mirada afilada.Pero Alanna no se dejó intimidar.—Pues lo harás.Avanzó un paso más, sin miedo, sin vacilación.—¿En qué carajos estás pensando?Leonardo se giró completamente hacia ella, con la mandíbula apretada, con los músculos tensos.—Estoy pensando en lo que es mío y en cómo protegerlo.Alanna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No por miedo, sino por la crudeza en su voz.—¿Protegerlo? —soltó una risa sarcástica—. ¿Así lo llamas?Leonardo entrecerró los ojos.—No tienes idea de lo que estás diciendo.—Lo sé mejor que tú.El ambiente se volvió más denso. Era un choque de
Alanna sintió que el aire se volvía espeso.—No digas estupideces.Pero Leonardo soltó una carcajada seca, cínica, con la mandíbula apretada. Estaba cegado, consumido por la idea de que ella lo estaba traicionando, de que ella estaba de su lado.—Claro… claro que no. Solo estás aquí, en mi casa, con mi apellido, pero defendiendo a mi enemigo.Alanna sintió un nudo de rabia en la garganta.—¡Esto no es por Enrique!—¡Todo lo que dices es por él! —rugió Leonardo, alzando la voz con una furia que hizo temblar las paredes—. ¡Vienes aquí a decirme qué debo hacer, a decirme que no lo toque, que no lo enfrente! ¿Quién carajos te crees para meterte en mis negocios, Alanna?!Alanna lo miró fijamente, con los ojos encendidos de enojo.—Soy tu esposa.Pero Leonardo soltó una risa sarcástica, una risa cruel.—¿Eres mi esposa?La forma en la que lo dijo, como si fuera una burla, como si no creyera en esas palabras, hizo que el estómago de Alanna se contrajera.—No actúas como una.Alanna sintió el