El silencio de la madrugada envolvía la mansión como un velo pesado, pero dentro del despacho de Leonardo, la tensión era sofocante. Su mente era un campo de batalla, donde su orgullo herido chocaba contra la cruel realidad que Enrique le había arrojado al rostro."Yo me gané su corazón."Cada palabra de Enrique lo perseguía como una maldición. Lo hacían sentir algo que jamás en su vida había experimentado: la sensación de estar perdiendo.Con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, Leonardo giró su copa de whisky entre los dedos, observando cómo el líquido ámbar reflejaba la tenue luz de su lámpara de escritorio. Ese hombre se había atrevido a desafiarlo, a mirarlo con arrogancia y a hablar de Alanna como si fuera suya.Pero Alanna le pertenecía a él.Un golpe seco en la puerta lo sacó de su ensimismamiento.—Adelante —gruñó, con la voz cargada de impaciencia.La puerta se abrió y Mauricio entró con paso firme. A pesar de la hora, su traje gris oscuro estaba impecable, y en sus manos
Se plantó frente a él, con los brazos cruzados sobre su pecho y la mirada encendida por una mezcla de furia y dolor.—No puedes hacer esto, Leonardo.Su voz era firme, no temblaba, no suplicaba. Ordenaba.Leonardo levantó la mirada con lentitud, clavando sus ojos oscuros en ella. Había fuego en su expresión, pero era un fuego frío, calculador.—No tengo tiempo para esto, Alanna —su tono fue gélido, su mirada afilada.Pero Alanna no se dejó intimidar.—Pues lo harás.Avanzó un paso más, sin miedo, sin vacilación.—¿En qué carajos estás pensando?Leonardo se giró completamente hacia ella, con la mandíbula apretada, con los músculos tensos.—Estoy pensando en lo que es mío y en cómo protegerlo.Alanna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No por miedo, sino por la crudeza en su voz.—¿Protegerlo? —soltó una risa sarcástica—. ¿Así lo llamas?Leonardo entrecerró los ojos.—No tienes idea de lo que estás diciendo.—Lo sé mejor que tú.El ambiente se volvió más denso. Era un choque de
Alanna sintió que el aire se volvía espeso.—No digas estupideces.Pero Leonardo soltó una carcajada seca, cínica, con la mandíbula apretada. Estaba cegado, consumido por la idea de que ella lo estaba traicionando, de que ella estaba de su lado.—Claro… claro que no. Solo estás aquí, en mi casa, con mi apellido, pero defendiendo a mi enemigo.Alanna sintió un nudo de rabia en la garganta.—¡Esto no es por Enrique!—¡Todo lo que dices es por él! —rugió Leonardo, alzando la voz con una furia que hizo temblar las paredes—. ¡Vienes aquí a decirme qué debo hacer, a decirme que no lo toque, que no lo enfrente! ¿Quién carajos te crees para meterte en mis negocios, Alanna?!Alanna lo miró fijamente, con los ojos encendidos de enojo.—Soy tu esposa.Pero Leonardo soltó una risa sarcástica, una risa cruel.—¿Eres mi esposa?La forma en la que lo dijo, como si fuera una burla, como si no creyera en esas palabras, hizo que el estómago de Alanna se contrajera.—No actúas como una.Alanna sintió el
Los días pasaron.Y Leonardo no volvió a casa.Al principio, Alanna intentó convencerse de que no le importaba. Se repitió una y otra vez que su orgullo valía más, que si Leonardo quería comportarse como un inmaduro y marcharse en medio de una discusión, entonces no merecía que ella se preocupara.Pero conforme pasaban las horas, conforme pasaban los días, la realidad se hizo insoportablemente evidente.La casa, antes llena de tensión y emociones intensas, ahora era solo un cascarón vacío. Silencioso.Sin él.Alanna no tenía un trabajo con el cual distraerse. No tenía reuniones, ni proyectos, ni oficinas a las cuales escapar. Su mundo giraba en torno a esa casa, a ese matrimonio. Y ahora, sin Leonardo en ella, sentía que todo se venía abajo.Los primeros días se dijo que él simplemente necesitaba espacio.Que tarde o temprano regresaría, que entraría por la puerta con la misma arrogancia de siempre, con ese porte imponente que llenaba cualquier habitación. Que la miraría con esa expre
Alanna no se quedó quieta. Después de lo que había pasado, después de tantos días sin saber nada de Leonardo, merecía respuestas. Si él no se las daba, entonces ella iba a buscarlas.Con paso firme, cruzó la recepción de la empresa, sin detenerse cuando la secretaria intentó interceptarla.—¡Señora Alanna! Ya le dije que el señor Leonardo no está disponible…—No me importa —respondió sin mirar atrás—. No vengo por él.La secretaria titubeó y luego simplemente la dejó pasar. Alanna se veía decidida.Pero la verdad era que no estaba segura de lo que esperaba encontrar.Cuando llegó a la oficina de Mauricio, golpeó la puerta con fuerza. No pensaba esperar a que la invitaran a entrar.—¿Señora Alanna? —El asistente de Leonardo la miró con sorpresa cuando irrumpió en su despacho.—¿Dónde está Leonardo? —preguntó sin rodeos.Mauricio dejó el bolígrafo sobre el escritorio y suspiró. Sabía que tarde o temprano esto pasaría.—Señora, yo…—No quiero excusas, Mauricio —lo interrumpió ella, cruzá
El sol aún brillaba en lo alto, pero Alanna sentía que el día se le hacía eterno.Había pasado la tarde encerrada en casa, incapaz de concentrarse en nada más que en los papeles de divorcio sobre la mesa. Los había leído una y otra vez, como si al hacerlo pudiera encontrar alguna señal de que Leonardo no hablaba en serio.Pero no la había.Cada palabra escrita en ese documento era una sentencia. Un golpe seco contra su pecho.Él realmente quería terminar con su matrimonio.El peso de esa realidad era tan abrumador que sentía que apenas podía respirar.Las palabras de Mauricio seguían retumbando en su cabeza:"Si estar con él la hacía infeliz, entonces lo mejor era separarse. Que no quería retenerla en un matrimonio donde no fuera feliz. Y que tal vez así podría encontrar la felicidad con Enrique."Y lo peor de todo había sido lo último que él le había dicho:"No soportaba verte cerca de otro hombre."Alanna apretó los labios, sintiendo una punzada en el pecho.¿Era eso lo que realment
Estaba el miedo.El miedo de haberlo perdido.El miedo de que, si firmaba esos papeles, nunca más podría recuperarlo.El miedo de que él realmente la viera como a una extraña, como a alguien con quien no valía la pena luchar.—Quiero que las cosas no sean así —susurró.Quería despertar y que todo esto fuera solo un malentendido.Quería que Leonardo la mirara como antes.Quería que todo este dolor desapareciera.—No quiero que Leonardo me vea como su enemiga —continuó, con la voz temblorosa.El silencio entre ellos se volvió denso, casi sofocante.Alanna frunció el ceño, confundida.—¿A qué te refieres, Enrique?Él no respondió de inmediato. Sus ojos, oscuros y serios, la observaban con una intensidad que le resultó inquietante.Algo dentro de ella se removió, como si estuviera a punto de escuchar algo que no estaba lista para aceptar.—Leonardo piensa que yo siento algo por ti —confesó de pronto, sin poder evitarlo.Enrique no reaccionó de inmediato. Su rostro no mostró sorpresa ni de
Alanna cerró la puerta de su casa y apoyó la espalda contra ella, sintiendo el peso de todo lo que había sucedido.Su pecho subía y bajaba con respiraciones irregulares.No podía creerlo.No podía procesarlo.Las palabras de Enrique seguían repitiéndose en su cabeza como un eco imposible de acallar."Alanna… te amo."Había sido real. No una alucinación. No un malentendido.Su mejor amigo, el hombre que había estado a su lado en los momentos más difíciles, la amaba desde siempre.Y ella…Ella jamás lo había visto venir.Se dejó caer sobre el sofá, presionando las yemas de los dedos contra sus sienes, como si pudiera ahuyentar la confusión con solo tocarse.¿Qué se suponía que debía hacer ahora?No tenía una respuesta.Los días pasaron, pero la inquietud permaneció.Por primera vez en su vida, evitó a Enrique.Dejó de responder sus mensajes.Cuando su teléfono sonaba con su nombre en la pantalla, el corazón le daba un vuelco… y aun así, no contestaba.No porque quisiera lastimarlo.Sino