Alanna no se quedó quieta. Después de lo que había pasado, después de tantos días sin saber nada de Leonardo, merecía respuestas. Si él no se las daba, entonces ella iba a buscarlas.Con paso firme, cruzó la recepción de la empresa, sin detenerse cuando la secretaria intentó interceptarla.—¡Señora Alanna! Ya le dije que el señor Leonardo no está disponible…—No me importa —respondió sin mirar atrás—. No vengo por él.La secretaria titubeó y luego simplemente la dejó pasar. Alanna se veía decidida.Pero la verdad era que no estaba segura de lo que esperaba encontrar.Cuando llegó a la oficina de Mauricio, golpeó la puerta con fuerza. No pensaba esperar a que la invitaran a entrar.—¿Señora Alanna? —El asistente de Leonardo la miró con sorpresa cuando irrumpió en su despacho.—¿Dónde está Leonardo? —preguntó sin rodeos.Mauricio dejó el bolígrafo sobre el escritorio y suspiró. Sabía que tarde o temprano esto pasaría.—Señora, yo…—No quiero excusas, Mauricio —lo interrumpió ella, cruzá
El sol aún brillaba en lo alto, pero Alanna sentía que el día se le hacía eterno.Había pasado la tarde encerrada en casa, incapaz de concentrarse en nada más que en los papeles de divorcio sobre la mesa. Los había leído una y otra vez, como si al hacerlo pudiera encontrar alguna señal de que Leonardo no hablaba en serio.Pero no la había.Cada palabra escrita en ese documento era una sentencia. Un golpe seco contra su pecho.Él realmente quería terminar con su matrimonio.El peso de esa realidad era tan abrumador que sentía que apenas podía respirar.Las palabras de Mauricio seguían retumbando en su cabeza:"Si estar con él la hacía infeliz, entonces lo mejor era separarse. Que no quería retenerla en un matrimonio donde no fuera feliz. Y que tal vez así podría encontrar la felicidad con Enrique."Y lo peor de todo había sido lo último que él le había dicho:"No soportaba verte cerca de otro hombre."Alanna apretó los labios, sintiendo una punzada en el pecho.¿Era eso lo que realment
Estaba el miedo.El miedo de haberlo perdido.El miedo de que, si firmaba esos papeles, nunca más podría recuperarlo.El miedo de que él realmente la viera como a una extraña, como a alguien con quien no valía la pena luchar.—Quiero que las cosas no sean así —susurró.Quería despertar y que todo esto fuera solo un malentendido.Quería que Leonardo la mirara como antes.Quería que todo este dolor desapareciera.—No quiero que Leonardo me vea como su enemiga —continuó, con la voz temblorosa.El silencio entre ellos se volvió denso, casi sofocante.Alanna frunció el ceño, confundida.—¿A qué te refieres, Enrique?Él no respondió de inmediato. Sus ojos, oscuros y serios, la observaban con una intensidad que le resultó inquietante.Algo dentro de ella se removió, como si estuviera a punto de escuchar algo que no estaba lista para aceptar.—Leonardo piensa que yo siento algo por ti —confesó de pronto, sin poder evitarlo.Enrique no reaccionó de inmediato. Su rostro no mostró sorpresa ni de
Alanna cerró la puerta de su casa y apoyó la espalda contra ella, sintiendo el peso de todo lo que había sucedido.Su pecho subía y bajaba con respiraciones irregulares.No podía creerlo.No podía procesarlo.Las palabras de Enrique seguían repitiéndose en su cabeza como un eco imposible de acallar."Alanna… te amo."Había sido real. No una alucinación. No un malentendido.Su mejor amigo, el hombre que había estado a su lado en los momentos más difíciles, la amaba desde siempre.Y ella…Ella jamás lo había visto venir.Se dejó caer sobre el sofá, presionando las yemas de los dedos contra sus sienes, como si pudiera ahuyentar la confusión con solo tocarse.¿Qué se suponía que debía hacer ahora?No tenía una respuesta.Los días pasaron, pero la inquietud permaneció.Por primera vez en su vida, evitó a Enrique.Dejó de responder sus mensajes.Cuando su teléfono sonaba con su nombre en la pantalla, el corazón le daba un vuelco… y aun así, no contestaba.No porque quisiera lastimarlo.Sino
La mansión de Enrique resplandecía con un lujo imponente. Cada detalle había sido cuidadosamente planeado para reunir a las figuras más influyentes del mundo empresarial y social. A medida que la noche avanzaba, los automóviles de lujo se alineaban en la extensa avenida privada, dejando en la entrada a distinguidos hombres y mujeres vestidos con la más absoluta elegancia.Desde la gran escalinata de mármol, la música en vivo de los músicos llenaba el ambiente, acompañada por el suave murmullo de las conversaciones. Al ingresar, los invitados eran recibidos por un vestíbulo decorado con enormes arreglos florales en tonos blancos y dorados, candelabros que proyectaban un brillo cálido sobre las paredes y una selección de vinos añejos que circulaban en bandejas de plata.Enrique se aseguraba de recibir personalmente a cada uno de sus invitados más importantes, mostrando su acostumbrado carisma y dominio de la situación. Alanna respiró hondo, tratando de ignorar la tensión que le oprimía
La música suave flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo de conversaciones y el tintineo de copas. Alanna se movía entre los invitados con una elegancia calculada, evitando permanecer demasiado tiempo en un solo lugar. Sabía que Enrique estaba cerca. Lo sentía. Su mirada ardiente sobre ella, como un peso invisible que la hacía sentir atrapada.No podía enfrentarlo. No después de todo.—Alanna.La voz de Enrique se alzó entre el bullicio, firme y segura.Alanna cerró los ojos un segundo antes de girarse lentamente. Lo encontró de pie a pocos metros, mirándola con esa intensidad que la desarmaba. Vestía un traje oscuro perfectamente ajustado a su cuerpo, su postura era relajada, pero sus ojos... sus ojos le exigían una conversación que ella no estaba lista para tener.—Enrique —respondió con una leve inclinación de cabeza, fingiendo calma.—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó, dando un paso hacia ella.Alanna sostuvo su copa con más fuerza.—Estoy ocupada.Él esbozó una l
El silencio en la biblioteca era tan denso que Alanna sintió que podía ahogarse en él.Había intentado marcharse, pero la voz de Enrique la detuvo antes de que pudiera dar otro paso.—Alanna, espera…Algo en su tono la hizo detenerse, aunque su instinto le gritaba que siguiera caminando.No quería escucharlo.No quería enfrentar lo que había sucedido hace unos minutos, las palabras que habían cambiado por completo la relación entre ellos.Pero entonces sintió su mano envolviendo la suya.El contacto fue firme, pero no agresivo. Era una súplica silenciosa.Ella giró lentamente, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.Los ojos de Enrique brillaban con una mezcla de dolor y resignación.—Perdóname —susurró—. Perdóname por haberte dicho lo que siento. Por haber arruinado nuestra amistad con mi confesión.Alanna sintió una punzada en el pecho.Él… ¿se estaba disculpando?No entendía por qué, pero esas palabras le dolieron más de lo que esperaba.—Enrique, yo…—No tienes que decir
El silencio se hizo pesado en la biblioteca.Allison sonrió con malicia y, con un gesto teatral, señaló hacia la puerta.—Si no me creen a mí —dijo con una sonrisa venenosa—, entonces tal vez escuchen a alguien cuya palabra no puede ser cuestionada.Los invitados intercambiaron miradas expectantes. Miguel Sinisterra cruzó los brazos con expresión severa, mientras su madre, la señora Sinisterra, observaba con una mezcla de incomodidad y tristeza.Entonces, una figura vestida de negro avanzó con paso firme entre los invitados. La luz de la biblioteca iluminó su rostro severo, sus ojos fríos y su porte rígido.Alanna sintió un nudo en el estómago.La hermana Beatriz.Una de las monjas más antiguas y respetadas del convento… y la que más disfrutó hacerle la vida imposible.Allison sonrió al verla detenerse junto a ella.—Hermana Beatriz —dijo con un tono dulce y falso—, por favor, dígale a todos la verdad sobre mi hermana.La monja inclinó ligeramente la cabeza y luego dirigió su mirada g