El silencio en la biblioteca era tan denso que Alanna sintió que podía ahogarse en él.Había intentado marcharse, pero la voz de Enrique la detuvo antes de que pudiera dar otro paso.—Alanna, espera…Algo en su tono la hizo detenerse, aunque su instinto le gritaba que siguiera caminando.No quería escucharlo.No quería enfrentar lo que había sucedido hace unos minutos, las palabras que habían cambiado por completo la relación entre ellos.Pero entonces sintió su mano envolviendo la suya.El contacto fue firme, pero no agresivo. Era una súplica silenciosa.Ella giró lentamente, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.Los ojos de Enrique brillaban con una mezcla de dolor y resignación.—Perdóname —susurró—. Perdóname por haberte dicho lo que siento. Por haber arruinado nuestra amistad con mi confesión.Alanna sintió una punzada en el pecho.Él… ¿se estaba disculpando?No entendía por qué, pero esas palabras le dolieron más de lo que esperaba.—Enrique, yo…—No tienes que decir
El silencio se hizo pesado en la biblioteca.Allison sonrió con malicia y, con un gesto teatral, señaló hacia la puerta.—Si no me creen a mí —dijo con una sonrisa venenosa—, entonces tal vez escuchen a alguien cuya palabra no puede ser cuestionada.Los invitados intercambiaron miradas expectantes. Miguel Sinisterra cruzó los brazos con expresión severa, mientras su madre, la señora Sinisterra, observaba con una mezcla de incomodidad y tristeza.Entonces, una figura vestida de negro avanzó con paso firme entre los invitados. La luz de la biblioteca iluminó su rostro severo, sus ojos fríos y su porte rígido.Alanna sintió un nudo en el estómago.La hermana Beatriz.Una de las monjas más antiguas y respetadas del convento… y la que más disfrutó hacerle la vida imposible.Allison sonrió al verla detenerse junto a ella.—Hermana Beatriz —dijo con un tono dulce y falso—, por favor, dígale a todos la verdad sobre mi hermana.La monja inclinó ligeramente la cabeza y luego dirigió su mirada g
El frío de la noche golpeó el rostro de Alanna cuando logró salir de la mansión.Su mirada desesperada se clavó en la figura de Leonardo, quien caminaba con paso decidido hacia su coche, ignorando sus llamados, sin detenerse, sin siquiera voltear.—¡Leonardo! ¡Por favor, escúchame! —gritó, su voz quebrada por la angustia.Pero él no se inmutó.Alanna corrió tras él, sintiendo que el tiempo se le escapaba de las manos. Su vestido largo se enredaba en sus piernas, sus tacones hacían que cada paso fuera una batalla, pero no le importaba.Tenía que alcanzarlo.—¡Leonardo, detente! —rogó, pero el sonido del motor encendiéndose ahogó su súplica.Con el corazón en la garganta, se apresuró a dar un último paso… pero no vio la irregularidad en el suelo.Un solo tropiezo bastó.Sus tacones resbalaron, su equilibrio se perdió en un instante y su cuerpo cayó de rodillas sobre el frío pavimento. Sus manos intentaron amortiguar el golpe, pero el impacto la dejó aturdida, su respiración entrecortada
Alanna tomó aire, cerró los ojos un instante y luego los volvió a abrir, fijándolos en los de él.—Toda mi vida aprendí a esconder lo que sentía —su voz salió baja, pero firme—. A fingir que nada me afectaba, porque cada vez que lo mostraba… me lo arrebataban.Las palabras le dolían en la garganta, como si se resistieran a salir.—Me acostumbré a no esperar nada de nadie. A no confiar. A no permitirme querer demasiado.Leonardo la escuchaba sin interrumpir, su expresión era indescifrable, pero sus ojos… sus ojos reflejaban algo más. Algo profundo, algo que la hacía sentir vulnerable, pero no de una manera que la asustara.Por primera vez en su vida, sintió que podía hablar y que alguien realmente la estaba escuchando.—Pero contigo… —Alanna tragó saliva, su pecho subía y bajaba con fuerza—. Contigo nunca ha sido fácil fingir.Se mordió el labio, desviando la mirada, pero Leonardo extendió una mano y le acarició la mejilla con la yema de los dedos, obligándola a volver a mirarlo.Ese g
La luna nueva empezó a iluminar la noche cuando Leonardo y Alanna llegaron a la mansión. La brisa matutina era fresca, pero no podía apagar el fuego que aún ardía entre ellos.La mansión estaba en absoluto silencio cuando llegaron. Solo el sonido de sus pasos resonaba en los pasillos, creando una atmósfera cargada de tensión y algo más… algo que flotaba entre ellos, latente, esperando el momento exacto para desbordarse.Leonardo cerró la puerta tras ellos y, sin soltar la mano de Alanna, la miró con intensidad. Ella sentía su piel ardiendo bajo su tacto, pero no apartó la mirada. No esta vez.—No quiero que vuelvas a huir de mí —murmuró él, con voz ronca.Alanna tragó saliva, sintiendo cómo su corazón martilleaba contra su pecho.—No voy a hacerlo —susurró.Leonardo soltó un leve suspiro, como si aquellas palabras fueran lo único que necesitaba escuchar. Con una lentitud casi tortuosa, alzó su mano y deslizó los dedos por el rostro de Alanna, trazando el contorno de su mejilla con una
La tarde se filtraba a través de los ventanales, bañando la habitación con un resplandor cálido y sereno. Leonardo sostenía una pequeña caja aterciopelada entre sus manos, observándola en silencio antes de levantar la mirada hacia Alanna. Ella estaba sentada en el sofá, con una expresión de calma, sin sospechar lo que él estaba a punto de hacer.—Quiero darte algo —dijo finalmente, acercándose con paso firme.Alanna frunció el ceño, intrigada, mientras él se sentaba a su lado y colocaba la caja en su regazo.—¿Qué es esto? —preguntó, recorriendo la superficie suave con la punta de los dedos.Leonardo no respondió de inmediato. Esperó a que ella abriera la caja, dejando que el peso del momento hablara por sí solo.Alanna contuvo la respiración cuando sus ojos se encontraron con un collar de oro blanco con un zafiro azul en el centro, rodeado de delicados diamantes. Era una pieza hermosa, elegante, pero sobre todo, tenía una historia.—Este collar perteneció a mi madre —murmuró Leonardo
Alanna se encontraba en la sala, acomodando algunas flores en un jarrón mientras Leonardo revisaba unos documentos en el sofá. La tarde avanzaba con lentitud, y una suave luz anaranjada se filtraba por las ventanas, dándole un aire cálido y acogedor a la casa.—Leonardo… —dijo Alanna con cautela, acomodando un lirio entre los demás—. Estaba pensando en algo.Él levantó la mirada de los papeles y la observó con atención.—¿Qué cosa?Alanna giró sobre sus talones y lo miró con una leve sonrisa.—Creo que sería bueno que invites a Bárbara y a Sabrina a cenar.El rostro de Leonardo se endureció casi de inmediato. Su mandíbula se tensó levemente, y la pluma que sostenía en su mano se quedó inmóvil sobre el papel.—¿Para qué? —preguntó con un tono más seco de lo habitual.Alanna suspiró y se acercó a él, sentándose a su lado en el sofá.—Porque son tu familia, Leonardo. Son las únicas que tienes —explicó con suavidad—. Sé que no eres precisamente cercano a ellas, pero creo que deberías inte
Alanna sostuvo la mirada de Bárbara y luego dirigió sus ojos a Sabrina, que la observaba con una mezcla de desconfianza y curiosidad.—No hay mucho que decir —comenzó, con la voz firme—. Todo lo que se ha dicho sobre Enrique y sobre mí son solo mentiras. Un malentendido provocado por personas que solo quieren verme acabada.Sabrina dejó escapar una risa sarcástica.—¿Un malentendido? Qué conveniente.Alanna no se inmutó ante su incredulidad. En otro momento, tal vez se habría sentido herida, pero ahora tenía claro lo que realmente importaba.—Puedes creer lo que quieras, Sabrina —respondió con calma, pero con una firmeza cortante—. No voy a perder el tiempo tratando de convencerte.Sabrina entrecerró los ojos, sorprendida por la seguridad en las palabras de Alanna.—¿Y entonces? ¿Qué esperas que hagamos? ¿Simplemente ignoremos todo lo que se ha dicho?Alanna sonrió con frialdad.—No me importa lo que piensen los demás. Lo único que importa es que Leonardo me crea.Al decir esto, miró