La cena había terminado, y aunque la conversación había estado llena de momentos tensos, todo se había mantenido en un equilibrio delicado. Alanna, con su actitud firme y tranquila, no había retrocedido ante la desconfianza de Sabrina ni ante la frialdad de Bárbara.Leonardo, por su parte, observaba cada interacción con atención, como si midiera cada reacción, cada palabra no dicha.—Gracias por venir —dijo finalmente Alanna cuando Bárbara y Sabrina se levantaron de la mesa.No lo decía por compromiso. Realmente lo agradecía. Sabía lo mucho que a Leonardo le costaba abrirse a su familia, y aunque la relación con su tía y su prima no era la más cálida, aún eran su único vínculo de sangre.Bárbara asintió con elegancia, sin demostrar mayor emoción. Pero cuando estaba por tomar su abrigo, algo la hizo detenerse.Alanna, sin darse cuenta, había comenzado a recoger la mesa con naturalidad. No delegó la tarea a nadie, ni siquiera miró a Leonardo para que le ayudara. Simplemente tomó los pla
Alanna cortó un pedazo de pastel con calma, llevándose el tenedor a los labios mientras cerraba los ojos para saborear cada bocado. Era dulce, suave, con un ligero toque cítrico que contrastaba perfectamente con la crema.Frente a ella, Sabrina la observaba sin decir nada, su ceño ligeramente fruncido. Estaba recostada en el sofá con la pierna vendada en alto, sus brazos cruzados con visible desdén. Pero, aunque no decía nada, sus ojos traicionaban su curiosidad.Alanna no se apresuró en hablar. Disfrutó otro bocado antes de alzar la vista y notar cómo la mirada de Sabrina seguía fugazmente cada uno de sus movimientos.—Si quieres, puedo dejarte un poco —dijo con tono casual, partiendo otro pedazo y colocando el plato a un lado.Sabrina desvió la mirada, como si no le importara en absoluto, pero Alanna vio cómo sus dedos se tensaban sobre el reposabrazos del sofá.—No necesito que me des nada —respondió con sequedad.Alanna se encogió de hombros con tranquilidad.—No es una cuestión d
El silencio en la casa se hacía cada vez más pesado. La lluvia seguía cayendo con insistencia en el exterior, mientras en el interior, Sabrina y Alanna parecían librar una batalla silenciosa con miradas furtivas y palabras contenidas.Sabrina, con su expresión endurecida, dejó escapar un suspiro y comenzó a levantarse del sofá con evidente esfuerzo. Su pierna herida aún le molestaba, pero no quería admitirlo, mucho menos frente a Alanna.—¿Necesitas ayuda? —preguntó Alanna con tono neutral, sin moverse de su lugar.—No —respondió Sabrina de inmediato, con un deje de irritación.Se apoyó en el reposabrazos del sofá y comenzó a caminar hacia las escaleras con pasos firmes, aunque torpes.Alanna la siguió con la mirada, sin insistir más. Conocía bien a personas como ella: orgullosas, testarudas, incapaces de aceptar ayuda, incluso cuando la necesitaban.Cuando Sabrina llegó al primer escalón, vaciló apenas un segundo antes de intentar subir. Pero en cuanto puso su peso sobre la pierna eq
El tiempo pasó sin grandes sobresaltos. Una semana después del accidente de Sabrina, la dinámica en la casa había cambiado de manera sutil, pero evidente. Al principio, la joven seguía manteniendo su actitud distante con Alanna, respondiendo con monosílabos y evitando cualquier conversación innecesaria. Pero poco a poco, sus acciones comenzaron a contradecir su frialdad.Dejó de rechazar la comida que Alanna preparaba. Si bien no lo admitía en voz alta, comía sin quejarse y hasta parecía disfrutarlo. También dejó de lanzar miradas despectivas o de responder con sarcasmos cada vez que Alanna le hablaba. No es que fuera cálida, pero ya no había tanto filo en su voz.Leonardo, quien había estado ocupado con asuntos de trabajo, no había prestado demasiada atención a estos cambios hasta que una tarde, al regresar a casa, notó algo extraño.Entró a la sala y encontró a Sabrina sentada en el sofá con una taza de té en las manos. A su lado, Alanna hojeaba una revista sin parecer incómoda por
Leonardo ajustó las mancuernas de su camisa mientras observaba su reflejo en el espejo de su oficina. No era un hombre que se inmutara fácilmente, pero esta reunión tenía un peso especial. Durante años, había trabajado en sociedad con una de las mentes más influyentes del mundo empresarial, alguien que, a pesar de su gran impacto en la compañía, siempre había permanecido en las sombras.Hasta hoy.El mensaje que recibió en la mañana fue claro: "He llegado al país. Es hora de vernos en persona."Leonardo no era un hombre que se dejara impresionar fácilmente, pero incluso él sentía cierta curiosidad. Desde el inicio de su sociedad, este individuo había manejado sus asuntos con un nivel de secretismo admirable. Nunca una foto, nunca una aparición pública. Todo lo que sabía de él eran sus movimientos estratégicos y la forma en que sus inversiones parecían siempre adelantarse al mercado.Al salir de su oficina, su asistente lo esperaba con una carpeta en la mano.—Señor, el socio ya ha lle
Leonardo permaneció de pie por unos minutos, mirando la puerta cerrada tras la salida de Alexa. El aire en la oficina parecía denso, cargado con una tensión que no lograba disiparse. Respiró profundamente, intentando calmar la tormenta interna que comenzaba a desatarse dentro de él.Lo que acababa de suceder lo había dejado atónito. Enfrentarse a Alexa nuevamente había revivido viejas heridas, recuerdos que creía enterrados bajo años de indiferencia y dolor. La última vez que la vio, ella se había ido, sin dar explicaciones, dejándolo atrás después de la muerte de sus padres. En ese momento, su única prioridad fue protegerla, alejarla del sufrimiento de su mundo roto, aunque su corazón gritara en silencio.No había podido soportar verla más cerca de su dolor. Fue un acto egoísta, lo sabía. Decidió que lo mejor para ella era que se alejara, aunque no era lo que él quería. Pero ella no le dio la oportunidad de explicarse, ni de comprender lo que realmente pasaba. Simplemente se fue al e
Leonardo no podía dormir.A su lado, Alanna dormía plácidamente, con el rostro relajado bajo la tenue luz de la habitación. Su respiración tranquila le transmitía la paz que él mismo no podía encontrar esa noche. Se giró con cuidado para no despertarla y fijó la mirada en el techo.Todo había estado en orden. Su vida, su matrimonio, su empresa. Hasta que Alexa apareció de nuevo.Se frotó el rostro con frustración. No era rabia, no era nostalgia. Era preocupación. ¿Por qué había vuelto? ¿Qué buscaba? Después de tantos años, su regreso no podía ser una coincidencia.Durante la cena con Alanna y su prima Sabrina, había hecho todo lo posible por actuar como si nada. Hablaba, manteniendo la conversación ligera, evitaba que su esposa notara su distracción. Pero por dentro, su mente no dejaba de repetir la misma escena: Alexa en su oficina, su voz, su presencia trayendo consigo un pasado que él creía enterrado.Miró a Alanna, su esposa, la mujer con la que había construido un hogar. La amaba
Bárbara ajustó la bufanda sobre sus hombros mientras ayudaba a Sabrina a entrar al auto. Su hija la abrazó con fuerza antes de acomodarse en el asiento trasero.Cuando cerró la puerta del vehículo, se giró para ver a Leonardo y Alanna de pie en la entrada de la mansión. Leonardo, con los brazos cruzados, mantenía su habitual expresión impasible, mientras Alanna, con su postura elegante, los observaba con cortesía, aunque sin emoción.—Gracias por cuidar de Sabrina en mi ausencia —dijo Bárbara, mirando a su sobrino y luego a Alanna.—No hay de qué —respondió Alanna, su tono amable pero distante.Bárbara asintió, pero antes de que pudiera agregar algo, su teléfono vibró en su bolso. Su rostro cambió al ver el nombre en la pantalla.Alexa.Un escalofrío recorrió su espalda. Hacía años que no recibía una llamada de ella. Sintió la mirada de Leonardo sobre ella, fija, inquisitiva.El aire pareció volverse más denso cuando contestó.—¿Hola?El silencio del otro lado fue breve, pero cargado