Alanna tomó aire, cerró los ojos un instante y luego los volvió a abrir, fijándolos en los de él.—Toda mi vida aprendí a esconder lo que sentía —su voz salió baja, pero firme—. A fingir que nada me afectaba, porque cada vez que lo mostraba… me lo arrebataban.Las palabras le dolían en la garganta, como si se resistieran a salir.—Me acostumbré a no esperar nada de nadie. A no confiar. A no permitirme querer demasiado.Leonardo la escuchaba sin interrumpir, su expresión era indescifrable, pero sus ojos… sus ojos reflejaban algo más. Algo profundo, algo que la hacía sentir vulnerable, pero no de una manera que la asustara.Por primera vez en su vida, sintió que podía hablar y que alguien realmente la estaba escuchando.—Pero contigo… —Alanna tragó saliva, su pecho subía y bajaba con fuerza—. Contigo nunca ha sido fácil fingir.Se mordió el labio, desviando la mirada, pero Leonardo extendió una mano y le acarició la mejilla con la yema de los dedos, obligándola a volver a mirarlo.Ese g
La luna nueva empezó a iluminar la noche cuando Leonardo y Alanna llegaron a la mansión. La brisa matutina era fresca, pero no podía apagar el fuego que aún ardía entre ellos.La mansión estaba en absoluto silencio cuando llegaron. Solo el sonido de sus pasos resonaba en los pasillos, creando una atmósfera cargada de tensión y algo más… algo que flotaba entre ellos, latente, esperando el momento exacto para desbordarse.Leonardo cerró la puerta tras ellos y, sin soltar la mano de Alanna, la miró con intensidad. Ella sentía su piel ardiendo bajo su tacto, pero no apartó la mirada. No esta vez.—No quiero que vuelvas a huir de mí —murmuró él, con voz ronca.Alanna tragó saliva, sintiendo cómo su corazón martilleaba contra su pecho.—No voy a hacerlo —susurró.Leonardo soltó un leve suspiro, como si aquellas palabras fueran lo único que necesitaba escuchar. Con una lentitud casi tortuosa, alzó su mano y deslizó los dedos por el rostro de Alanna, trazando el contorno de su mejilla con una
La tarde se filtraba a través de los ventanales, bañando la habitación con un resplandor cálido y sereno. Leonardo sostenía una pequeña caja aterciopelada entre sus manos, observándola en silencio antes de levantar la mirada hacia Alanna. Ella estaba sentada en el sofá, con una expresión de calma, sin sospechar lo que él estaba a punto de hacer.—Quiero darte algo —dijo finalmente, acercándose con paso firme.Alanna frunció el ceño, intrigada, mientras él se sentaba a su lado y colocaba la caja en su regazo.—¿Qué es esto? —preguntó, recorriendo la superficie suave con la punta de los dedos.Leonardo no respondió de inmediato. Esperó a que ella abriera la caja, dejando que el peso del momento hablara por sí solo.Alanna contuvo la respiración cuando sus ojos se encontraron con un collar de oro blanco con un zafiro azul en el centro, rodeado de delicados diamantes. Era una pieza hermosa, elegante, pero sobre todo, tenía una historia.—Este collar perteneció a mi madre —murmuró Leonardo
Alanna se encontraba en la sala, acomodando algunas flores en un jarrón mientras Leonardo revisaba unos documentos en el sofá. La tarde avanzaba con lentitud, y una suave luz anaranjada se filtraba por las ventanas, dándole un aire cálido y acogedor a la casa.—Leonardo… —dijo Alanna con cautela, acomodando un lirio entre los demás—. Estaba pensando en algo.Él levantó la mirada de los papeles y la observó con atención.—¿Qué cosa?Alanna giró sobre sus talones y lo miró con una leve sonrisa.—Creo que sería bueno que invites a Bárbara y a Sabrina a cenar.El rostro de Leonardo se endureció casi de inmediato. Su mandíbula se tensó levemente, y la pluma que sostenía en su mano se quedó inmóvil sobre el papel.—¿Para qué? —preguntó con un tono más seco de lo habitual.Alanna suspiró y se acercó a él, sentándose a su lado en el sofá.—Porque son tu familia, Leonardo. Son las únicas que tienes —explicó con suavidad—. Sé que no eres precisamente cercano a ellas, pero creo que deberías inte
Alanna sostuvo la mirada de Bárbara y luego dirigió sus ojos a Sabrina, que la observaba con una mezcla de desconfianza y curiosidad.—No hay mucho que decir —comenzó, con la voz firme—. Todo lo que se ha dicho sobre Enrique y sobre mí son solo mentiras. Un malentendido provocado por personas que solo quieren verme acabada.Sabrina dejó escapar una risa sarcástica.—¿Un malentendido? Qué conveniente.Alanna no se inmutó ante su incredulidad. En otro momento, tal vez se habría sentido herida, pero ahora tenía claro lo que realmente importaba.—Puedes creer lo que quieras, Sabrina —respondió con calma, pero con una firmeza cortante—. No voy a perder el tiempo tratando de convencerte.Sabrina entrecerró los ojos, sorprendida por la seguridad en las palabras de Alanna.—¿Y entonces? ¿Qué esperas que hagamos? ¿Simplemente ignoremos todo lo que se ha dicho?Alanna sonrió con frialdad.—No me importa lo que piensen los demás. Lo único que importa es que Leonardo me crea.Al decir esto, miró
La cena había terminado, y aunque la conversación había estado llena de momentos tensos, todo se había mantenido en un equilibrio delicado. Alanna, con su actitud firme y tranquila, no había retrocedido ante la desconfianza de Sabrina ni ante la frialdad de Bárbara.Leonardo, por su parte, observaba cada interacción con atención, como si midiera cada reacción, cada palabra no dicha.—Gracias por venir —dijo finalmente Alanna cuando Bárbara y Sabrina se levantaron de la mesa.No lo decía por compromiso. Realmente lo agradecía. Sabía lo mucho que a Leonardo le costaba abrirse a su familia, y aunque la relación con su tía y su prima no era la más cálida, aún eran su único vínculo de sangre.Bárbara asintió con elegancia, sin demostrar mayor emoción. Pero cuando estaba por tomar su abrigo, algo la hizo detenerse.Alanna, sin darse cuenta, había comenzado a recoger la mesa con naturalidad. No delegó la tarea a nadie, ni siquiera miró a Leonardo para que le ayudara. Simplemente tomó los pla
Alanna cortó un pedazo de pastel con calma, llevándose el tenedor a los labios mientras cerraba los ojos para saborear cada bocado. Era dulce, suave, con un ligero toque cítrico que contrastaba perfectamente con la crema.Frente a ella, Sabrina la observaba sin decir nada, su ceño ligeramente fruncido. Estaba recostada en el sofá con la pierna vendada en alto, sus brazos cruzados con visible desdén. Pero, aunque no decía nada, sus ojos traicionaban su curiosidad.Alanna no se apresuró en hablar. Disfrutó otro bocado antes de alzar la vista y notar cómo la mirada de Sabrina seguía fugazmente cada uno de sus movimientos.—Si quieres, puedo dejarte un poco —dijo con tono casual, partiendo otro pedazo y colocando el plato a un lado.Sabrina desvió la mirada, como si no le importara en absoluto, pero Alanna vio cómo sus dedos se tensaban sobre el reposabrazos del sofá.—No necesito que me des nada —respondió con sequedad.Alanna se encogió de hombros con tranquilidad.—No es una cuestión d
El silencio en la casa se hacía cada vez más pesado. La lluvia seguía cayendo con insistencia en el exterior, mientras en el interior, Sabrina y Alanna parecían librar una batalla silenciosa con miradas furtivas y palabras contenidas.Sabrina, con su expresión endurecida, dejó escapar un suspiro y comenzó a levantarse del sofá con evidente esfuerzo. Su pierna herida aún le molestaba, pero no quería admitirlo, mucho menos frente a Alanna.—¿Necesitas ayuda? —preguntó Alanna con tono neutral, sin moverse de su lugar.—No —respondió Sabrina de inmediato, con un deje de irritación.Se apoyó en el reposabrazos del sofá y comenzó a caminar hacia las escaleras con pasos firmes, aunque torpes.Alanna la siguió con la mirada, sin insistir más. Conocía bien a personas como ella: orgullosas, testarudas, incapaces de aceptar ayuda, incluso cuando la necesitaban.Cuando Sabrina llegó al primer escalón, vaciló apenas un segundo antes de intentar subir. Pero en cuanto puso su peso sobre la pierna eq