La sala de conferencias del hotel más exclusivo de la ciudad estaba iluminada con una luz tenue y elegante. Un gran ventanal ofrecía una vista panorámica de la ciudad, pero ninguno de los presentes parecía interesado en la vista. La atención estaba centrada en la larga mesa de mármol donde se reunirían los empresarios más influyentes de la región.Leonardo llegó temprano, como siempre. Su presencia imponía respeto: el traje impecable, la mirada calculadora, la postura segura. Aunque no lo demostrara, la reunión de esta noche tenía un peso significativo. No solo porque definiría el futuro de su empresa, sino porque ciertos nombres en la lista de asistentes le resultaban especialmente incómodos.Y, como si el destino quisiera ponerlo a prueba, la puerta se abrió y un hombre entró con paso seguro.Enrique Raushe.El murmullo en la sala pareció disminuir un poco cuando él apareció. No se veían a menudo en círculos de negocios, pero era inevitable que en algún momento sus caminos se cruzar
Leonardo caminaba con paso firme hacia la salida cuando sintió la presencia de Enrique acercándose a su lado. El ambiente seguía cargado de tensión, pero ahora ya no era solo una disputa de negocios.Era algo más profundo. Algo personal.—Dime, Leonardo —Enrique habló con su tono casual, aunque su voz tenía un filo afilado como una navaja—, ¿siempre aceptas la derrota con tanta serenidad?Leonardo se detuvo en seco y giró lentamente el rostro hacia él. Su mirada era impasible, pero en su interior, algo se encendió. No porque hubiera perdido un contrato, sino porque entendía perfectamente la verdadera intención de Enrique.—No veo esto como una derrota —replicó con una calma peligrosa—. Las verdaderas victorias no siempre se miden en números.Enrique sonrió con suficiencia.—Oh, lo sé. A veces se miden en personas.El comentario cayó como una bomba entre ambos. Ahora sí, la guerra estaba declarada.Leonardo entrecerró los ojos y su expresión se volvió más fría, más calculadora.—Si tie
La puerta principal se abrió de golpe. El sonido retumbó por toda la mansión, anunciando la llegada de Leonardo con una intensidad que hizo que los pocos empleados en la casa se encogieran. Su rostro estaba endurecido, sus ojos oscuros brillaban con una furia contenida, y sus pasos eran pesados, casi amenazantes.Alanna, que se encontraba en la sala leyendo un libro, levantó la vista de inmediato. No necesitó más que una mirada para saber que algo estaba mal. Leonardo estaba molesto. No, más que molesto. Estaba furioso.Se puso de pie con cautela, dejando el libro sobre la mesa.—Leonardo…Él pasó de largo sin responder, quitándose la chaqueta con movimientos bruscos y lanzándola sobre un sillón sin preocuparse por la manera en que caía. Sus hombros estaban tensos, su mandíbula apretada.Alanna lo siguió hasta el salón contiguo, donde él se sirvió un vaso de whisky sin siquiera mirarla.—¿Qué sucede? —preguntó con suavidad, acercándose un poco más.Leonardo llevó el vaso a sus labios
El silencio de la madrugada envolvía la mansión como un velo pesado, pero dentro del despacho de Leonardo, la tensión era sofocante. Su mente era un campo de batalla, donde su orgullo herido chocaba contra la cruel realidad que Enrique le había arrojado al rostro."Yo me gané su corazón."Cada palabra de Enrique lo perseguía como una maldición. Lo hacían sentir algo que jamás en su vida había experimentado: la sensación de estar perdiendo.Con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, Leonardo giró su copa de whisky entre los dedos, observando cómo el líquido ámbar reflejaba la tenue luz de su lámpara de escritorio. Ese hombre se había atrevido a desafiarlo, a mirarlo con arrogancia y a hablar de Alanna como si fuera suya.Pero Alanna le pertenecía a él.Un golpe seco en la puerta lo sacó de su ensimismamiento.—Adelante —gruñó, con la voz cargada de impaciencia.La puerta se abrió y Mauricio entró con paso firme. A pesar de la hora, su traje gris oscuro estaba impecable, y en sus manos
Se plantó frente a él, con los brazos cruzados sobre su pecho y la mirada encendida por una mezcla de furia y dolor.—No puedes hacer esto, Leonardo.Su voz era firme, no temblaba, no suplicaba. Ordenaba.Leonardo levantó la mirada con lentitud, clavando sus ojos oscuros en ella. Había fuego en su expresión, pero era un fuego frío, calculador.—No tengo tiempo para esto, Alanna —su tono fue gélido, su mirada afilada.Pero Alanna no se dejó intimidar.—Pues lo harás.Avanzó un paso más, sin miedo, sin vacilación.—¿En qué carajos estás pensando?Leonardo se giró completamente hacia ella, con la mandíbula apretada, con los músculos tensos.—Estoy pensando en lo que es mío y en cómo protegerlo.Alanna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No por miedo, sino por la crudeza en su voz.—¿Protegerlo? —soltó una risa sarcástica—. ¿Así lo llamas?Leonardo entrecerró los ojos.—No tienes idea de lo que estás diciendo.—Lo sé mejor que tú.El ambiente se volvió más denso. Era un choque de
Alanna sintió que el aire se volvía espeso.—No digas estupideces.Pero Leonardo soltó una carcajada seca, cínica, con la mandíbula apretada. Estaba cegado, consumido por la idea de que ella lo estaba traicionando, de que ella estaba de su lado.—Claro… claro que no. Solo estás aquí, en mi casa, con mi apellido, pero defendiendo a mi enemigo.Alanna sintió un nudo de rabia en la garganta.—¡Esto no es por Enrique!—¡Todo lo que dices es por él! —rugió Leonardo, alzando la voz con una furia que hizo temblar las paredes—. ¡Vienes aquí a decirme qué debo hacer, a decirme que no lo toque, que no lo enfrente! ¿Quién carajos te crees para meterte en mis negocios, Alanna?!Alanna lo miró fijamente, con los ojos encendidos de enojo.—Soy tu esposa.Pero Leonardo soltó una risa sarcástica, una risa cruel.—¿Eres mi esposa?La forma en la que lo dijo, como si fuera una burla, como si no creyera en esas palabras, hizo que el estómago de Alanna se contrajera.—No actúas como una.Alanna sintió el
Los días pasaron.Y Leonardo no volvió a casa.Al principio, Alanna intentó convencerse de que no le importaba. Se repitió una y otra vez que su orgullo valía más, que si Leonardo quería comportarse como un inmaduro y marcharse en medio de una discusión, entonces no merecía que ella se preocupara.Pero conforme pasaban las horas, conforme pasaban los días, la realidad se hizo insoportablemente evidente.La casa, antes llena de tensión y emociones intensas, ahora era solo un cascarón vacío. Silencioso.Sin él.Alanna no tenía un trabajo con el cual distraerse. No tenía reuniones, ni proyectos, ni oficinas a las cuales escapar. Su mundo giraba en torno a esa casa, a ese matrimonio. Y ahora, sin Leonardo en ella, sentía que todo se venía abajo.Los primeros días se dijo que él simplemente necesitaba espacio.Que tarde o temprano regresaría, que entraría por la puerta con la misma arrogancia de siempre, con ese porte imponente que llenaba cualquier habitación. Que la miraría con esa expre
Alanna no se quedó quieta. Después de lo que había pasado, después de tantos días sin saber nada de Leonardo, merecía respuestas. Si él no se las daba, entonces ella iba a buscarlas.Con paso firme, cruzó la recepción de la empresa, sin detenerse cuando la secretaria intentó interceptarla.—¡Señora Alanna! Ya le dije que el señor Leonardo no está disponible…—No me importa —respondió sin mirar atrás—. No vengo por él.La secretaria titubeó y luego simplemente la dejó pasar. Alanna se veía decidida.Pero la verdad era que no estaba segura de lo que esperaba encontrar.Cuando llegó a la oficina de Mauricio, golpeó la puerta con fuerza. No pensaba esperar a que la invitaran a entrar.—¿Señora Alanna? —El asistente de Leonardo la miró con sorpresa cuando irrumpió en su despacho.—¿Dónde está Leonardo? —preguntó sin rodeos.Mauricio dejó el bolígrafo sobre el escritorio y suspiró. Sabía que tarde o temprano esto pasaría.—Señora, yo…—No quiero excusas, Mauricio —lo interrumpió ella, cruzá