La noche caía lentamente cuando Leonardo y Alanna llegaron al lujoso salón de la subasta. La fachada del edificio, con sus enormes columnas de mármol y luces doradas iluminando la entrada, era imponente, un reflejo de la exclusividad del evento. La alfombra roja se extendía hasta el vestíbulo, donde los asistentes, vestidos con sus mejores galas, conversaban en pequeños grupos, sosteniendo copas de champán.Alanna descendió del auto con la elegancia natural que la caracterizaba. Su vestido, de un rojo intenso, se ceñía perfectamente a su silueta, realzando su porte refinado. Llevaba el cabello recogido en un moño bajo, dejando a la vista su cuello esbelto y los pendientes de diamantes que brillaban con cada movimiento. Su presencia no pasó desapercibida. Varias miradas se dirigieron a ella, algunas con admiración, otras con recelo.Leonardo, a su lado, vestía un traje negro impecable que resaltaba su porte imponente. Al bajar del auto, colocó instintivamente una mano en la espalda de
La subasta continuaba, cada pieza vendida a precios exorbitantes mientras el murmullo de los asistentes llenaba la sala. Alanna observaba con calma el evento, sin demostrar demasiado interés en los artículos que pasaban frente a ellos.Leonardo la miraba de reojo, atento a cada mínimo gesto suyo. Sabía que no era alguien que pidiera cosas con facilidad, mucho menos que esperara algo de los demás. Pero esta vez, él no quería que su cumpleaños pasara desapercibido.Se inclinó ligeramente hacia ella y, con voz dulce le dijo:—Si algo te gusta, dímelo.Alanna giró el rostro hacia él con una leve expresión de sorpresa.—¿Qué?Leonardo la observó con seriedad, su mirada firme pero tranquila.—Si ves algo que quieras, lo compraré para ti. Como regalo de cumpleaños.Esta vez, Alanna no pudo ocultar del todo su asombro. Se quedó en silencio por unos segundos, analizando sus palabras.—No es necesario —respondió al final, con su tono frío de siempre.Leonardo esbozó una leve sonrisa.—Lo sé. Pe
Miguel frunció el ceño, mirando de reojo a su padre. Sabía que no podía seguir pujando a ese nivel sin consecuencias.—No podemos ir más allá de eso —susurró el señor Sinisterra con dureza.Pero Allison, al notar que estaban perdiendo la subasta, puso su mejor expresión de tristeza y tiró suavemente de la manga de Miguel.—Por favor… —susurró con voz lastimera—. Es mi regalo de cumpleaños. Son perfectos para mí.Miguel dudó por un instante, pero antes de que pudiera decir algo, su padre lo interrumpió con un tono severo.—Basta, Allison —espetó el señor Sinisterra—. No vamos a gastar una fortuna en algo tan insignificante.Allison abrió los ojos con incredulidad, pero no se atrevió a replicar. Su mandíbula se tensó mientras dirigía una mirada resentida hacia la persona que había hecho la oferta ganadora.Leonardo apretó la mandíbula al ver cómo el desconocido duplicaba la oferta sin dudarlo. Llevaba la mano al número de postor cuando sintió el toque suave pero firme de Alanna en su mu
Leonardo se apoyó en el respaldo de su asiento, observando con atención a Alanna. Desde que los organizadores le entregaron los pendientes, ella había cambiado. No de una manera evidente, pero él lo notaba. Su mirada se desviaba constantemente hacia la multitud, como si buscara a alguien.—Alanna —llamó en un tono bajo, intentando captar toda su atención.Ella volvió el rostro hacia él, pero la chispa habitual en sus ojos no estaba allí. Su expresión era distante, casi como si estuviera en otro lugar.—¿Sí?Leonardo frunció el ceño. Algo en su actitud lo incomodaba. Siempre había sabido que Alanna era reservada, pero esta vez era diferente. No era frialdad ni indiferencia… era distracción.—¿Todo bien? —preguntó con calma.—Sí, claro.Respondió demasiado rápido. Y aunque su voz sonó tranquila, su mano jugueteaba distraídamente con el borde de su copa.Leonardo entrecerró los ojos. Él conocía a Alanna. Sabía cuándo estaba fingiendo indiferencia. Pero lo que más le molestaba no era que
Su respiración se volvió errática mientras sus ojos se fijaban en la figura que se encontraba al otro lado del salón. No podía ser un error. No esta vez.Enrique Raushe estaba allí.Su mente trató de racionalizarlo, de encontrar una explicación lógica para su presencia en aquel lugar. Pero el resto de su cuerpo no le dio tiempo. Un escalofrío recorrió su piel mientras sus dedos se aferraban al borde de su vestido con fuerza.No desapareció entre la multitud como una ilusión, no se desvaneció en la penumbra como un recuerdo borroso. No era un eco del pasado ni un truco de su imaginación. Enrique estaba allí, de pie, con la misma serenidad imperturbable de siempre, como si el tiempo entre ellos no hubiera significado nada.El aire se sintió más denso.Alanna tragó saliva. Había aprendido a dominar sus emociones, a no mostrar debilidad. Pero en ese instante, su control se tambaleó. Su mente le exigía cautela, le gritaba que se detuviera, pero sus pies ya habían tomado la decisión antes d
Antes de que Alanna pudiera responder, sintió una presencia a su lado. Un calor conocido, una tensión palpable que electrificó el aire.Leonardo.El latido en su pecho se desacompasó. Su sola presencia lo cambiaba todo, como una tormenta que irrumpe en plena calma.Su voz fue grave, tajante, cortante como el filo de un cuchillo.—¿Quién es él?Alanna cerró los ojos por un instante.Lo había olvidado.Olvidó que estaba en una sala repleta de gente, olvidó que Leonardo había estado observándola, que su repentina salida no pasó desapercibida para él. En su mundo solo había existido Enrique por unos segundos… y ahora el choque con la realidad la golpeaba con brutalidad.Giró lentamente la cabeza y se encontró con la tormenta contenida en la mirada de Leonardo. Sus ojos oscuros, tan intensos y afilados como el filo de una daga, estaban fijos en Enrique. No era una simple observación. Era un análisis, un escrutinio despiadado de cada mínimo detalle.Su mandíbula estaba tensa, sus labios ape
La tensión entre Leonardo y Enrique era casi tangible. No necesitaban palabras; sus miradas hablaban por sí solas. Leonardo, firme, con sujeta a Alanna como una declaración silenciosa de posesión. Enrique, imperturbable, dejando claro que su vínculo con ella no podía ser ignorado.Alanna sintió el peso de ambos sobre ella, atrapada entre el pasado y el presente, entre un refugio y una tormenta.Finalmente Leonardo decidió que era hora de retirarse. —Nosotros también tenemos cosas que hacer —añadió Leonardo con firmeza.Y, sin más, tiró suavemente de Alanna, alejándola de Enrique.Ella sintió la presión de su mano en su cintura, un recordatorio silencioso de la autoridad que él reclamaba sobre su vida. Pero su mente seguía atrapada en la mirada de Enrique, en ese aire melancólico que apenas lograba disimular.No podía simplemente marcharse así.Antes de que diera un paso más, la voz de Enrique la detuvo.—Alanna —llamó con su tono tranquilo, pero con una firmeza que hizo que su pecho
La mañana amaneció gris, con un cielo encapotado que anunciaba lluvia. El aire era pesado, como si la tormenta que había quedado en el ambiente la noche anterior aún no se hubiese disipado del todo. Alanna despertó con la sensación de que el día traería consigo un enfrentamiento inevitable.Leonardo ya estaba vestido cuando ella se incorporó en la cama. Desde la ventana de la habitación, observaba la ciudad con el ceño fruncido, una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo una taza de café. Se veía impecable, como siempre, pero había una tensión en su postura, un rastro de inquietud que delataba su estado de ánimo.Alanna tomó aire. No quería comenzar el día con una discusión, pero tampoco estaba dispuesta a callarse.—Quiero que me lleves a casa de Enrique.Leonardo no reaccionó de inmediato. Tomó un sorbo de su café, como si procesara sus palabras con deliberada calma. Luego, giró la cabeza lentamente y la miró con frialdad.—¿Tan temprano y ya estás pensando en él? —Su voz era tra