Leonardo se apoyó en el respaldo de su asiento, observando con atención a Alanna. Desde que los organizadores le entregaron los pendientes, ella había cambiado. No de una manera evidente, pero él lo notaba. Su mirada se desviaba constantemente hacia la multitud, como si buscara a alguien.—Alanna —llamó en un tono bajo, intentando captar toda su atención.Ella volvió el rostro hacia él, pero la chispa habitual en sus ojos no estaba allí. Su expresión era distante, casi como si estuviera en otro lugar.—¿Sí?Leonardo frunció el ceño. Algo en su actitud lo incomodaba. Siempre había sabido que Alanna era reservada, pero esta vez era diferente. No era frialdad ni indiferencia… era distracción.—¿Todo bien? —preguntó con calma.—Sí, claro.Respondió demasiado rápido. Y aunque su voz sonó tranquila, su mano jugueteaba distraídamente con el borde de su copa.Leonardo entrecerró los ojos. Él conocía a Alanna. Sabía cuándo estaba fingiendo indiferencia. Pero lo que más le molestaba no era que
Su respiración se volvió errática mientras sus ojos se fijaban en la figura que se encontraba al otro lado del salón. No podía ser un error. No esta vez.Enrique Raushe estaba allí.Su mente trató de racionalizarlo, de encontrar una explicación lógica para su presencia en aquel lugar. Pero el resto de su cuerpo no le dio tiempo. Un escalofrío recorrió su piel mientras sus dedos se aferraban al borde de su vestido con fuerza.No desapareció entre la multitud como una ilusión, no se desvaneció en la penumbra como un recuerdo borroso. No era un eco del pasado ni un truco de su imaginación. Enrique estaba allí, de pie, con la misma serenidad imperturbable de siempre, como si el tiempo entre ellos no hubiera significado nada.El aire se sintió más denso.Alanna tragó saliva. Había aprendido a dominar sus emociones, a no mostrar debilidad. Pero en ese instante, su control se tambaleó. Su mente le exigía cautela, le gritaba que se detuviera, pero sus pies ya habían tomado la decisión antes d
Antes de que Alanna pudiera responder, sintió una presencia a su lado. Un calor conocido, una tensión palpable que electrificó el aire.Leonardo.El latido en su pecho se desacompasó. Su sola presencia lo cambiaba todo, como una tormenta que irrumpe en plena calma.Su voz fue grave, tajante, cortante como el filo de un cuchillo.—¿Quién es él?Alanna cerró los ojos por un instante.Lo había olvidado.Olvidó que estaba en una sala repleta de gente, olvidó que Leonardo había estado observándola, que su repentina salida no pasó desapercibida para él. En su mundo solo había existido Enrique por unos segundos… y ahora el choque con la realidad la golpeaba con brutalidad.Giró lentamente la cabeza y se encontró con la tormenta contenida en la mirada de Leonardo. Sus ojos oscuros, tan intensos y afilados como el filo de una daga, estaban fijos en Enrique. No era una simple observación. Era un análisis, un escrutinio despiadado de cada mínimo detalle.Su mandíbula estaba tensa, sus labios ape
La tensión entre Leonardo y Enrique era casi tangible. No necesitaban palabras; sus miradas hablaban por sí solas. Leonardo, firme, con sujeta a Alanna como una declaración silenciosa de posesión. Enrique, imperturbable, dejando claro que su vínculo con ella no podía ser ignorado.Alanna sintió el peso de ambos sobre ella, atrapada entre el pasado y el presente, entre un refugio y una tormenta.Finalmente Leonardo decidió que era hora de retirarse. —Nosotros también tenemos cosas que hacer —añadió Leonardo con firmeza.Y, sin más, tiró suavemente de Alanna, alejándola de Enrique.Ella sintió la presión de su mano en su cintura, un recordatorio silencioso de la autoridad que él reclamaba sobre su vida. Pero su mente seguía atrapada en la mirada de Enrique, en ese aire melancólico que apenas lograba disimular.No podía simplemente marcharse así.Antes de que diera un paso más, la voz de Enrique la detuvo.—Alanna —llamó con su tono tranquilo, pero con una firmeza que hizo que su pecho
La mañana amaneció gris, con un cielo encapotado que anunciaba lluvia. El aire era pesado, como si la tormenta que había quedado en el ambiente la noche anterior aún no se hubiese disipado del todo. Alanna despertó con la sensación de que el día traería consigo un enfrentamiento inevitable.Leonardo ya estaba vestido cuando ella se incorporó en la cama. Desde la ventana de la habitación, observaba la ciudad con el ceño fruncido, una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo una taza de café. Se veía impecable, como siempre, pero había una tensión en su postura, un rastro de inquietud que delataba su estado de ánimo.Alanna tomó aire. No quería comenzar el día con una discusión, pero tampoco estaba dispuesta a callarse.—Quiero que me lleves a casa de Enrique.Leonardo no reaccionó de inmediato. Tomó un sorbo de su café, como si procesara sus palabras con deliberada calma. Luego, giró la cabeza lentamente y la miró con frialdad.—¿Tan temprano y ya estás pensando en él? —Su voz era tra
El aire dentro de la casa de Enrique tenía un peso distinto. No era denso ni incómodo, pero sí estaba impregnado de algo que a Leonardo le resultaba difícil de identificar. Un pasado del que él no formaba parte.Desde el momento en que cruzaron la puerta, sintió que la presencia de Enrique envolvía el ambiente, no por ostentación, sino porque cada rincón de la estancia parecía contar una historia en la que Alanna sí tenía un papel. Él, en cambio, era un extraño.—¿Recuerdas cuando intenté leer en voz alta uno de tus poemas y terminé mezclando todos los versos? —preguntó Alanna entre risas, pasando las yemas de los dedos por las páginas del libro con la familiaridad de alguien que apreciaba más el contenido que el objeto en sí.Leonardo observó la escena en silencio. Había visto a Alanna reír pocas veces, pero nunca de aquella forma. Nunca con esa ligereza, con esa libertad que no parecía atada a ninguna expectativa.Enrique se apoyó en el brazo del sillón con naturalidad, una sonrisa
Los días pasaron con una extraña pesadez en el ambiente.Alanna lo notó casi de inmediato.Leonardo había cambiado.No fue un cambio abrupto ni escandaloso. No hubo gritos, ni discusiones, ni siquiera un gesto que pudiera señalar como el detonante de su comportamiento. Pero la distancia entre ellos crecía con cada día que pasaba.Al principio, se dijo a sí misma que estaba imaginando cosas.Que quizás Leonardo solo estaba más ocupado de lo normal, que el peso de sus responsabilidades lo tenía distraído.Pero era algo más.Algo silencioso y corrosivo, una distancia invisible que se extendía entre ellos sin previo aviso. Un muro invisible que él había levantado… sin pronunciar una sola palabra.Lo notó en los pequeños detalles.En la ausencia de gestos que antes le parecían tan naturales, tan suyos, tan inevitables.Por las mañanas, ya no le ofrecía su brazo cuando bajaban juntos a desayunar. Antes, si ella llegaba tarde, la esperaba pacientemente al pie de la escalera, con una media so
Alanna sintió una punzada en el pecho, un dolor sordo que no esperaba. Se obligó a mantener la compostura, pero su corazón latía con fuerza, como si intentara advertirle de algo.—No es drama —su voz tembló ligeramente, pero no permitió que eso la detuviera—. Es real. Lo que sea que está pasando… me está alejando de ti.Leonardo alzó la vista y, por un segundo, en sus ojos pasó un destello de algo indescifrable.Dolor. Frustración. Rabia.Pero fue tan fugaz que, cuando volvió a hablar, su tono seguía siendo impenetrable.—No tengo tiempo para esto.Se levantó de su silla de manera abrupta y caminó hacia la ventana, dándole la espalda.Alanna apretó los labios.—Entonces dímelo directamente.Leonardo frunció el ceño, aún sin girarse.—¿Decirte qué?Ella tragó en seco.—Si ya no me quieres cerca —su voz fue apenas un susurro, pero las palabras flotaron en la habitación como un eco doloroso.El silencio cayó como un peso entre ellos.Alanna sintió el vacío expandirse en su pecho.Leonard