La habitación de Esteban estaba sumida en una oscuridad opresiva, solo rota por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Esteban estaba sentado en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos. Su respiración era agitada, y sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y desesperación. No podía seguir así. No podía permitir que su vida se convirtiera en una mentira más, en una farsa que otros habían escrito para él. Con un movimiento brusco, se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, como un animal acorralado.—¡No puedo seguir así! —gritó, golpeando la pared con el puño cerrado, y arrojando al suelo la estantería con sus libros—. ¡No puedo! — Tengo que impedir esa maldita boda.El sonido de pasos en el pasillo lo hizo detenerse. La puerta se abrió lentamente, y su madre apareció en el umbral, sosteniendo una vela que proyectaba sombras temblorosas en las paredes. Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero también por una tristeza profunda.—Esteban —d
La noche caía lentamente sobre la mansión, envolviendo el entorno con su manto silencioso. En su cuarto, Alanna permanecía sentada al borde de la cama, observando las luces tenues que se filtraban a través de la ventana. Afuera, el viento movía las ramas de los árboles con un murmullo lejano, pero ella apenas lo escuchaba. Sus pensamientos eran una tormenta que no le permitía encontrar descanso.La boda era mañana. Su boda con Leonardo.Se abrazó a sí misma, sintiendo el frío de la habitación, aunque su piel parecía insensible al ambiente. Lo que realmente la estremecía no era la temperatura, sino la incertidumbre. Un peso invisible se asentaba en su pecho, volviéndose más denso con cada respiro, como si el aire no fuera suficiente para llenar sus pulmones.Su mente estaba inquieta, atrapada en un torbellino de dudas que no la dejaban en paz. ¿De verdad estaba lista para esto? ¿Para entregarse a una vida que nunca había imaginado? Su destino ya estaba decidido, y sin embargo, sentía q
La mansión de los Sinisterra despertó con el bullicio del amanecer, un alboroto que parecía no cesar. Las primeras luces del día se filtraban a través de las cortinas, tiñendo el ambiente de una suavidad dorada que contrastaba con la tensión palpable en el aire. En los pasillos de la mansión, el sonido de tacones apresurados y voces susurradas llenaban el ambiente, mientras que las sirvientas se afanaban en los detalles finales para el gran día. La boda de Alanna y Leonardo estaba a punto de celebrarse, y todo debía ser perfecto, como estaba previsto.El reloj marcaba las siete de la mañana cuando la maquilladora llegó puntualmente. Con un par de maletines llenos de productos de belleza, entró al cuarto de Alanna, quien se encontraba aún en su cama, sumida en pensamientos, pero con los ojos aún brillando por el cansancio de la noche anterior. La joven se levantó lentamente al ver a la mujer acercarse, sin decir una palabra, como si las horas previas al matrimonio no fueran más que una
Alanna observaba su reflejo en el espejo con una mezcla de emociones contradictorias. La luz suave de la mañana acariciaba su rostro, resaltando cada detalle de su maquillaje impecable, y su vestido de novia caía con elegancia, abrazando su figura de una manera que solo los sueños podían haber imaginado. Había algo de belleza innegable en su apariencia, algo que la hacía sentir… especial, pero al mismo tiempo, el peso de la incertidumbre pesaba sobre ella como una sombra persistente.Por un momento, se permitió sonreír, admirando cómo el vestido de satén y encaje la transformaba en una figura casi mítica. Todo lo que había soñado en su infancia, todas las fantasías de ser una princesa, parecían haber cobrado vida en esa prenda. El reflejo que tenía frente a ella era el de una mujer que estaba a punto de casarse con Leonardo, el hombre que, en teoría, debía ser su felicidad. Pero algo en su interior se negaba a creerlo.¿Podría ser realmente feliz?Era difícil creer que la vida que hab
La mansión Sinisterra, resplandeciente bajo la luz del día, era un verdadero monumento de elegancia y ostentación. Cada rincón de la propiedad, desde las majestuosas columnas en la entrada hasta los jardines perfectamente cuidados, reflejaba el lujo y la historia que albergaba. La vasta propiedad estaba adornada con flores de colores vibrantes que se desplegaban a lo largo de los caminos empedrados, creando un contraste magnífico con la estructura impecable de la mansión. Era la imagen perfecta de una familia poderosa, una que deseaba dar un espectáculo memorable para la ocasión que se celebraba.El sol, en su punto más alto, bañaba el jardín en tonos dorados, haciendo que la escena pareciera sacada de un cuento de hadas. En el centro, se había montado un altar adornado con flores blancas, y una alfombra de terciopelo blanco se extendía hacia el frente, creando un camino que solo un destino tan importante como el matrimonio podía recorrer. Los invitados ilustres, algunos de ellos figu
El murmullo de los invitados cesó cuando la música nupcial comenzó a sonar. La melodía solemne envolvía el ambiente mientras Alanna, con su brazo atrapado en el de su padre, comenzaba a avanzar por la alfombra roja extendida sobre el impecable césped del jardín. Cada paso que daba sentía el peso de las miradas sobre ella, pero su mente estaba en otro lugar, en los recuerdos que la atormentaban, en las preguntas sin respuesta que la asfixiaban.El sol iluminaba la mansión Sinisterra con un resplandor dorado, haciendo brillar los delicados encajes de su vestido como si fueran hilos de luz entrelazados con su piel. Pero a pesar de la belleza del momento, dentro de ella solo había un abismo de incertidumbre.Alzó la mirada, y entonces lo vio.Leonardo estaba de pie al final del altar, esperándola. Su postura era perfecta, imponente, como si nada pudiera afectarlo. Vestía un traje negro impecable que realzaba la dureza de sus rasgos, su piel perfecta parecía esculpida bajo la luz matutina,
Esteban estaba en su habitación, ansioso, sabiendo que cada segundo que pasaba acercaba a Alanna a otro hombre. Justo cuando iba a salir, la puerta se abrió de golpe.Su padre entró con expresión imponente.—He pensado bien las cosas —declaró con firmeza—. Permitiré que canceles tu compromiso con Allison.Esteban lo miró, incrédulo.—No voy a detenerte —añadió su padre—, pero si vas a hacerlo, hazlo bien.Esas palabras fueron todo lo que necesitó. Sin perder un segundo más, salió de la casa dispuesto a detener la boda.Mientras tanto en la mansión Sinisterra, el murmullo de los invitados se apagó cuando el sacerdote hizo la gran pregunta.—Si alguien tiene algo que decir para impedir esta unión, que hable ahora o calle para siempre.El silencio cayó como un manto sobre los presentes.Entonces, una voz firme rompió la calma.—¡Alanna!Todos giraron al unísono.Esteban estaba allí, con la respiración agitada y el corazón latiendo frenético en su pecho. Su traje impecable no podía ocultar
Los murmullos de los invitados seguían flotando en el aire cuando los guardias se acercaron a Esteban, listos para escoltarlo fuera. Pero él no iba a irse sin pelear.—¡Alanna, por favor! —gritó, forcejeando mientras dos hombres lo sujetaban por los brazos—. ¡Sabes que me amas, no puedes hacer esto!Alanna no se inmutó. Su expresión era una máscara de indiferencia absoluta, como si Esteban no fuera más que un extraño haciendo una escena patética en su boda.—¡Mírame! —siguió Esteban, luchando contra el agarre de los guardias—. ¡Dime que no me amas, dímelo a la cara!Pero Alanna no le concedió ni eso. En cambio, con una calma helada, volvió la mirada a Leonardo y le dio la única señal que importaba: un leve asentimiento.Leonardo, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante. Su imponente presencia hizo que el caos se redujera a un susurro. Su voz, grave y afilada como una sentencia, resonó por todo el jardín.—Quítenlo de mi vista —ordenó, sin necesidad