El trayecto en el automóvil transcurrió en silencio, cargado de una sensación inexplicable. Afuera, la ciudad parecía ir desvaneciéndose, reemplazada por un paisaje más tranquilo, más privado. Alanna mantenía la vista fija en la ventana, sintiendo el latido acelerado de su corazón con cada kilómetro que los acercaba a su destino.Finalmente, el auto se detuvo.Frente a ellos se alzaba una mansión imponente, moderna pero acogedora, con amplios ventanales que reflejaban la luz tenue de los faroles del camino. No era la casa de los Sinisterra. No era un lugar lleno de recuerdos dolorosos. Era una casa recién construida, esperando ser habitada.Esperándolos a ellos.Leonardo salió del auto con la misma calma de siempre y le abrió la puerta.—Bienvenida a casa, Alanna —dijo, con un tono que le erizó la piel.Alanna bajó del auto con movimientos mecánicos, obligándose a respirar con normalidad. No sabía qué esperaba exactamente, pero la seguridad con la que él lo dijo la hizo estremecer.A
El amanecer se filtraba tenuemente por los ventanales de la habitación, tiñendo todo con una luz dorada y cálida. Alanna despertó con la sensación de algo firme y cálido envolviéndola. Por un instante, su mente tardó en reconocer su entorno hasta que sintió el brazo fuerte de Leonardo sobre su cintura.Parpadeó, confundida. Sus cuerpos estaban tan cerca que podía sentir el ritmo pausado de su respiración, el calor de su piel contra la suya. La noche anterior volvió a su mente con la intensidad de una tormenta: el roce de sus manos, el peso de su mirada, la manera en que él había borrado cualquier inseguridad con cada beso.Un escalofrío le recorrió la espalda, y cuando intentó moverse con discreción, sintió cómo Leonardo se acomodaba detrás de ella y murmuraba con voz ronca:—Buenos días, esposa.El sonido de su voz, aún impregnada del sueño, hizo que su corazón diera un vuelco. Antes de que pudiera responder, Leonardo se inclinó y presionó sus labios en un beso lento y cálido. No era
Leonardo se mantenía en pie con la espalda recta, sin inmutarse ante la agresión verbal de su tía. Sabía que Bárbara no se detendría ahí.—Escúchame…—¡No quiero escucharte! —lo interrumpió con dureza—. ¿Acaso olvidaste quiénes son los Sinisterra? ¿Olvidaste todo lo que nos han hecho?La voz de Bárbara se quebró por un instante, pero la rabia la sostuvo en pie.—No lo olvidé —respondió Leonardo con frialdad—. Y tampoco he perdonado.Bárbara dejó escapar una risa amarga.—Entonces explícame por qué rayos te casaste con esa mujer.Leonardo inspiró hondo y apretó los puños.—Porque fue parte del plan. Porque al principio, quería usarla para destruir a los Sinisterra desde dentro.Bárbara lo miró con incredulidad, esperando que continuara.—Pero ella no es como ellos —admitió, su tono más bajo, más controlado—. Alanna no se parece a esa familia, y la razón es simple: ni siquiera es su hija biológica.Por un momento, el rostro de Bárbara se contrajo con sorpresa, pero la furia volvió más f
Bárbara se levantó de su asiento con la elegancia fría de quien siempre se ha sentido superior a los demás. Sabrina la imitó, ajustándose el abrigo con un gesto de desdén antes de lanzar una última mirada a Alanna.—Espero que cumplas todas las promesas que hiciste, Leonardo —dijo Bárbara con voz tajante—. No olvides lo que está en juego.Leonardo sostuvo la mirada de su tía, su expresión indescifrable.—No lo olvidaré.Sabrina sonrió con burla antes de girarse hacia la puerta.—Nos veremos pronto, querido primo —canturreó con malicia, y sin mirar a Alanna, salió de la casa junto a su madre.El sonido de la puerta cerrándose dejó un eco seco en el ambiente.Alanna, en lugar de respirar aliviada, tomó su taza con calma y le dio un sorbo. No miró a Leonardo, ni cambió su expresión. Era como si la visita no le hubiera afectado en lo más mínimo.—Finalmente se fueron —dijo ella, rompiendo el silencio.Leonardo la miró con atención, buscando algún indicio de incomodidad en su rostro, pero
El sol se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor dorado. Alanna se desperezó lentamente, sintiendo el calor de la cama aún presente en su piel. Leonardo, aún medio dormido, la atrajo hacia él con una facilidad natural, pero ella no se dejó envolver por su abrazo esta vez.—Tengo que ir a la casa de los Sinisterra —dijo en voz baja, pero firme.Leonardo abrió los ojos, su expresión se endureció de inmediato.—No hay necesidad de que vayas —dijo con firmeza—. Todo lo que necesites, puedo comprártelo nuevo.Alanna negó con la cabeza mientras se levantaba de la cama y tomaba su bata de seda.—Quiero traer mis cosas yo misma.Leonardo frunció el ceño, claramente frustrado.—¿Para qué regresar a ese lugar?Alanna sostuvo su mirada sin vacilar.—Porque hay algo muy importante para mí que debo recoger personalmente.Leonardo la observó en silencio, intentando leer entre líneas. No le gustaba la idea de verla pisar de nuevo esa casa, pero entendía que
Alanna recorrió la habitación con una mirada aguda, inspeccionando cada rincón con precisión. Había empacado todo con meticulosa calma, pero algo no cuadraba.Abrió el armario nuevamente, revisó los cajones con más atención. Su colección de perfumes importados, la caja de joyería que había sellado antes de irse, algunos documentos importantes… faltaban.Frunció el ceño. No solo faltaban cosas, sino que varias de sus pertenencias habían sido abiertas. Su caja de recuerdos, la que siempre mantuvo cerrada con llave, yacía en un rincón del armario con la cerradura forzada. Su ropa había sido movida, algunas prendas ni siquiera estaban.Pero lo peor vino cuando se dio cuenta de que su pequeña caja de madera, la que guardaba con tanto celo, no estaba.Su pecho se comprimió.Con rapidez, revisó el armario de nuevo, luego la cómoda, incluso miró debajo de la cama. Nada. La caja había desaparecido.Un escalofrío la recorrió. No era una caja cualquiera. Allí dentro guardaba algo que nadie más d
El aire en la habitación se volvió espeso, casi irrespirable. Alanna sentía el corazón latiéndole en los oídos, su paciencia colgando de un hilo tan fino que apenas existía.—Dámelo, Allison. No voy a repetirlo.—No te lo voy a dar —respondió su hermanastra con una sonrisa burlona—. ¿Qué vas a hacer? ¿Golpearme?Allison se echó a reír con burla. Esa risa… Esa maldita risa que siempre la había acompañado en sus peores momentos.Fue el sonido lo que la quebró.Antes de darse cuenta, su mano se elevó en el aire y descendió con fuerza contra el rostro de Allison.El sonido de la bofetada resonó en la habitación como un latigazo.Allison abrió los ojos con sorpresa, llevándose una mano a la mejilla ardiente. Por un instante, todo quedó en silencio.Pero luego, su expresión cambió.—¡Me pegaste! —gritó con dramatismo antes de lanzarse al suelo—. ¡Mamá! ¡Ayuda! ¡Miguel, auxilio!Alanna retrocedió un paso, su respiración entrecortada. Observó a Allison retorciéndose en el piso, como si la hub
Los gritos de Allison resonaban por toda la mansión, desgarrados y agudos, alertando a todos los que estaban en la casa.Las pisadas apresuradas resonaron en las escaleras y, en cuestión de segundos, la puerta del cuarto se abrió de golpe.Leonardo entró primero, con el ceño fruncido, su mirada recorriendo el desastre en la habitación. Miguel y su madre no tardaron en aparecer detrás de él, sus expresiones reflejaban una mezcla de confusión y preocupación.—¡Allison! —exclamó la señora Sinisterra corriendo hacia su hija, quien estaba en el suelo con la respiración entrecortada y las mejillas rojas de furia—. ¿Qué pasó? ¿Por qué estabas gritando así?Miguel se arrodilló junto a su hermana, examinándola con una mezcla de alarma e indignación.—¿Te hizo algo? —preguntó con dureza, mirando en dirección a Alanna con la mandíbula tensa.Leonardo se mantenía en la entrada, sus ojos afilados recorriendo la escena con cautela. Solo entonces notó a Alanna.Estaba de pie, rígida, con la mirada p