Esteban estaba en su habitación, ansioso, sabiendo que cada segundo que pasaba acercaba a Alanna a otro hombre. Justo cuando iba a salir, la puerta se abrió de golpe.Su padre entró con expresión imponente.—He pensado bien las cosas —declaró con firmeza—. Permitiré que canceles tu compromiso con Allison.Esteban lo miró, incrédulo.—No voy a detenerte —añadió su padre—, pero si vas a hacerlo, hazlo bien.Esas palabras fueron todo lo que necesitó. Sin perder un segundo más, salió de la casa dispuesto a detener la boda.Mientras tanto en la mansión Sinisterra, el murmullo de los invitados se apagó cuando el sacerdote hizo la gran pregunta.—Si alguien tiene algo que decir para impedir esta unión, que hable ahora o calle para siempre.El silencio cayó como un manto sobre los presentes.Entonces, una voz firme rompió la calma.—¡Alanna!Todos giraron al unísono.Esteban estaba allí, con la respiración agitada y el corazón latiendo frenético en su pecho. Su traje impecable no podía ocultar
Los murmullos de los invitados seguían flotando en el aire cuando los guardias se acercaron a Esteban, listos para escoltarlo fuera. Pero él no iba a irse sin pelear.—¡Alanna, por favor! —gritó, forcejeando mientras dos hombres lo sujetaban por los brazos—. ¡Sabes que me amas, no puedes hacer esto!Alanna no se inmutó. Su expresión era una máscara de indiferencia absoluta, como si Esteban no fuera más que un extraño haciendo una escena patética en su boda.—¡Mírame! —siguió Esteban, luchando contra el agarre de los guardias—. ¡Dime que no me amas, dímelo a la cara!Pero Alanna no le concedió ni eso. En cambio, con una calma helada, volvió la mirada a Leonardo y le dio la única señal que importaba: un leve asentimiento.Leonardo, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso adelante. Su imponente presencia hizo que el caos se redujera a un susurro. Su voz, grave y afilada como una sentencia, resonó por todo el jardín.—Quítenlo de mi vista —ordenó, sin necesidad
El trayecto en el automóvil transcurrió en silencio, cargado de una sensación inexplicable. Afuera, la ciudad parecía ir desvaneciéndose, reemplazada por un paisaje más tranquilo, más privado. Alanna mantenía la vista fija en la ventana, sintiendo el latido acelerado de su corazón con cada kilómetro que los acercaba a su destino.Finalmente, el auto se detuvo.Frente a ellos se alzaba una mansión imponente, moderna pero acogedora, con amplios ventanales que reflejaban la luz tenue de los faroles del camino. No era la casa de los Sinisterra. No era un lugar lleno de recuerdos dolorosos. Era una casa recién construida, esperando ser habitada.Esperándolos a ellos.Leonardo salió del auto con la misma calma de siempre y le abrió la puerta.—Bienvenida a casa, Alanna —dijo, con un tono que le erizó la piel.Alanna bajó del auto con movimientos mecánicos, obligándose a respirar con normalidad. No sabía qué esperaba exactamente, pero la seguridad con la que él lo dijo la hizo estremecer.A
El amanecer se filtraba tenuemente por los ventanales de la habitación, tiñendo todo con una luz dorada y cálida. Alanna despertó con la sensación de algo firme y cálido envolviéndola. Por un instante, su mente tardó en reconocer su entorno hasta que sintió el brazo fuerte de Leonardo sobre su cintura.Parpadeó, confundida. Sus cuerpos estaban tan cerca que podía sentir el ritmo pausado de su respiración, el calor de su piel contra la suya. La noche anterior volvió a su mente con la intensidad de una tormenta: el roce de sus manos, el peso de su mirada, la manera en que él había borrado cualquier inseguridad con cada beso.Un escalofrío le recorrió la espalda, y cuando intentó moverse con discreción, sintió cómo Leonardo se acomodaba detrás de ella y murmuraba con voz ronca:—Buenos días, esposa.El sonido de su voz, aún impregnada del sueño, hizo que su corazón diera un vuelco. Antes de que pudiera responder, Leonardo se inclinó y presionó sus labios en un beso lento y cálido. No era
Leonardo se mantenía en pie con la espalda recta, sin inmutarse ante la agresión verbal de su tía. Sabía que Bárbara no se detendría ahí.—Escúchame…—¡No quiero escucharte! —lo interrumpió con dureza—. ¿Acaso olvidaste quiénes son los Sinisterra? ¿Olvidaste todo lo que nos han hecho?La voz de Bárbara se quebró por un instante, pero la rabia la sostuvo en pie.—No lo olvidé —respondió Leonardo con frialdad—. Y tampoco he perdonado.Bárbara dejó escapar una risa amarga.—Entonces explícame por qué rayos te casaste con esa mujer.Leonardo inspiró hondo y apretó los puños.—Porque fue parte del plan. Porque al principio, quería usarla para destruir a los Sinisterra desde dentro.Bárbara lo miró con incredulidad, esperando que continuara.—Pero ella no es como ellos —admitió, su tono más bajo, más controlado—. Alanna no se parece a esa familia, y la razón es simple: ni siquiera es su hija biológica.Por un momento, el rostro de Bárbara se contrajo con sorpresa, pero la furia volvió más f
Bárbara se levantó de su asiento con la elegancia fría de quien siempre se ha sentido superior a los demás. Sabrina la imitó, ajustándose el abrigo con un gesto de desdén antes de lanzar una última mirada a Alanna.—Espero que cumplas todas las promesas que hiciste, Leonardo —dijo Bárbara con voz tajante—. No olvides lo que está en juego.Leonardo sostuvo la mirada de su tía, su expresión indescifrable.—No lo olvidaré.Sabrina sonrió con burla antes de girarse hacia la puerta.—Nos veremos pronto, querido primo —canturreó con malicia, y sin mirar a Alanna, salió de la casa junto a su madre.El sonido de la puerta cerrándose dejó un eco seco en el ambiente.Alanna, en lugar de respirar aliviada, tomó su taza con calma y le dio un sorbo. No miró a Leonardo, ni cambió su expresión. Era como si la visita no le hubiera afectado en lo más mínimo.—Finalmente se fueron —dijo ella, rompiendo el silencio.Leonardo la miró con atención, buscando algún indicio de incomodidad en su rostro, pero
El sol se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor dorado. Alanna se desperezó lentamente, sintiendo el calor de la cama aún presente en su piel. Leonardo, aún medio dormido, la atrajo hacia él con una facilidad natural, pero ella no se dejó envolver por su abrazo esta vez.—Tengo que ir a la casa de los Sinisterra —dijo en voz baja, pero firme.Leonardo abrió los ojos, su expresión se endureció de inmediato.—No hay necesidad de que vayas —dijo con firmeza—. Todo lo que necesites, puedo comprártelo nuevo.Alanna negó con la cabeza mientras se levantaba de la cama y tomaba su bata de seda.—Quiero traer mis cosas yo misma.Leonardo frunció el ceño, claramente frustrado.—¿Para qué regresar a ese lugar?Alanna sostuvo su mirada sin vacilar.—Porque hay algo muy importante para mí que debo recoger personalmente.Leonardo la observó en silencio, intentando leer entre líneas. No le gustaba la idea de verla pisar de nuevo esa casa, pero entendía que
Alanna recorrió la habitación con una mirada aguda, inspeccionando cada rincón con precisión. Había empacado todo con meticulosa calma, pero algo no cuadraba.Abrió el armario nuevamente, revisó los cajones con más atención. Su colección de perfumes importados, la caja de joyería que había sellado antes de irse, algunos documentos importantes… faltaban.Frunció el ceño. No solo faltaban cosas, sino que varias de sus pertenencias habían sido abiertas. Su caja de recuerdos, la que siempre mantuvo cerrada con llave, yacía en un rincón del armario con la cerradura forzada. Su ropa había sido movida, algunas prendas ni siquiera estaban.Pero lo peor vino cuando se dio cuenta de que su pequeña caja de madera, la que guardaba con tanto celo, no estaba.Su pecho se comprimió.Con rapidez, revisó el armario de nuevo, luego la cómoda, incluso miró debajo de la cama. Nada. La caja había desaparecido.Un escalofrío la recorrió. No era una caja cualquiera. Allí dentro guardaba algo que nadie más d