La mansión de los Sinisterra despertó con el bullicio del amanecer, un alboroto que parecía no cesar. Las primeras luces del día se filtraban a través de las cortinas, tiñendo el ambiente de una suavidad dorada que contrastaba con la tensión palpable en el aire. En los pasillos de la mansión, el sonido de tacones apresurados y voces susurradas llenaban el ambiente, mientras que las sirvientas se afanaban en los detalles finales para el gran día. La boda de Alanna y Leonardo estaba a punto de celebrarse, y todo debía ser perfecto, como estaba previsto.El reloj marcaba las siete de la mañana cuando la maquilladora llegó puntualmente. Con un par de maletines llenos de productos de belleza, entró al cuarto de Alanna, quien se encontraba aún en su cama, sumida en pensamientos, pero con los ojos aún brillando por el cansancio de la noche anterior. La joven se levantó lentamente al ver a la mujer acercarse, sin decir una palabra, como si las horas previas al matrimonio no fueran más que una
Alanna observaba su reflejo en el espejo con una mezcla de emociones contradictorias. La luz suave de la mañana acariciaba su rostro, resaltando cada detalle de su maquillaje impecable, y su vestido de novia caía con elegancia, abrazando su figura de una manera que solo los sueños podían haber imaginado. Había algo de belleza innegable en su apariencia, algo que la hacía sentir… especial, pero al mismo tiempo, el peso de la incertidumbre pesaba sobre ella como una sombra persistente.Por un momento, se permitió sonreír, admirando cómo el vestido de satén y encaje la transformaba en una figura casi mítica. Todo lo que había soñado en su infancia, todas las fantasías de ser una princesa, parecían haber cobrado vida en esa prenda. El reflejo que tenía frente a ella era el de una mujer que estaba a punto de casarse con Leonardo, el hombre que, en teoría, debía ser su felicidad. Pero algo en su interior se negaba a creerlo.¿Podría ser realmente feliz?Era difícil creer que la vida que hab
La mansión Sinisterra, resplandeciente bajo la luz del día, era un verdadero monumento de elegancia y ostentación. Cada rincón de la propiedad, desde las majestuosas columnas en la entrada hasta los jardines perfectamente cuidados, reflejaba el lujo y la historia que albergaba. La vasta propiedad estaba adornada con flores de colores vibrantes que se desplegaban a lo largo de los caminos empedrados, creando un contraste magnífico con la estructura impecable de la mansión. Era la imagen perfecta de una familia poderosa, una que deseaba dar un espectáculo memorable para la ocasión que se celebraba.El sol, en su punto más alto, bañaba el jardín en tonos dorados, haciendo que la escena pareciera sacada de un cuento de hadas. En el centro, se había montado un altar adornado con flores blancas, y una alfombra de terciopelo blanco se extendía hacia el frente, creando un camino que solo un destino tan importante como el matrimonio podía recorrer. Los invitados ilustres, algunos de ellos figu
El murmullo de los invitados cesó cuando la música nupcial comenzó a sonar. La melodía solemne envolvía el ambiente mientras Alanna, con su brazo atrapado en el de su padre, comenzaba a avanzar por la alfombra roja extendida sobre el impecable césped del jardín. Cada paso que daba sentía el peso de las miradas sobre ella, pero su mente estaba en otro lugar, en los recuerdos que la atormentaban, en las preguntas sin respuesta que la asfixiaban.El sol iluminaba la mansión Sinisterra con un resplandor dorado, haciendo brillar los delicados encajes de su vestido como si fueran hilos de luz entrelazados con su piel. Pero a pesar de la belleza del momento, dentro de ella solo había un abismo de incertidumbre.Alzó la mirada, y entonces lo vio.Leonardo estaba de pie al final del altar, esperándola. Su postura era perfecta, imponente, como si nada pudiera afectarlo. Vestía un traje negro impecable que realzaba la dureza de sus rasgos, su piel perfecta parecía esculpida bajo la luz matutina,
El convento de Santa Clara no era un lugar de redención, sino de castigo. Las paredes grises y húmedas parecían respirar opresión, y las hermanas que lo habitaban eran más guardianas que guías espirituales. Para Alanna, cada día era una batalla contra el dolor, el hambre y la humillación. Pero había un día en particular que nunca podría olvidar, el día en que su pierna fue lastimada, el día en que el convento le robó algo más que su libertad.La hermana superiora, una mujer de rostro severo y manos duras como piedra, había tomado una especial aversión hacia Alanna. No solo porque recibía dinero de Allison para que la maltrataran, si no tal vez era porque Alanna, a pesar de todo, mantenía una chispa de rebeldía en sus ojos. O tal vez porque la hermana superiora disfrutaba ver cómo la joven que alguna vez había sido una princesa se convertía en una sombra de lo que fue.Ese día, Alanna había sido acusada de robar una hogaza de pan. No era cierto, pero en el convento, la verdad importaba
El amanecer no llegó con suavidad para Alanna. En lugar de la calma promesa de un nuevo día, fue despertada abruptamente por el chirrido oxidado de la puerta de su celda abriéndose de golpe. El sonido rebotó en las frías paredes de piedra, sacándola de su ligero sueño con un sobresalto.Parpadeó varias veces, desorientada por la penumbra que aún llenaba la habitación, hasta que distinguió la silueta rígida de la hermana superiora de pie en el umbral. Su figura imponente estaba recortada contra la débil luz del amanecer, y su rostro, marcado por una severidad inquebrantable, parecía aún más duro bajo la sombra de su toca.No hizo falta una palabra. La expresión de la monja bastaba para dejar claro que aquel día no traía consigo ninguna clase de misericordia.—Levántate, perezosa —gruñó, golpeando el bastón contra la pared.El sonido seco resonó en la celda como un aviso de lo que podía venir si no obedecía rápido. Alanna sintió el dolor punzante en su pierna, como si el hueso estuviera
Ese golpe no había sido solo un castigo. Era una despedida. Una última herida, una última marca, una última prueba de que, incluso en su partida, el convento se aseguraba de recordarle que nunca había sido bienvenida.Pero Alanna se negó a detenerse.Enderezó la espalda y, con el orgullo intacto, no se permitió cojear, no mostró debilidad. Su rostro permaneció impasible, como si la herida no ardiera, como si su carne no gritara de dolor.Miguel no notó nada.Sin mirar atrás, Alanna siguió caminando.Salieron del convento en un silencio tenso. Afuera, un coche negro los esperaba. Miguel abrió la puerta con brusquedad.—Sube.El coche avanzaba por el camino polvoriento, y el silencio dentro del vehículo era tan espeso que parecía una presencia más. Sólo el monótono rugido del motor llenaba el vacío entre ellos.Miguel la observaba de reojo. Esperaba alguna reacción, alguna palabra, cualquier indicio de que la Alanna de antes seguía allí. Pero ella no se inmutaba.—¿Vas a decir algo? —s
El mármol de la escalinata de la mansión Sinisterra parecía un abismo infranqueable. Cada escalón era un desafío, cada paso un suplicio que la hacía apretar los dientes. Alanna sabía que no debía detenerse, que debía seguir adelante sin importar el ardor que le subía por la pierna herida, sin importar el cansancio que le nublaba la vista.Había caminado todo el trayecto hasta allí, con el cuerpo agotado y la mente sumida en una neblina de recuerdos. Recordando la humillación de ser abandonada en el camino, el eco de la puerta cerrándose tras ella, el polvo levantándose cuando el auto de Miguel se alejó.Había creído que después de todo lo que había vivido, ya no podía dolerle más. Pero sí podía.Se sostuvo de la barandilla de hierro con dedos temblorosos. Un paso más. Solo un paso más.Entonces, el sonido de un auto interrumpió el silencio.El rechinar de los neumáticos sobre la grava la hizo detenerse por un segundo. Alanna no necesitó voltear para saber quién era.Lo supo incluso a