La sala estaba envuelta en una quietud tensa, el aire pesado entre Alanna y Leonardo. Ella, recostada en el sillón, aún con el rostro pálido por el dolor que sentía en su pierna, trataba de mantenerse tranquila mientras Leonardo, con una paciencia inquebrantable, le ayudaba a aliviar el malestar. La frialdad que Leonardo siempre transmitía parecía haber sido la única constante en su vida, pero hoy algo en su mirada mostraba una pequeña fisura, una humanidad que Alanna aún no sabía cómo interpretar.De repente, la puerta se abrió de golpe, rompiendo el silencio de la habitación. Esteban entró con paso firme, su rostro marcado por la furia que había estado acumulando desde el momento en que había llegado a la fiesta. Su mirada se fijó en Leonardo primero, luego en Alanna, y, antes de que alguien pudiera reaccionar, su voz llena de resentimiento y celos llenó el aire.—¿Qué estás haciendo aquí, Leonardo? —dijo Esteban, caminando hacia ellos con pasos pesados, claramente irritable—. ¿Ahor
Nathaniel descendió de su auto con un porte impecable, el viento frío de la mañana revolviendo ligeramente su cabello. Había pasado la noche pensando en Alanna, en su dolor, en la forma en que se había esforzado por terminar su presentación a pesar del sufrimiento evidente en su rostro. Y sobre todo, en cómo Leonardo había irrumpido en el baile y la había tomado entre sus brazos, sin darle siquiera una oportunidad de ayudarla.Al cruzar las puertas de la mansión Sinisterra, fue recibido por uno de los sirvientes, quien lo condujo hasta la sala donde Alanna se encontraba descansando. Ella estaba sentada junto a la ventana, con una manta sobre las piernas y una taza de té entre las manos. La luz de la mañana resaltaba la suavidad de su piel y la delicadeza de su expresión, aunque había un dejo de cansancio en su mirada.Cuando Alanna lo vio entrar, le dedicó una sonrisa amigable.—Nathaniel… ¿qué haces aquí tan temprano?Él avanzó con calma y tomó asiento frente a ella.—Vine a ver cómo
Los días transcurrieron rápidamente, y la familia Beaumont tomó una decisión inapelable: Nathaniel debía partir al extranjero para prepararse en los negocios familiares. Su padre, un hombre severo y exigente, dejó en claro que no había opción.—Es momento de que madures, Nathaniel. No puedes seguir perdiendo el tiempo. Si no te casas pronto, yo mismo te buscaré una esposa, pero antes de eso, debes demostrar que eres capaz de manejar nuestros negocios.Su madre, más comprensiva pero igualmente firme, apoyó la decisión.—Será una gran oportunidad para ti, querido. Cuando vuelvas, nadie podrá cuestionar tu capacidad.Nathaniel asintió, resignado. Sabía que oponerse era inútil, pero antes de marcharse, había algo que debía hacer.---Aquella tarde, Nathaniel se dirigió a la mansión Sinisterra. Sabía dónde encontrar a Alanna: en el invernadero, su refugio dentro de aquella casa donde rara vez hallaba paz.—Nathaniel —dijo ella al verlo entrar—, no esperaba verte hoy.Él le dedicó una sonri
Leonardo llegó a la oficina de Alberto a primera hora, con la misma calma con la que asistiría a una reunión cualquiera. Pero por dentro, su sangre hervía. Sabía perfectamente de qué iba todo esto. Sabía que estaba a punto de sentarse frente al hombre que había destruido la vida de su familia, que había robado la tecnología de su padre y que, sin remordimiento alguno, ahora exigía su ayuda.Alberto lo recibió con una sonrisa triunfante.—Sabía que vendrías temprano. Me agrada tu actitud, Leonardo. Eso me demuestra que entiendes lo que está en juego.Leonardo tomó asiento sin cambiar su expresión.—Voy a ayudarte en este mismo instante.La sonrisa de Alberto se ensanchó.—Esa es la respuesta que quería escuchar. Seguro ya te informaste del problema.Leonardo entrelazó los dedos sobre la mesa.—Han invertido años y dinero en esta tecnología… pero no han logrado hacer que funcione.Alberto frunció el ceño, claramente irritado.—Sí. Y eso es lo más frustrante. Esa maldita tecnología deber
El sol brillaba alto en el cielo cuando Alanna decidió salir al jardín. La mansión estaba en silencio, pero algo en su interior le decía que había algo fuera de lugar.Al caminar entre los senderos de piedra, una escena la hizo detenerse en seco.Leonardo estaba sentado en una banca, con una botella de licor en la mano. Su postura, siempre firme y dominante, ahora lucía derrumbada. Tenía la mirada perdida en el suelo y, aunque intentaba mantener su expresión fría, sus manos temblaban.Eso fue lo que la hizo acercarse.Leonardo nunca temblaba.Con pasos cautelosos, se situó frente a él.—Leonardo… ¿qué estás haciendo aquí?Él apenas giró el rostro. Sus ojos, oscuros y nublados, la observaron sin interés.—No es asunto tuyo —murmuró, llevándose el vaso a los labios.Alanna frunció el ceño.—Estás bebiendo desde temprano… ¿Por qué?Leonardo soltó una risa amarga y dejó el vaso sobre la mesa de piedra.—¿Por qué no?Ella se cruzó de brazos.—No pareces el tipo de hombre que bebe para olvi
La tarde cayó rápidamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, pero para Leonardo el tiempo se sintió eterno.El cansancio acumulado, el peso de los recuerdos y la calidez del abrazo de Alanna lo envolvieron poco a poco hasta que su cuerpo cedió. Sin darse cuenta, sus párpados se cerraron y la tensión en su rostro se desvaneció, como si, por primera vez en mucho tiempo, permitiera que el agotamiento lo venciera.Alanna lo observó en silencio.El hombre que siempre se mostraba firme e inquebrantable, aquel que parecía inmune a cualquier debilidad, ahora dormía en su regazo con la respiración pausada, su rostro sereno, despojado de la dureza con la que solía enfrentar el mundo. Se veía… vulnerable.Algo en su interior se removió al verlo así.No debía sentir esa calidez en su pecho, esa extraña necesidad de protegerlo de todo aquello que lo atormentaba. No debía sentir ternura por un hombre que, hasta ahora, solo había sido un misterio indescifrable.Pero la realidad era qu
El sol de la mañana iluminaba la casa con su luz tenue y dorada. En la sala, un enorme ramo de flores frescas adornaba la mesa central, desprendiendo un aroma dulce que impregnaba el aire. Los pétalos de colores vibrantes parecían iluminar la estancia, captando de inmediato la atención de Allison en cuanto bajó las escaleras.Su corazón dio un vuelco.Un ramo tan hermoso solo podía venir de Esteban.Sonriendo con emoción, tomó una de las flores entre sus dedos y acarició los pétalos con delicadeza. No podía creer que él tuviera ese gesto con ella después de cómo habían estado las cosas últimamente. Tal vez era su forma de disculparse, tal vez era una señal de que aún había esperanza.Sin pensarlo dos veces, salió en busca de Esteban, su entusiasmo creciendo con cada paso. Lo encontró en el jardín, revisando unos documentos.—Gracias por las flores —dijo Allison con una sonrisa radiante—. Son hermosas.Esteban alzó la vista, visiblemente confundido.—¿Flores? —repitió él, sin comprende
Alanna apareció en lo alto de la escalera, descendiendo con una gracia natural, como si flotara en cada paso. Llevaba un vestido negro de satén que se ceñía perfectamente a su figura, resaltando su elegancia sin esfuerzo. Su cabello, recogido en un moño bajo con algunos mechones sueltos, enmarcaba su rostro de una manera que la hacía ver más hermosa de lo que él estaba dispuesto a admitir.Leonardo sintió un ligero nudo en el estómago, una reacción inesperada. Estaba acostumbrado a la belleza, a mujeres que se esmeraban en atraer su atención, pero con Alanna era diferente. Ella no intentaba impresionar a nadie y, aun así, lograba eclipsarlo todo.Sus miradas se encontraron por un breve instante cuando llegó al último escalón.Leonardo carraspeó, disimulando el efecto que ella tenía sobre él.—No pensé que pudieras verte más hermosa, pero veo que me equivoqué.Alanna arqueó una ceja con una sonrisa ligera.—Debería tomar eso como un cumplido, supongo.Antes de que Leonardo pudiera resp