La tarde cayó rápidamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, pero para Leonardo el tiempo se sintió eterno.El cansancio acumulado, el peso de los recuerdos y la calidez del abrazo de Alanna lo envolvieron poco a poco hasta que su cuerpo cedió. Sin darse cuenta, sus párpados se cerraron y la tensión en su rostro se desvaneció, como si, por primera vez en mucho tiempo, permitiera que el agotamiento lo venciera.Alanna lo observó en silencio.El hombre que siempre se mostraba firme e inquebrantable, aquel que parecía inmune a cualquier debilidad, ahora dormía en su regazo con la respiración pausada, su rostro sereno, despojado de la dureza con la que solía enfrentar el mundo. Se veía… vulnerable.Algo en su interior se removió al verlo así.No debía sentir esa calidez en su pecho, esa extraña necesidad de protegerlo de todo aquello que lo atormentaba. No debía sentir ternura por un hombre que, hasta ahora, solo había sido un misterio indescifrable.Pero la realidad era qu
El sol de la mañana iluminaba la casa con su luz tenue y dorada. En la sala, un enorme ramo de flores frescas adornaba la mesa central, desprendiendo un aroma dulce que impregnaba el aire. Los pétalos de colores vibrantes parecían iluminar la estancia, captando de inmediato la atención de Allison en cuanto bajó las escaleras.Su corazón dio un vuelco.Un ramo tan hermoso solo podía venir de Esteban.Sonriendo con emoción, tomó una de las flores entre sus dedos y acarició los pétalos con delicadeza. No podía creer que él tuviera ese gesto con ella después de cómo habían estado las cosas últimamente. Tal vez era su forma de disculparse, tal vez era una señal de que aún había esperanza.Sin pensarlo dos veces, salió en busca de Esteban, su entusiasmo creciendo con cada paso. Lo encontró en el jardín, revisando unos documentos.—Gracias por las flores —dijo Allison con una sonrisa radiante—. Son hermosas.Esteban alzó la vista, visiblemente confundido.—¿Flores? —repitió él, sin comprende
Alanna apareció en lo alto de la escalera, descendiendo con una gracia natural, como si flotara en cada paso. Llevaba un vestido negro de satén que se ceñía perfectamente a su figura, resaltando su elegancia sin esfuerzo. Su cabello, recogido en un moño bajo con algunos mechones sueltos, enmarcaba su rostro de una manera que la hacía ver más hermosa de lo que él estaba dispuesto a admitir.Leonardo sintió un ligero nudo en el estómago, una reacción inesperada. Estaba acostumbrado a la belleza, a mujeres que se esmeraban en atraer su atención, pero con Alanna era diferente. Ella no intentaba impresionar a nadie y, aun así, lograba eclipsarlo todo.Sus miradas se encontraron por un breve instante cuando llegó al último escalón.Leonardo carraspeó, disimulando el efecto que ella tenía sobre él.—No pensé que pudieras verte más hermosa, pero veo que me equivoqué.Alanna arqueó una ceja con una sonrisa ligera.—Debería tomar eso como un cumplido, supongo.Antes de que Leonardo pudiera resp
Los días transcurrieron con una cadencia distinta, como si el aire entre Alanna y Leonardo estuviera cargado de algo nuevo, algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. Las conversaciones, antes afiladas y desafiantes, ahora se deslizaban entre frases ambiguas y sonrisas que duraban un poco más de lo necesario. Era un juego silencioso en el que ambos se sumergían sin siquiera darse cuenta.Por las mañanas, Alanna se refugiaba en la biblioteca, absorta en los libros, pero siempre consciente de la presencia de Leonardo. Él aparecía con cualquier excusa: para buscar un documento, para tomar un café o simplemente para sentarse cerca, como si su sola presencia no fuera suficiente distracción para ella.—No imaginé que te gustaran tanto los clásicos —murmuró un día, apoyándose en el marco de la puerta mientras la observaba con un libro en las manos.Alanna no levantó la vista de las páginas, pero sonrió levemente.—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Leonardo.Él caminó lentamente hac
Esteban titubeó. Sus labios se entreabrieron, pero no dijo nada.—Es complicado, Alanna… —murmuró, bajando la mirada—. He pospuesto mi matrimonio por ti. He retrasado la expansión de mi familia porque no puedo sacarte de mi mente. Pero…—Pero no te atreves a elegir —lo interrumpió ella con dureza—. Si de verdad me amaras, no habría peros.El silencio se hizo pesado entre ellos.Alanna sintió su corazón romperse un poco más.—Vete, Esteban.Él la miró con un dejo de tristeza en los ojos, pero no intentó acercarse de nuevo.Finalmente, sin decir más, se giró y salió de la habitación.Alanna se encerró en su habitación con el corazón latiéndole con fuerza. Se llevó los dedos a los labios, aún sintiendo el peso del beso robado, pero más que la sorpresa o la nostalgia, lo que la consumía era la ira.Durante años había creído que Esteban era su destino, que aquel amor silencioso que él le demostraba en pequeños gestos era suficiente para aferrarse a él. Sin embargo, ahora, después de todo l
El señor Sinisterra se encontraba en su despacho, con la vista fija en un montón de documentos que solo le traían malas noticias. Llevaba semanas intentando encontrar una solución, pero cada esfuerzo parecía en vano. Justo cuando se recostó en su silla para masajearse las sienes, el teléfono sonó con insistencia.—¿Qué ocurre? —preguntó con fastidio al contestar.La voz al otro lado de la línea sonaba tensa. Era uno de sus principales socios, un hombre que jamás se alarmaba sin razón.—Señor Sinisterra, las pérdidas son más graves de lo que pensábamos. La situación está al borde del colapso. Si no conseguimos un inversor fuerte en los próximos días, el negocio caerá en la ruina.El color abandonó su rostro.—¿Cómo que en los próximos días? Me aseguraron que teníamos al menos unos meses para maniobrar.—Los informes estaban equivocados. Ya nadie quiere arriesgarse con nosotros. No queda mucho tiempo.El señor Sinisterra apretó la mandíbula y colgó sin despedirse. Se puso de pie de golp
Miguel estaba apoyado contra la pared del pasillo cuando escuchó la conversación entre su madre y Alanna. No podía creer lo que estaba oyendo. Su hermana, la niña dulce y sumisa que solía seguirlos con devoción, ahora se expresaba con una frialdad que lo indignaba.Cuando Alanna salió de la habitación con esa actitud indiferente, Miguel no pudo contenerse más.—¿Así que ahora te crees mejor que nosotros? —soltó con dureza, cruzándose de brazos frente a ella.Alanna lo miró sin inmutarse.—No es cuestión de creerme mejor. Es cuestión de saber cuánto valgo.Miguel sintió cómo su rabia aumentaba.—¡Nos estás dando la espalda en el peor momento! La familia te dio todo, y cuando más te necesitamos, decides actuar como una extraña.Alanna soltó una risa amarga.—¿La familia me dio todo? No me hagas reír, Miguel. Ustedes me usaron, me despreciaron y luego me arrojaron como si fuera basura. No les debo nada.La mirada de Miguel se endureció.—Eres una ingrata, Alanna. A pesar de todo, mamá si
El sol de la tarde bañaba el jardín con una luz dorada mientras Alanna permanecía de pie, con la mirada perdida en las flores marchitas que rodeaban la fuente central. Su mente divagaba entre recuerdos borrosos y sensaciones extrañas que se habían vuelto constantes en los últimos días. No sabía si era el cansancio, los fantasmas del pasado o la carga de todo lo que estaba viviendo, pero su cuerpo empezaba a no responderle como antes.Desde la terraza, la señora Sinisterra la observaba en silencio, con el ceño fruncido. Desde aquella conversación en la que Alanna se negó a interceder por la familia ante Leonardo, su marido había estado más irritable, y Miguel más cruel en sus palabras. La situación de la familia empeoraba y, aunque nunca había visto a Alanna como una pieza clave en los negocios, ahora comprendía que su matrimonio con Leonardo era lo único que podía salvarlos.Decidida, bajó los escalones y cruzó el jardín hasta donde estaba su hija.—Alanna, querida, necesito hablar co