El sol de la tarde bañaba el jardín con una luz dorada mientras Alanna permanecía de pie, con la mirada perdida en las flores marchitas que rodeaban la fuente central. Su mente divagaba entre recuerdos borrosos y sensaciones extrañas que se habían vuelto constantes en los últimos días. No sabía si era el cansancio, los fantasmas del pasado o la carga de todo lo que estaba viviendo, pero su cuerpo empezaba a no responderle como antes.Desde la terraza, la señora Sinisterra la observaba en silencio, con el ceño fruncido. Desde aquella conversación en la que Alanna se negó a interceder por la familia ante Leonardo, su marido había estado más irritable, y Miguel más cruel en sus palabras. La situación de la familia empeoraba y, aunque nunca había visto a Alanna como una pieza clave en los negocios, ahora comprendía que su matrimonio con Leonardo era lo único que podía salvarlos.Decidida, bajó los escalones y cruzó el jardín hasta donde estaba su hija.—Alanna, querida, necesito hablar co
El silencio en la habitación solo era interrumpido por la respiración irregular de Alanna. Leonardo se sentó en la butaca junto a la cama, observándola con el ceño fruncido. Su piel, demasiado pálida, contrastaba con la oscuridad de su cabello. Aunque su expresión parecía serena en reposo, su cuerpo temblaba levemente, como si luchara contra algún recuerdo que aún la atormentaba.Un golpe en la puerta anunció la llegada del médico. La señora Sinisterra entró junto a él, su rostro reflejando preocupación, pero también confusión. Miguel permanecía en el umbral, con los brazos cruzados y la misma expresión escéptica de antes.—Examínela —ordenó Leonardo, poniéndose de pie para darle espacio al doctor.El médico revisó a Alanna con meticulosidad, tomando su pulso y examinando su piel.—Está extremadamente agotada —diagnosticó tras unos minutos—. No ha estado comiendo bien, y su cuerpo muestra signos de estrés prolongado. Lo más preocupante es que parece haber sufrido desmayos recurrentes,
Un silencio denso cayó en la habitación. El médico abrió los ojos con incredulidad. Leonardo, en cambio, sintió que su paciencia se rompía en mil pedazos.—¿Fingir? —repitió en un tono tan bajo y peligroso que incluso Miguel pareció dudar por un momento.Miguel se mantuvo firme.—Tú no entiendes. Alanna siempre ha sabido manipular las cosas a su favor. Se está aprovechando de la situación para no ayudar a la familia.Leonardo sintió cómo su control se desmoronaba. ¿Cómo podía ser tan ciego? Miguel, su propio hermano, estaba dejando que Alanna se deteriorara solo por su orgullo y su desprecio hacia ella.Dio un paso hacia él, su rostro completamente frío.—Voy a encargarme personalmente de esos exámenes. Y te advierto, Miguel… Si llego a descubrir que tu negligencia ha puesto en peligro su vida, te haré arrepentirte de cada palabra que acabas de decir.Miguel sostuvo su mirada por un segundo, pero algo en los ojos de Leonardo lo hizo tragar saliva y dar un paso atrás.Sin más, Leonardo
Leonardo no estaba dispuesto a seguir esperando. La imagen de Alanna debilitada en su lecho, con la piel marcada por hematomas inexplicables, lo perseguía sin tregua. Si su familia no se tomaba en serio su estado, él lo haría.Esa mañana, sin previo aviso, un equipo de médicos y enfermeras ingresó a la mansión, dirigidos por uno de los especialistas más reconocidos de la región. Los sirvientes se apartaron con miradas curiosas y preocupadas, mientras los pasos firmes de Leonardo resonaban en el suelo de mármol.—¿Qué significa esto? —La voz de Miguel se hizo presente al ver el movimiento inusual en la casa.—Significa que haré lo que tú debiste hacer desde el principio —respondió Leonardo con frialdad, sin detenerse—. A Alanna se le harán los exámenes ahora mismo.Miguel frunció el ceño, claramente irritado.—No exageres, es solo un poco de cansancio.Leonardo se giró, su mirada cortante.—¿Cansancio? ¿Es eso lo que piensas? ¿Que una mujer joven y saludable comienza a llenarse de more
El médico miró a los presentes con seriedad.—El problema no es la cantidad de comida disponible, sino su consumo. Los análisis muestran que la señorita Alanna ha estado comiendo de manera insuficiente durante mucho tiempo. Puede ser por estrés, problemas emocionales o incluso por alguna condición que le haya quitado el apetito.Miguel soltó una carcajada seca, incrédulo.—Esto es ridículo —espetó, cruzándose de brazos—. Alanna solo quiere llamar la atención.—Exacto —secundó Allison con una sonrisa burlona—. No es la primera vez que hace algo así.Desde la cama, Alanna sintió que la rabia le quemaba el pecho. Apretó los puños con las pocas fuerzas que le quedaban. Su respiración era entrecortada, y su rostro reflejaba el enojo acumulado durante años.—¿Que lo hago para llamar la atención? —su voz sonó débil al principio, pero luego se cargó de ira—. ¿Creen que es divertido aguantar hambre hasta el punto de no poder levantarse?Miguel y Allison se quedaron en silencio, sorprendidos po
La desesperación de Allison alcanzó su punto máximo cuando vio que Miguel estaba decidido a investigar lo ocurrido en el convento. Cada minuto que pasaba era un riesgo, cada palabra que él pronunciaba era una amenaza para su secreto. No podía dejar que descubriera la verdad.Respiró hondo, sintiendo que la angustia le cerraba la garganta. Su mirada recorrió la habitación hasta posarse en un candelabro de hierro que sostenía una vela encendida. Sus manos temblaron mientras lo tomaba, pero su determinación fue más fuerte. Sin pensarlo dos veces, dejó caer la vela sobre su vestido de seda, viendo cómo las llamas comenzaban a consumir la tela.El dolor fue inmediato, pero no gritó. Se mordió el labio con fuerza hasta hacerlo sangrar, obligándose a soportarlo el tiempo suficiente. Solo cuando la quemadura se hizo insoportable, se dejó caer al suelo, rodando para apagar el fuego mientras su grito desgarrador resonaba en toda la mansión.En cuestión de segundos, los sirvientes entraron corri
Alanna se sentó al borde de su cama, observando el sol que comenzaba a iluminar el jardín. Después de varios días de tratamiento, se sentía un poco más fuerte. El agotamiento seguía presente, pero su cuerpo ya no parecía estar al borde del colapso. Sus piernas ya no se sentían tan pesadas, y aunque la debilidad aún la acechaba, la determinación en su interior la impulsaba a salir de la habitación.Leonardo, siempre atento, la observó desde la puerta. Se acercó a ella con una sonrisa suave, sus ojos llenos de preocupación y ternura.—Hoy podemos salir al jardín —le dijo con voz suave, como si temiera que el simple hecho de hablar la lastimara.Alanna lo miró y asintió, con una leve sonrisa que apenas alcanzaba a iluminar su rostro cansado. Leonardo la ayudó a levantarse y la guió por el pasillo, con su brazo alrededor de su cintura, asegurándose de que su paso no fuera demasiado lento ni forzado.Mientras cruzaban el umbral del jardín, la luz cálida del día acarició su rostro, y por un
Alanna se sentía mejor. Los cuidados de Leonardo habían dado frutos, y aunque aún no estaba completamente recuperada, su cuerpo ya no era aquella sombra frágil que apenas podía sostenerse. Cada día, con su ayuda, ganaba un poco más de fuerza, y su espíritu, aunque aún herido, comenzaba a sanar. Sin embargo, sabía que no podía escapar de las presiones familiares, especialmente cuando se trataba de su boda con Leonardo.Esa tarde, el aire fresco del atardecer parecía susurrar secretos al pasar, mientras Leonardo llegaba a la mansión con una caja envuelta en tela de terciopelo negro, un detalle que solo incrementaba la intriga que se cernía a su alrededor. Sus pasos eran decididos, y su mirada, cargada de una mezcla de emoción y anticipación, se fijó en el destino al que se dirigía: la habitación de Alanna.La caja que traía consigo era grande, con bordes delicadamente adornados en dorado. En su interior, oculto entre pliegues de seda suave, descansaba una obra maestra: un vestido que, s