Alanna se sentía mejor. Los cuidados de Leonardo habían dado frutos, y aunque aún no estaba completamente recuperada, su cuerpo ya no era aquella sombra frágil que apenas podía sostenerse. Cada día, con su ayuda, ganaba un poco más de fuerza, y su espíritu, aunque aún herido, comenzaba a sanar. Sin embargo, sabía que no podía escapar de las presiones familiares, especialmente cuando se trataba de su boda con Leonardo.Esa tarde, el aire fresco del atardecer parecía susurrar secretos al pasar, mientras Leonardo llegaba a la mansión con una caja envuelta en tela de terciopelo negro, un detalle que solo incrementaba la intriga que se cernía a su alrededor. Sus pasos eran decididos, y su mirada, cargada de una mezcla de emoción y anticipación, se fijó en el destino al que se dirigía: la habitación de Alanna.La caja que traía consigo era grande, con bordes delicadamente adornados en dorado. En su interior, oculto entre pliegues de seda suave, descansaba una obra maestra: un vestido que, s
Por primera vez, Alanna percibió algo en su mirada que iba más allá de la fría distancia que siempre había mostrado. Esta vez, su mirada era cálida, profunda, como si el hombre que siempre había sido calculador, el que la había mirado con desdén en ocasiones, estuviera verdaderamente viendo la persona que había frente a él, no solo el objeto que había creado para él. Era admiración, sí, pero no la admiración vacía que se le suele dar a las apariencias. Era algo más sincero, algo que llevaba consigo la aceptación de todo lo que Alanna era, y eso la hizo sentirse vulnerablemente expuesta.—Eres... increíble —dijo Leonardo, con voz baja, arrastrada por la sorpresa que no pudo ocultar. Sus palabras no fueron solo un elogio hacia su belleza, sino un suspiro genuino ante la fuerza que ella emanaba, ante la mujer que, a pesar de todo, aún brillaba con luz propia.Alanna bajó la mirada, abrumada por la sinceridad en sus palabras. No sabía cómo responder, ni si las palabras que él acababa de p
Cuando Alanna se retiró para quitarse el vestido, Esteban se quedó paralizado, observando cómo su figura deslumbrante se desvanecía detrás de las puertas del vestidor. La imagen de ella, tan perfecta y tan lejana, lo atravesó como una flecha afilada. Cada paso que daba hacia la habitación la veía más inalcanzable, más ajena a él. La presión en su pecho se incrementó, y con ello, la rabia y el dolor. Era como si una tormenta estuviera creciendo en su interior, una tormenta alimentada por la impotencia de no haber sido capaz de detener todo esto, de no haber podido evitar que se alejara tanto de él.Los ecos de sus risas con Leonardo, los miradas cómplices, le martillaban la mente. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había permitido que su relación con Alanna se desmoronara sin hacer nada para evitarlo? Había estado cegado, había creído que tenía todo el tiempo del mundo, y ahora lo veía a punto de perderla definitivamente.No lo soportó más. Sin pensarlo dos veces, dio un paso deci
En ese momento toda la familia llegó a la habitación y vieron a Esteban, tocándose el labio partido, miró al suelo, incapaz de decir algo. La humillación lo envolvía, y la rabia por no haber podido hacer nada para evitar la escena se convertía en una sensación amarga que lo ahogaba. Pero no podía irse, no podía permitir que su orgullo fuera destruido tan fácilmente. A pesar del dolor, Esteban levantó la vista, con los ojos llenos de furia y orgullo herido, pero sin palabras.Alanna, aún temblando, no pudo evitar ver la expresión de rabia incontrolable de Leonardo. El hombre que había jurado protegerla, el hombre que la había elegido, estaba completamente desbordado por la furia y el dolor que le causaba verla en peligro. Alanna sintió un nudo en el estómago. Su mente, llena de confusión y caos, trató de encontrar sentido a lo que acababa de ocurrir. Pero no había tiempo para dudas. La escena había sido clara: Esteban ya no era una opción, y Leonardo lo había demostrado de la manera má
El aire en la mansión se volvió denso, cargado de tensión. Todos, de alguna manera, intentaban digerir la magnitud del daño que había sufrido el vestido de Alanna. Sin embargo, cuando la mirada de Alanna se dirigió nuevamente hacia Allison, la joven mantenía una calma inquietante, un brillo de desdén en sus ojos que solo alimentaba la furia de Alanna.—No hay pruebas que demuestren que fue ella, Alanna —dijo con tono firme Miguel, intentando desviar las acusaciones—. No podemos apresurarnos a hacer acusaciones sin fundamento.La señora Sinisterra asintió, mirando a Alanna como si ella fuera la que estuviera exagerando. Incluso Esteban, que hasta hace unos momentos parecía preocupado por la situación, se mantenía en silencio, dejando que el flujo de palabras continuara. Los comentarios de la familia solo avivaban más la ira de Alanna, que sentía cómo la injusticia la consumía.—¿Entonces tengo que quedarme aquí con las manos atadas mientras ella se sale con la suya? —gritó Alanna, mira
Alanna, quién había sido la más afectada por la humillación y el daño, observó a Allison con una mezcla de furia y decepción. El corazón de Alanna latía con fuerza mientras sus ojos se fijaban en su hermana. No iba a dejar que todo quedara en una disculpa vacía.—¿Eso es todo? —preguntó Alanna, su voz temblando de rabia—. ¿Una disculpa murmurada como si no hubiera hecho nada? No me importa lo que diga la familia, porque esto no es un simple error. Esto fue algo muy serio, y no voy a aceptar que me pidas perdón como si nada hubiera pasado.El enojo de Alanna era palpable, y su mirada feroz reflejaba su dolor. La rabia que sentía no solo era por el vestido, sino por la sensación de que había sido tomada por tonta, utilizada, y manipulada de la forma más cruel posible.—Esto no se arregla con unas palabras, Miguel —continuó, su voz ahora más fuerte—. ¿Crees que una disculpa va a borrarlo todo? Pues no lo acepto.Leonardo, que había estado observando en silencio, dio un paso al frente, su
Esteban había llegado a un punto de quiebre. Las dudas que habían comenzado a nublar su juicio se habían convertido en certezas inquebrantables. La manipulación de Allison, sus mentiras, su egoísmo, todo lo que había hecho para mantenerlo bajo su control, ya no podía ignorarlo. Y lo peor de todo, el daño que ella había causado a Alanna, a la mujer que realmente amaba, era algo que no podía perdonar.En cuanto las puertas de su mente se abrieron a la verdad, Esteban se sintió liberado, pero a la vez atrapado. Quería estar con Alanna, quería estar lejos de Allison, pero sabía que su decisión no sería fácil. La presión de su familia, la obligación que sentía con los Sinisterra y el matrimonio que se había planeado durante tanto tiempo, lo mantenía cautivo.Una tarde, después de días de tensas reflexiones, Esteban decidió confrontar a sus padres. Esa tarde Esteban se dirigió a casa de sus padres. Sentía que no podía seguir ocultando sus sentimientos ni seguir viviendo una mentira. Había l
Allison observaba a Alanna desde la distancia, su mirada fija y calculadora, como si estuviera disfrutando del momento que había estado esperando. El ambiente en la mansión, llena de risas y música, pues Miguel se había reunido con unos amigos, era perfecto para desatar su pequeño caos. La mansión, con su majestuosa piscina iluminada por luces tenues, parecía ser el escenario ideal para su jugada. Mientras los amigos de su hermano conversaban despreocupados, Allison se mantenía en el borde de la piscina, fingiendo una tranquilidad que no tenía nada que ver con su interior. Sus ojos, sin embargo, no podían disimular la malicia que ardía en su pecho. Cada movimiento suyo estaba calculado, cada palabra elegida para sembrar discordia.De repente, en un giro de su muñeca, soltó una frase cargada de veneno. Las palabras fueron tan fuera de lugar, tan cuidadosamente dirigidas a Alanna, que provocaron el efecto inmediato que Allison deseaba: Alanna se giró hacia ella, el rostro de sorpresa se