Los primeros rayos del sol apenas filtraban su luz por los ventanales de la residencia Salvatore cuando el sonido inconfundible de tacones resonó en el mármol pulido del vestíbulo.Bárbara Salvatore apareció imponente, vestida con un abrigo de cachemira gris perla, gafas oscuras y su inconfundible aire de superioridad. No necesitaba anunciarse. Su sola presencia era suficiente.Alanna, que venía del ala este con unos documentos entre las manos, se detuvo al verla. Su rostro no mostró sorpresa, solo una leve elevación de cejas y una sonrisa medida.—Señora Bárbara —saludó con neutralidad—. Qué coincidencia encontrarla por aquí tan temprano. ¿Le ofrezco un café?Bárbara retiró lentamente sus gafas, revelando unos ojos que observaban con calma… y juicio.—Gracias, Alanna, pero no. Vine a hablar con mi sobrino. Asuntos familiares —dijo con una cortesía afilada.Alanna no insistió. Su expresión permaneció serena, imperturbable.—Está en su estudio.—Perfecto.Bárbara avanzó un par de pasos
Alanna caminaba por el pasillo silencioso de la residencia Salvatore, con un libro entre las manos, cuando notó que la puerta del estudio estaba entornada. Dudó por un instante, pero algo en su pecho le susurró que debía entrar. Empujó suavemente la puerta y lo vio.Leonardo estaba de pie, de espaldas, con la mirada perdida en la ventana. Su postura tensa, sus hombros rígidos, como si cargara un peso que no se decidía a soltar.—¿Todo bien? —preguntó ella con suavidad.Leonardo giró apenas el rostro y la miró. Su expresión era inescrutable, como si una tormenta rugiera por dentro pero no pudiera permitirse mostrarla.—¿Qué quería tu tía? —insistió Alanna, acercándose un poco más, intentando descifrar el silencio.Él no respondió. En lugar de eso, la tomó por la cintura con delicadeza, la atrajo hacia sí y la envolvió en un abrazo que no era solo de amor, sino de necesidad… de miedo… de redención.Alanna se quedó quieta al principio, sorprendida por la intensidad del gesto. Luego, lent
La tensión se volvió irrespirable. La señora Sinisterra apretó los labios, visiblemente afectada. Miguel se quedó inmóvil, como si cada palabra de Alanna fuera un azote contra su orgullo.—Sigues resentida… como siempre —murmuró él, más para sí mismo que para ella.—No, Miguel —replicó Alanna con una calma que dolía—. Ya no estoy resentida. Estoy despierta. Y ya no tengo miedo de ustedes… ni de lo que puedan pensar de mí.Miguel cerró los puños. Sus ojos oscuros se oscurecieron aún más, nublados por la rabia. Dio un paso hacia ella, imponiendo su presencia con la misma violencia pasiva que usaba cuando quería quebrar sin golpear.—Eres una vergüenza. Envidiosa, arrogante y desagradecida. No eres digna de ser llamada Sinisterra.Alanna inclinó la cabeza, manteniendo su expresión inalterable.—¿Y tú crees que ese apellido vale algo? —preguntó con voz baja pero firme—. Es un nombre vacío, lleno de hipocresía y silencios sucios. Llevarlo es una carga, no un honor.Las palabras le dolieron
Habían pasado varios días desde el incidente en la sala. La casa de los Salvatore se mantenía en un extraño estado de calma tensa, como si cada rincón contuviera el eco de las palabras dichas a gritos, o el peso de las que nunca se pronunciaron.Leonardo se había mantenido atento a Alanna, respetando sus silencios, cuidando sus espacios. Ella, por su parte, se mostraba distante, más reflexiva que de costumbre. Cada noche, cuando creía que él dormía, Alanna se quedaba largo rato mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos.Esa tarde, mientras él terminaba de ordenar unos documentos en el estudio, Alanna se asomó en el umbral. Llevaba el cabello suelto, una blusa sencilla, pero sus ojos hablaban de algo más profundo.—¿Tienes un momento? —preguntó con tono neutro.Leonardo levantó la vista de inmediato, dejando todo a un lado.—Claro. Pasa.Ella entró despacio, sentándose frente a él. No había tensión en su postura, pero sí un aire de firmeza que no pasaba desapercibido.—He tom
El sol de la mañana se filtraba con suavidad por las cortinas de lino en la casa de Leonardo. El ambiente era sereno, casi engañosamente apacible, como si quisiera ofrecerle a Alanna un momento de respiro antes de que el mundo volviera a girar con su habitual brutalidad.Estaba en el jardín, con las manos cubiertas de tierra, dándole forma a una hilera de hortensias nuevas. El contacto con la naturaleza le permitía enraizarse, sentir que aún tenía el control de algo. No de su pasado, ni del peso de su apellido, pero al menos de aquellas flores que florecerían si ella lo decidía.El timbre sonó, cortando la quietud.Se levantó con calma, se limpió las manos con una toalla que llevaba colgada del bolsillo trasero del pantalón y caminó hacia la entrada. Al ver por el monitor de la cámara que Bárbara
El auto negro avanzaba por la avenida central mientras las sombras de los edificios se alargaban sobre el pavimento. En el asiento trasero, Alanna miraba por la ventana sin decir palabra. A su lado, Sabrina repasaba su celular con aburrida indiferencia, y al frente, Bárbara le daba indicaciones precisas al chofer.El destino: Maison du Luxe, la boutique más exclusiva y codiciada de toda la ciudad. Donde no se vendían vestidos, se vendían declaraciones.Alanna no estaba segura de cómo había terminado allí. Aún le parecía surreal que justo Sabrina —la misma que meses atrás no le dirigía una sola palabra sin sarcasmo— ahora estuviera interesada en ayudarla a escoger un vestido para una fiesta organizada por la familia que más daño le había hecho. Pero, ahí estaba.Cuando bajaron del auto, un asistente corrió a abrirles la puerta y otra empleada las recibió en la entrada con una reverencia discreta. Las guiaron al segundo piso, reservado solo para clientas VIP.—Quédate tranquila, aquí no
Leonardo llegó a casa antes de lo previsto aquella tarde. El cansancio se le notaba en los hombros, pero no en el rostro. Había tenido una jornada difícil, reuniones tensas, decisiones pesadas… y solo pensaba en encontrar a Alanna, tal vez charlar unos minutos, ver su expresión tranquila o discutir algún detalle de la cena del cumpleaños. Aunque no lo admitiera en voz alta, algo en él necesitaba esa calma que ella le transmitía últimamente, aun cuando no siempre lo hacía fácil.Dejó las llaves sobre la consola del vestíbulo y miró alrededor.—¿Alanna? —llamó en voz alta.Silencio.La casa parecía demasiado grande sin su presencia. Revisó rápidamente el estudio, la cocina, incluso su habitación. Nada. Solo el eco de su voz repitiéndose entre paredes demasiado lujosas.Frunció el ceño. Le parecía extraño que ella no estuviera. Tampoco había recibido ningún mensaje de su parte. Y lo más desconcertante era que no la imaginaba simplemente saliendo sin avisar. No ahora, no después de las úl
La mansión Sinisterra lucía como salida de un cuento encantado, aunque el aire denso de tensión le daba un toque de tragedia silenciosa.Desde el portón principal, una alfombra de terciopelo color vino guiaba a los invitados a través de un camino flanqueado por arreglos florales en tonos marfil y dorado. Cada columna del jardín estaba envuelta en guirnaldas de luces cálidas que titilaban como estrellas atrapadas. En el centro del patio, una imponente fuente decorada con rosas flotantes servía como punto focal, iluminada con luces led que cambiaban de tono lentamente, pasando del ámbar suave al blanco hielo.Los ventanales de la mansión reflejaban el brillo del interior, donde cada salón había sido decorado con detalles exquisitos: candelabros de cristal, mesas redondas con manteles de satén marfil, centros florales con orquídeas blancas y ramas de olivo bañadas en oro. Una orquesta clásica tocaba piezas suaves desde un rincón, mientras mozos impecablemente vestidos desfilaban con copa