—¿Qué ves Rivas? ¿Esos malditos andan rondando por aquí? —pregunta un soldado a través del radio transmisor. Espera la respuesta en un estrecha trinchera debajo de un frondoso arbusto que lo cubre de la vista de las naves que pueden llegar a sobrevolar la zona, recostado sobre un par de trapos que tapan las maderas del improvisado piso mastica un chicle de menta que lo ayuda a calmar su ansiedad. Mantiene el oído pegado al radio, pero la frecuencia solo le devuelve el ruido de la interferencia. Con un poco de nerviosismo toma los binoculares intentando ubicar el puesto de vigilancia de su compañero que está quinientos metros más adelante. La noche estrellada que les ha brindado una buena visión para hacer más amena la guardia, le permite encontrar sin mucho esfuerzo el punto en el que su camarada al igual que él está escondido, es una pequeña trinchera subterránea de la que solo se debe de asomar el cañón del rifle de su camarada. Se muerde el labio nervioso esperando que Rivas no
—Mira los rostros de esta gente que se llama a sí misma “Sobrevivientes”, se aferran a lo que les queda de vida porque sienten que se les escurre entre los dedos, porque han sentido el frío aliento de la muerte soplándole en la nuca —murmura el Tirano mirando asqueado a los refugiados que permanecen sentados en sus lugares, casi sin hacer movimiento alguno, cada tanto susurran algunas palabras a sus compañeros, pero incluso ahorran en hablar, no hay motivo para hacerlo, sin duda creen que el silencio es un buen compañero que les permite hundirse más en su soledad y miseria.—Al menos nos sirven para mantenernos, un pastor necesita de su rebaño para sustentarse —responde una mujer rubia de mirada altiva sentada en uno de los sillones con las piernas cruzadas. —Es que son tan deprimentes, dan tanta lástima que ni siquiera creo que merezcan gastar el aire que respiran —susurra el Tirano de pie con las manos entrelazadas detrás de la espalda.—Pero no podemos deshacernos de ellos, aun n
—¡Vamos Yesi, no te retrases! —apura un joven con nerviosismo escondiéndose detrás de lo que ha quedado de la pared de una casa.—Es que estoy muy cansada. Me duelen las piernas, y tengo hambre. ¿No podemos descansar un poco? —se queja la niña mirándose con los ojos llorosos las rodillas llenas de raspones.—Ya lo sé hermanita, pero tenemos que encontrar un refugio, ahí hallaremos un poco de comida. Necesito que aguantes un poquito más, tiene que haber algún lugar por aquí —susurra observando nervioso por encima de la pared lo que pueda llegar a ser un buen escondite.—¿En serio crees que hallaremos algo? —pregunta la pequeña arrugando su nariz pecosa ante el panorama desastroso que ve.—Algo encontraremos, sé que tiene que haber algún lugar, uno en que estemos seguros —susurra el joven soltando un suspiro de profundo cansancio.Alex trata de convencerse de que es capaz de hallar un refugio, necesita aferrarse a la esperanza de que aún podrá seguir protegiendo a su hermanita. Se pasa
—¡Oh, vamos. Sé que tuviste algo con Selena, no sigas negándolo! —reclama Abigail con los brazos a los lados de su cintura.—Ella solo fue una amiga, no sé porque tienen que crear romance en seguida. Bueno, si lo sé, es para vender —responde Víctor con indignación.—No me lo trago. ¿Quién podría resistirse a una mujer tan bella? ¿Es tan simpática como aparenta? —pregunta la muchacha curiosa. —Era una persona muy agradable, le llegué a tener mucho aprecio —responde apartando la mirada al sentir una punzada de dolor al recordar cómo terminaron las cosas con ella—. A pesar de tus incomodas preguntas, es reconfortante estar contigo —confiesa Víctor avergonzado.—Eso... es... es muy lindo —la muchacha sonrojada se pasa un mechón de cabello detrás de la oreja bajando la mirada—, yo me siento como si estuviera en las nubes, ni en mis más locos sueños hubiera imaginado esto —responde Abigail mordiéndose el labio con nerviosismo. —Bueno, no me hubiera imaginado llegar a ser el sueño de una r
—Cuartel, Soldado Rivas reportándose, todo sigue despejado —anuncia a través de la radio. —Recibido, soldado. En breve los estarán reemplazando para que tomen un breve descanso —responde una voz femenina desde el subsuelo del Regimiento. —¿Cuál es el reporte? —pregunta con curiosidad un hombre canoso acercándose a la muchacha sentada frente al radio. —Todo sigue igual General, cielos despejados —responde la muchacha con timidez mirando a los soldados en movimiento encargándose de los últimos preparativos para la misión ofensiva. Ese bunker subterráneo resistió a los ataques de las naves, superando las expectativas, y los invasores ni siquiera están enterados, o al menos no se han preocupado en volver a atacarlos. —Es una buena noticia para llevar a cabo nuestra misión —murmura el General contemplando a los pocos soldados que han sobrevivido, esperando la oportunidad para vengar a sus camaradas, para poder dar por fin un golpe a los invasores. Sus esperanzas están puestas en él
—¿Que es lo que vienes a pedirme, Eric? Un Martínez nunca llega a mi oficina solo para saludarme —reclama una anciSofía de pelo corto rubio mirando desde detrás de su escritorio al Detective que desde el umbral de la puerta la mira con una sonrisa.—Me haces sentir culpable con ese reclamo, Mirtha. Aunque debo confesar que tienes razón, necesito de ayuda, más específicamente los expedientes de fallos judiciales que involucren a menores masculinos, al menos del periodo entre 1970 y 2000 —anuncia con una sonrisa suplicante pasando a la pequeña oficina en la que el escritorio y un sillón de dos cuerpos ocupan casi todo el espacio disponible.—¿A qué tipo de fallos te refieres? —pregunta la mujer mirándolo con intriga por encima de sus lentes.—De todo tipo, violencia familiar, abusos, custodias, incluso hasta pérdida de familiares directos —explica Eric pasándose la lengua por el labio inferior con nerviosismo esperando ir en la dirección correcta.—¿Quieres que me ponga revisar una mont
—¿Qué está sucediendo aquí, jefe? —pregunta Eric al comisario que se mantiene detrás de una barricada formada por los móviles policiales.—Los vecinos denunciaron una situación extraña, el maldito tiene a dos policías dentro del auto empapado con gasolina, está amenazando con prenderlos fuego —informa el comisario con la mirada fija en el sospechoso.—¿Ha exigido algo? ¿Qué han negociado? —pregunta el detective rascándose la barbilla con preocupación mirando al hombre que se mantiene parado al lado del automóvil.—No, el maldito loco solo está ahí amenazando con quemar a los pobres desgraciados, los dos policías son ovejas negras de la de la fuerza —responde el anciano con exasperación esperando poder terminar con eso cuanto antes.—Lo mejor sería tratar de sacarlo vivo junto a los rehenes, sobre todo con tantas miradas sobre nosotros —dice el detective señalando con la cabeza los rostros curiosos en las ventSofías de las casas de la zona.—No sé si servirá de algo, creo que lo hará d
Eric se seca con el dorso de la mano las gotas de sudor que le han cubierto la frente, con la mirada fija en el camino marcado a lo largo del parque, sigue corriendo para completar sus cuarenta y cinco minutos de ejercicio de rutina. Esos paseos matutinos suelen ayudarlo a despejar su mente, a darle un poco de claridad cuando no sabe qué dirección tomar, aunque ahora no parece estarle funcionando. Hay demasiadas cosas referentes al caso que no le han permitido desviar la atención de sus recientes descubrimientos, y sigue tan lejos de lograr respuestas como al principio. La noche anterior revisó a conciencia cada uno de los expedientes acompañado de Sofía y unas deliciosas empSofíadas, pero su trabajo coincidió con el llevado a cabo por su compañera, solo hay dos nombres acordes al perfil criminal que formuló en su mente: Horacio Leiva y Lorenzo Ferro.—Un periodista y un policía —susurra el detective con la respiración agitada corriendo a lo largo del arroyo.Ambos tienen la inteligen