—Cuartel, Soldado Rivas reportándose, todo sigue despejado —anuncia a través de la radio. —Recibido, soldado. En breve los estarán reemplazando para que tomen un breve descanso —responde una voz femenina desde el subsuelo del Regimiento. —¿Cuál es el reporte? —pregunta con curiosidad un hombre canoso acercándose a la muchacha sentada frente al radio. —Todo sigue igual General, cielos despejados —responde la muchacha con timidez mirando a los soldados en movimiento encargándose de los últimos preparativos para la misión ofensiva. Ese bunker subterráneo resistió a los ataques de las naves, superando las expectativas, y los invasores ni siquiera están enterados, o al menos no se han preocupado en volver a atacarlos. —Es una buena noticia para llevar a cabo nuestra misión —murmura el General contemplando a los pocos soldados que han sobrevivido, esperando la oportunidad para vengar a sus camaradas, para poder dar por fin un golpe a los invasores. Sus esperanzas están puestas en él
—¿Que es lo que vienes a pedirme, Eric? Un Martínez nunca llega a mi oficina solo para saludarme —reclama una anciSofía de pelo corto rubio mirando desde detrás de su escritorio al Detective que desde el umbral de la puerta la mira con una sonrisa.—Me haces sentir culpable con ese reclamo, Mirtha. Aunque debo confesar que tienes razón, necesito de ayuda, más específicamente los expedientes de fallos judiciales que involucren a menores masculinos, al menos del periodo entre 1970 y 2000 —anuncia con una sonrisa suplicante pasando a la pequeña oficina en la que el escritorio y un sillón de dos cuerpos ocupan casi todo el espacio disponible.—¿A qué tipo de fallos te refieres? —pregunta la mujer mirándolo con intriga por encima de sus lentes.—De todo tipo, violencia familiar, abusos, custodias, incluso hasta pérdida de familiares directos —explica Eric pasándose la lengua por el labio inferior con nerviosismo esperando ir en la dirección correcta.—¿Quieres que me ponga revisar una mont
—¿Qué está sucediendo aquí, jefe? —pregunta Eric al comisario que se mantiene detrás de una barricada formada por los móviles policiales.—Los vecinos denunciaron una situación extraña, el maldito tiene a dos policías dentro del auto empapado con gasolina, está amenazando con prenderlos fuego —informa el comisario con la mirada fija en el sospechoso.—¿Ha exigido algo? ¿Qué han negociado? —pregunta el detective rascándose la barbilla con preocupación mirando al hombre que se mantiene parado al lado del automóvil.—No, el maldito loco solo está ahí amenazando con quemar a los pobres desgraciados, los dos policías son ovejas negras de la de la fuerza —responde el anciano con exasperación esperando poder terminar con eso cuanto antes.—Lo mejor sería tratar de sacarlo vivo junto a los rehenes, sobre todo con tantas miradas sobre nosotros —dice el detective señalando con la cabeza los rostros curiosos en las ventSofías de las casas de la zona.—No sé si servirá de algo, creo que lo hará d
Eric se seca con el dorso de la mano las gotas de sudor que le han cubierto la frente, con la mirada fija en el camino marcado a lo largo del parque, sigue corriendo para completar sus cuarenta y cinco minutos de ejercicio de rutina. Esos paseos matutinos suelen ayudarlo a despejar su mente, a darle un poco de claridad cuando no sabe qué dirección tomar, aunque ahora no parece estarle funcionando. Hay demasiadas cosas referentes al caso que no le han permitido desviar la atención de sus recientes descubrimientos, y sigue tan lejos de lograr respuestas como al principio. La noche anterior revisó a conciencia cada uno de los expedientes acompañado de Sofía y unas deliciosas empSofíadas, pero su trabajo coincidió con el llevado a cabo por su compañera, solo hay dos nombres acordes al perfil criminal que formuló en su mente: Horacio Leiva y Lorenzo Ferro.—Un periodista y un policía —susurra el detective con la respiración agitada corriendo a lo largo del arroyo.Ambos tienen la inteligen
—¡Lorenzo, ¿Dime que has visto a Horacio ahí? —pide Eric con ansiedad a través del teléfono.—No, no lo he visto. De hecho me pareció raro que no estuviera rondando por aquí. Se supone que es uno de los reporteros más molestos que tenemos en la ciudad, aunque sea el asesinato de su jefa debería de estar encima como moscas a la miel —responde Lorenzo extrañado rascándose la mejilla en la que la barba ya está más crecida de lo normal.—¡Es él, el asesino es él! ¡Pediré que triangulen su ubicación con su celular, lo atraparé sea donde sea que esté! —informa el detective abrochándose el chaleco antibalas junto al resto de sus compañeros.—¿En serio es él? ¿Cómo lo descubriste? —pregunta Lorenzo asombrado por la inesperada identidad del asesino.—Por los correos que le envió a Juan Muñoz, le dio la información sobre las víctimas y lo convenció para asesinarlos. Rastreamos la dirección IP del equipo desde el que se enviaron y es de la computadora de Horacio, siempre estuvo frente a nosotr
—¡Espero que hayas estado practicando tu mejor sonrisa para las cámaras! Hoy al fin nos quitaremos de encima a este maldito dolor de cabeza —dice el comisario con una gran sonrisa entrando en la oficina de Eric.—Creo que lo mejor es no adelantarse a sacar conclusiones —murmura el detective con una fuerte inquietud apoderándose de él.—¿Qué? Tienes los correos sobre los policías que envío al constructor desde su cuenta, y con la gente importante que ha matado, será suficiente para que el juez decida encerrarlo de por vida —anuncia el comisario considerando que no hay razón para darle más vueltas al caso.—Es que fue… he estado pensando, y esto fue demasiado simple, el asesino no hubiera cometido ese error. Ha demostrado ser muy hábil para borrar to sus rastros, no puede convencerme de que haya caído por unos simples emails —afirma Eric cada vez más de que no tienen al hombre correcto.—¿Estás tratando de decirme que ese maldito sigue suelto viéndonos la cara de idiotas? No me arruines
Eric golpea la puerta de la oficina del comisario con preocupación, el hecho de que lo haya mandado a llamar en vez de ir a visitarlo a la oficina de él como suele hacerlo, le indica que es un asunto serio, probablemente hasta burocrático. —Pase, Detective Martínez, pase —grita desde el otro lado de la puerta el Comisario.El hecho de ser llamado de esa manera le termina de confirmar al Detective que alguien más está allí, y por lo visto alguien de arriba. Empujando la puerta lentamente posa su mirada primero en el rostro cansado del Comisario, y luego en un hombre de traje negro que se mantiene de pie mirando por la ventSofía que da a la calle.—Mandó a llamarme, señor —dice Eric intentando ver el rostro del extraño en el reflejo del vidrio, pero sin conseguirlo.—Así es, Asuntos Internos ha considerado necesario enviar a un agente para supervisar el caso del justiciero —anuncia el Comisario esforzándose por sonar cordial a pesar de la intromisión innecesaria de esa oficina.—Hace t
Eric y Sofía caminan tomados de la mano paseando por el centro de la ciudad, pasan por las coloridas vidrieras de las tiendas ante las que varios curiosos cuchichean por las ofertas que buscan atraerlos. El Detective piensa que esta se puede catalogar como su primera salida formal, ya que en su anterior cita proyectada, él había cometido el gran error de olvidar ir por estar demasiado absorto en la carta que el Justiciero le había enviado. Y aunque ahora no está menos dedicado al caso, ha sido incapaz de rechazar la invitación de Sofía a ver una película al cine, ante el solo recuerdo de su anterior fiasco no puede evitar sonreír con una mezcla de diversión y culpa, eso podría haber significado que Sofía ni siquiera volviera a dirigirle la palabra, pero por alguna razón esa maravillosa mujer ha decidido brindarle otra oportunidad, una que por suerte él no se ha permitido echar a perder. —Es una noche hermosa, tenía razón en que sería mejor venir caminando —susurra Sofía contemplando