El crepitar del fuego devorando lo que encuentra a su paso, resuena en lo oídos de un desesperado joven maniatado, el cual se sacude intentando liberarse de la extraña fuerza que lo mantiene de rodillas sobre un inmaculado piso de mármol blanco. Respirando con dificultad por el espeso humo que ha llenado el salón no quiere resignarse a seguir luchando, aunque todo parece haber terminado para él, y la verdad que no puede sentirse muy orgulloso de su corta vida, pero sobre cuerpo lo que más culpable lo hace sentirse es que no fue capaz de valorar lo más precioso que tenía… su familia.Con los ojos llenos de lágrimas por la impotencia mira las llamas que ya parecen estar acariciando su moreno rostro, quiere por lo menos enfrentar a la muerte con algo de dignidad, es lo único que puede hacer. Un extraño suspiro brota de entre las llamas provocando que un escalofrío le recorra la espalda, y a pesar del calor de las llamas, todo el cuerpo se le comienza a cubrir de un sudor frío al percibir
Víctor camina por las calles de su ciudad natal, los ojos le brillan embelesados al ver que todo parece estar tal y como lo recuerda. El imponente monumento al Trabajador con sus grabados, los verdes terrenos pertenecientes a las facultades de Ingeniera y Ciencias Sociales, incluso puede divisar la pulcra casa de ladrillos barnizados del viejo Víctor. Si bien la ciudad parece un lugar modesto comparada con la lujosa California de la que viene, no puede evitar sentir que lo inunda un agradable sentimiento de familiaridad. Y no puede ser para menos, aquí nació, creció, aprendió las valiosas y a veces dolorosas lecciones de la vida. En esta ciudad conoció al amor de su vida con quien formó su familia, puede decir con certeza que se siente en casa. Los tres meses que se ha ausentado no es mucho tiempo para que una ciudad cambie demasiado, en cambio para un niño como su hijo puede parecer una eternidad. Arruga la frente al tratar de imaginar cómo lo recibirá después de tanto tiempo, desea
Han pasado tres días desde que los invasores llegaron, desde que la humanidad ha sido destronada de su dominio y arrastrada al borde de la extinción. Las pocas personas que han logrado escapar de los rayos han tenido que buscar refugios para ocultarse, pues las naves recorren el cielo día y noche en busca de sobrevivientes. Al orgulloso y confiado hombre aún le cuesta trabajo aceptar que ya no es rey de este mundo, que ha sido reducido a ser una alimaña buscando protección en las sombras, pero nada ha sido capaz de brindarle esperanza alguna de que las cosas vuelvan a ser como antes de la invasión. Víctor junto a un pequeño grupo de sobrevivientes ha hallado amparo en las ruinas del comedor de una escuela, no muy lejos del lugar en el que las naves lo atacaron el día de la invasión. El frente del edificio se ha desmoronado convirtiéndose en una pila de escombros sobre la que han caído las chapas de esa parte del techo, ocultando de la vista la parte trasera que resistió al ataque. E
Una radiante luna observa desde el despejado cielo nocturno la quietud de la tierra, disfruta con placer el inmaculado silencio que la ausencia de la bulliciosa humanidad ha engendrado. Aunque no muy lejos del comedor en donde Víctor y Víctor se han refugiado, se distinguen las siluetas de dos hombres que han tenido la osadía de perturbar la soledad de la noche. A los pies de los restos de una iglesia miran atentos las calles desiertas, las escudriñan con la ilusión de hallar a alguien que haya logrado escapar de la muerte.—Hay personas allí afuera Ber, puedo sentir que alguien viene hacia nosotros, que nos necesita —dice uno de los hombres caminando de un lado a otro con una mirada llena de ilusión.—Me gustaría poder creer eso Pastor, pero es la segunda noche que salimos. Y no se ha visto una sola alma, aunque sí varias naves rondando —responde Bernardo sentado en un bloque que solía pertenecer a una de las paredes. El Pastor aprieta los labios resignándose a responder, continúa
Con los labios apretados Víctor dirige la mirada hacia un pequeño grupo de hombres que charlan al fondo del comedor. Esos despreciables hombres que no deben sentarse en el frío piso de cerámica roja, ni andar acurrucándose para mantener el calor de sus cuerpos. No. Ellos han creado una zona especial con sillones, cortinas, bebidas, han tomado como propio todo cuanto han hallado. Hasta han reclamado como propia la mayor parte de la comida, dejando unas pocas sobras que reparten al resto. Son una especie de élite que se creen los dueños del lugar, y de quienes se refugian allí. Ellos siempre mantienen una mirada altiva y llena de desprecio que lanzan hacía el resto. Solo aceptan que se les acerque quien pueda suponerles un beneficio. Todos en el comedor conocen al que está al frente de ellos, el que los lidera, al "Tirano" como a Víctor le gusta llamarlo. Ese desgraciado que fue sido el Pastor de la Iglesia más grande de la ciudad. Un hombre supuestamente tocado por Dios, pero que ahor
—¿Qué ves Rivas? ¿Esos malditos andan rondando por aquí? —pregunta un soldado a través del radio transmisor. Espera la respuesta en un estrecha trinchera debajo de un frondoso arbusto que lo cubre de la vista de las naves que pueden llegar a sobrevolar la zona, recostado sobre un par de trapos que tapan las maderas del improvisado piso mastica un chicle de menta que lo ayuda a calmar su ansiedad. Mantiene el oído pegado al radio, pero la frecuencia solo le devuelve el ruido de la interferencia. Con un poco de nerviosismo toma los binoculares intentando ubicar el puesto de vigilancia de su compañero que está quinientos metros más adelante. La noche estrellada que les ha brindado una buena visión para hacer más amena la guardia, le permite encontrar sin mucho esfuerzo el punto en el que su camarada al igual que él está escondido, es una pequeña trinchera subterránea de la que solo se debe de asomar el cañón del rifle de su camarada. Se muerde el labio nervioso esperando que Rivas no
—Mira los rostros de esta gente que se llama a sí misma “Sobrevivientes”, se aferran a lo que les queda de vida porque sienten que se les escurre entre los dedos, porque han sentido el frío aliento de la muerte soplándole en la nuca —murmura el Tirano mirando asqueado a los refugiados que permanecen sentados en sus lugares, casi sin hacer movimiento alguno, cada tanto susurran algunas palabras a sus compañeros, pero incluso ahorran en hablar, no hay motivo para hacerlo, sin duda creen que el silencio es un buen compañero que les permite hundirse más en su soledad y miseria.—Al menos nos sirven para mantenernos, un pastor necesita de su rebaño para sustentarse —responde una mujer rubia de mirada altiva sentada en uno de los sillones con las piernas cruzadas. —Es que son tan deprimentes, dan tanta lástima que ni siquiera creo que merezcan gastar el aire que respiran —susurra el Tirano de pie con las manos entrelazadas detrás de la espalda.—Pero no podemos deshacernos de ellos, aun n
—¡Vamos Yesi, no te retrases! —apura un joven con nerviosismo escondiéndose detrás de lo que ha quedado de la pared de una casa.—Es que estoy muy cansada. Me duelen las piernas, y tengo hambre. ¿No podemos descansar un poco? —se queja la niña mirándose con los ojos llorosos las rodillas llenas de raspones.—Ya lo sé hermanita, pero tenemos que encontrar un refugio, ahí hallaremos un poco de comida. Necesito que aguantes un poquito más, tiene que haber algún lugar por aquí —susurra observando nervioso por encima de la pared lo que pueda llegar a ser un buen escondite.—¿En serio crees que hallaremos algo? —pregunta la pequeña arrugando su nariz pecosa ante el panorama desastroso que ve.—Algo encontraremos, sé que tiene que haber algún lugar, uno en que estemos seguros —susurra el joven soltando un suspiro de profundo cansancio.Alex trata de convencerse de que es capaz de hallar un refugio, necesita aferrarse a la esperanza de que aún podrá seguir protegiendo a su hermanita. Se pasa