—¡¿Por qué demonios hiciste eso?! —lo empujó entrando al salón de clases, abarrotado de personas, sin importarle que los estuvieran escuchando. —Cálmate —siseó Roberto, al darse cuenta de la atención negativa que estaban atrayendo. —¡No voy a calmarme! —siguió gritando Alicia, enloquecida—. ¡Habla con mi padre y acaba con esto! Roberto arrugó la nariz como un animal rabioso, un instante antes de tomarla del brazo y llevársela lejos. —No hablaré con nadie. Te guste o no, vamos a casarnos. Alicia comenzó a darle puñetazos furiosos en el pecho. —¡Eres un mentiroso! —soltó en medio de las lágrimas—. Prometiste que si teníamos intimidad me dejarías en paz y has decidido hacerme esto. ¡Te odio! ¡Te odio! Sin importar sus innumerables quejas e intentos por cancelar ese matrimonio, Alicia terminó casándose con Roberto, aun en contra de su voluntad. El matrimonio fue un martirio para ambos desde el comienzo, ya que no lograban ser felices en medio de ese ambiente cargado de hostil
Adeline estaba preocupada por toda la información que había recibido en estas últimas semanas. Primero, se había anunciado el divorcio de Lorena y Anthony, con fuertes rumores de una posible infidelidad por parte de ella. Segundo, Anthony había decidido renunciar al apellido de su padre para adquirir el de su madre, quien afortunadamente acababa de despertar luego de cinco años en coma. Todo esto la tenía sumamente ansiosa, porque por más que había querido contactarlo, no había tenido formas de hacerlo. Era como si él no quisiera ser localizado. Lo último que había sabido era que su madre había sido dada de alta y que ahora estaba en trámites de divorcio con Roberto. Pero no había nada más que eso. Información externa. Rumores. Y muchas especulaciones de las posibles razones de todos esos acontecimientos. Adeline suspiró y se concentró en lo que estaba haciendo. La cena. Era fin de semana, así que había decido preparar hot dogs para sus hijos y ella. Tomó los panecillos de la bol
Los cinco se sentaron en la mesa, mientras Adeline preparaba un hot dogs para Anthony, con la atenta mirada de sus hijos sobre ella. La mente de la mujer trabajaba a gran velocidad, buscando la mejor manera de explicar la escena que habían visto minutos antes.«¿Cómo decirle a sus hijos que iba a volver a casarse?», se preguntó, sintiendo que todo era muy precipitado, pero al mismo tiempo necesario. No estaba dispuesta a retrasar esto. Deseaba ser feliz de una vez por todas. —Niños —comenzó, mientras bañaba el hot dogs con salsa de tomate—, sé que ustedes no lo conocen, pero él se llama Anthony —lo presentó. Los niños se giraron inmediatamente para verlo con notable interés y curiosidad, al punto en el que Anthony se removió en su asiento un poco incómodo por ser el centro de atención. —Hace un tiempo que mamá lo conoce —siguió diciendo Adeline, mientras servía el primer hot dogs y se lo acercaba a Anthony—. En este tiempo compartido nos hemos dado cuenta de que se han despertado
Anthony y los niños se habían dado una oportunidad de conocerse, era por eso que el hombre aparecía cada fin de semana con actividades diferentes para los pequeños.Esa semana no sería la excepción a la regla, razón por la cual Anthony se presentó bajo la luz del atardecer, trayendo consigo una enorme caja debajo del brazo. —¿Qué es esto? —preguntó Adeline, señalando la caja con notable curiosidad.—Una sorpresa —respondió Anthony, con una chispa traviesa en sus ojos azules—. Para los niños.Adeline no dudo que sin importar el contenido de la misma, a los niños les encantaría la sorpresa, ya que al parecer estaban bastante compenetrados con Anthony. Y eso era fantástico. Aun así abrió la caja y su corazón dio un vuelco al ver de lo que se trataba. Era una consola de videojuegos, el último modelo para ser precisos. Lucio, el menor de los tres, apareció dando saltitos de alegría y sus hermanos, Camilo y Alberto, lo siguieron sin poder ocultar también su emoción.Desde que Humberto ha
Adeline se sentía ansiosa, mientras escuchaba el tono de llamada. Un repique, dos, tres, y su hermano no contestaba. No podía evitar preguntarse qué estaría haciendo, ya que siempre estaba muy atento al teléfono. —Adeline —saludo con un tono de voz extraño, agitado. —Gustavo, hasta que contestas —se alivió ella. —¿Qué ocurre, hermana? Gustavo echó la cabeza hacia atrás, manteniendo el teléfono en su oído mientras lo apretaba fuertemente. Un placer enloquecedor se apoderaba de su cuerpo a medida que Carol más succionaba su miembro. —Quería darte una importante noticia. Aunque me hubiera gustado hacerlo en persona —siguió diciendo Adeline ajena a lo que estaba ocurriendo del otro lado de la línea—. Voy a casarme —soltó. Los ojos de Gustavo se abrieron desmesuradamente al tiempo en que alejaba a Carol de su cuerpo. —¿Qué has dicho? —su voz era puro hielo, aunque seguía manteniendo un ligero toque de agitación. —Sé que es muy sorpresivo para ti, hermano, pero Anthony me ha pedid
El corazón de Adeline palpitaba aceleradamente, al ritmo del tictac del reloj que anunciaba la hora inminente. El momento de dar un paso definitivo hacia su felicidad se acercaba a pasos agigantados. —Es hora —anunció mirándose al espejo.Su vestido blanco se mostraba reluciente, ocultando sus grandes curvas, de las cuales ya no se sentía tan avergonzada. Aunque debía reconocer que el ejercicio sí había dado sus frutos estilizando su figura de mejor forma. Quería verse hermosa para ella, quería sentirse realizada en todos los sentidos existentes en su vida. Jamás se hubiese imaginado logrando lo que ahora tenía: había asumido el liderazgo de una empresa, había regresado a su verdadera pasión en el arte y había conseguido una segunda oportunidad en el amor. Las puertas hacia la felicidad estaban finalmente abiertas y no permitiría que nada ni nadie se las cerrara. Así fue como se presentó en la iglesia, sus hijos se mantenían en primera fila, teniendo cada uno una sonrisa radiante
No podía ver nada. El corazón de Adeline latía aceleradamente, mientras Anthony la guiaba en medio de la habitación. Una venda cubría sus ojos, impidiéndole así descubrir antes de tiempo la sorpresa que su ahora esposo le había preparado. —¿Ya? —preguntó ella con la ansiedad latiendo en todo su ser. Era su noche de boda. Un día feliz, un día que no imagino vivir. Anthony retiró la venda de sus ojos muy lentamente y descubrió entonces una habitación decorada con rosas rojas y velas; pero no era eso lo que captó su atención, era el cuadro que reposaba sobre la cama. Se trataba de un retrato de su persona, la imagen reflejaba la espontaneidad de su ser y la dulzura de su mirada. “Porque una mujer como tú, es digna de ser admirada”, decía la inscripción debajo de la pintura. Los ojos de Adeline se humedecieron por vigésima vez en ese día, había sido un día cargado de emociones. De llanto, pero no llanto de dolor, sino de la más pura y genuina felicidad. Era increíblemente fel
Gustavo regresó de la boda de su hermana, pensando en lo feliz que se veía. Parecía como si finalmente hubiese encontrado ese supuesto amor del que tanto solía hablarle. Adeline siempre había sido una romántica empedernida y le complacía saber que ahora era correspondida. Él, por su parte, no creía en esas boberías, nunca las creyó necesarias. Su difunta esposa había resultado ser una buena compañía y con el tiempo le había tomado cariño. Pero no había entre ellos nada más que eso y una hija. Sophie era un recuerdo insistente de Mónica, la mujer que quizás, con el tiempo, le hubiese enseñado lo que era el amor. Pero ahora, en cambio, nunca lo sabría. La noche que perdió a Mónica no solamente murió su capacidad para caminar, sino que también murieron sus esperanzas de formar una familia. Había ocasiones en que se sentía culpable al ver a su hija crecer con la ausencia de una madre, pero él no estaba dispuesto a darle ese lugar a nadie más, nunca más se volvería a casar. Así qu