Prefacio.

No recuerdo con exactitud los primeros tres meses de mi vida. Las memorias comienzan a partir de una fría noche de invierno...

Recuerdo aquel despertar porque me sentí asfixiado y cuando el aire comenzó a faltar, mi cuerpo se sacudió como si estuviera convulsionando; el miedo y la desesperación provocaron que un dejo de adrenalina naciera e intenté —con las pocas fuerzas que aún me quedaban— abrir la puerta. No lo conseguí, al menos no del todo, pero el forcejeo sirvió y ayudó para que algo del otro lado cayera y una pequeña abertura se abrió, dejando pasar el aire, aire que inhalé con brío. El tiempo solo fue una mera sucesión de estados mecánicos que me condujeron a controlar parte de lo que estaba sucediéndome. No tenía noción de nada. Cuando logré reparar el lugar en el cual me encontraba, supe que me habían abandonado con el único propósito de ponerle fin a mi vida y no entendí el por qué ni tampoco quise pensar en ello. Lo importante era el hecho de que seguía con vida y respiré
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