Dio un último vistazo a su rostro y salió del baño. Exhaló un sonoro suspiro y las ganas por una taza con café afloraron. Restó importancia al hecho de que la cafeína le provocaría insomnio, pero mañana era sábado y no tenía obligaciones que cumplir. Con eso en mente, canturreó una melodía mientras preparaba café.
—Huele bien. Sírveme una taza también.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal. En serio, no era de sentir ni tener miedo, pero la cosa estaba en que alguien habló detrás de él y recordó que no había invitado a ningún amigo a pasar el fin de semana en su departamento, bueno, también recordó que no tenía amigos; carecía de vida social activa.
El miedo incrementó cuando volteó apenas la cabeza por encima del hombro derecho y vio a un chico de pie en medio de su living.
—Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...
—Ay, no, ¿es en serio? —Siguió recitando el Padre Nuestro en voz baja con la esperanza de que aquello se desvaneciera o algo así—. Rezar no servirá de nada.
Giró sobre sí y quedó frente al chico. De soslayo, divisó dos cucharas de madera y no lo pensó dos veces, agarró ambas y las cruzó formando una cruz y apuntó hacia el chico.
—En nombre de Jesús, te ordeno que... te vayas —espetó con ímpetu—. Fuera de aquí, demonio.
El terror emergió desde lo profundo de su ser cuando el intruso dio un par de pasos hacia él y solo en ese instante se percató de un enorme detalle: el intruso-chico estaba completamente... desnudo.
—Por favor, no soy un demonio, humano tonto —La cafetera emitió un silbido, el café estaba hecho, pero no se atrevió a bajar la improvisada cruz—. Ah, aunque debo reconocer que muchos piensan que lo soy por esto. Solo observa.
En un segundo, el chico se desvaneció detrás de la barra de la cocina que los separaba y el alivio lo inundó. Agradeció mentalmente porque hacer la improvisada cruz sirvió. Dejó las cucharas de madera sobre la encimera y... Un sonido abarcó de pronto la estancia. Era algo semejante al ruido que hacen los felinos: un sonoro ronroneo.
—Imposible —susurró cuando dentro de su campo de visión apareció un enorme gato negro.
«¿Ves? Por esto algunos creen que soy un demonio, pero no lo soy».
—Es solo una alucinación... —imperó, las manos comenzaron a temblar, todo su cuerpo lo hacía—. No estoy loco, por supuesto que no. Mis neuronas están muertas. Necesito descansar.
«Ah, me siento tan cómodo estando en mi forma natural. ¿Lo escuchas? Puedo ronronear porque estoy tan feliz y deja de creer y decir en voz alta que soy una alucinación. No lo soy, humano tonto».
—¡Aaaah! —exclamó-gritó, saliendo corriendo y encerrándose en su habitación.
Colocó el seguro en la puerta. Revisó las ventanas y comprobó que no estuvieran abiertas. Deslizó las cortinas porque no le agradaba despertar con la luz del sol en toda la cara. Dejó las luces encendidas y luego sí trepó a la cama.
Acurrucado y cubierto hasta la nariz por las mantas, miró detenidamente la puerta cerrada del cuarto. Posterior a media hora, se convenció de que nada entraría; cerró los ojos y el sueño lo venció. Quizá todo fue por causa del cansancio, mañana todo estaría bien y todo lo que experimentó, quedaría en el olvido.
(…)
—Está bien, mamá —profirió, parsimonioso—. Prometo que iré a la cena de esta noche... Sí, de acuerdo, adiós.
Con el ceño fruncido, miró la pantalla de su teléfono. La verdad, no tenía ni una pizca de ganas de ir a la casa de sus padres, muchos menos sabiendo de antemano que su madre lo atacaría con un extenso sermón y no, gracias. Sin embargo, se resignó y se levantó. No ganaría nada quedándose todo el día en la cama; además, el rugido de su estómago le indicaba que debía preparar algo de comer.
Posterior a realizar sus necesidades fisiológicas, bañarse y vestirse con ropas cómodas, abandonó el cuarto. Sus pasos lentos, conduciéndolo al living y...
«Afilo mis uñas así y así».
Detuvo los pasos, sus ojos ampliándose ante la escena desastrosa frente a él.
«Oh, que placer y así y así, lalalalalala...».
—¡Mi sofá! —bramó. El cántico cesó y un enorme felino negro alzó la cabeza, orbes ambarinos encontrándose con sus ojos—. Mi hermoso y precioso living —Inhaló y exhaló lento, su rostro se contrajo en un gesto lastimero—. ¿Qué has hecho?
«Hola, humano».
—¿En serio? —preguntó. Mandó al carajo todo raciocinio, definitivamente esto había superado cualquier idea de quimera. Esto era real—. Tú, maldito gato del demonio —Sus piernas recobraron movilidad y dio varios pasos, contemplando los cojines tirados por todo el piso, el relleno de estos abarcando toda la alfombra—. ¿Qué has hecho? Destrozaste mi sofá, los cojines y...
«Ah, no, nada de gato del demonio, humano tonto».
—Me importa muy poco lo que... —calló cuando, frente a él, el enorme felino comenzó a, ¿qué, transformarse?
La misma sensación de frío sintió abarcar su espalda. El enorme gato negro ya no estaba y, en su lugar, un chico desnudo apareció.
—Mucho mejor, aunque debo decirte que tu departamento es gélido —Abrió y cerró la boca, las palabras no salían—. Anoche tuve mucho frío. Casi se me congela la colita y mis bol...
—¡Ya! —vociferó, el enojo abriéndose paso dentro de sí—. Muy bien, ahora me dirás qué cosa eres en realidad. Sé que no estoy loco, ¿de acuerdo? Entonces, ¿qué está pasando aquí? ¿De dónde vienes? ¿Qué eres en realidad? ¿Por qué apareciste en mi departamento? ¿Y...?
—Detente, son demasiadas preguntas —Cruzó los brazos a la altura de su pecho y no desvió la mirada de los ojos del chico desnudo—. Prometo responder a todas ellas, pero quiero algo a cambio —Entrecerró los ojos, el chico-gato desnudo sonrió y ladeó la cabeza, otro escalofrío recorrió su columna vertebral—. Para ser sincero, me gusta estar así, en esta forma, pero no me gusta estar desnudo en un sitio frío así que, ¿me prestas algo de ropa?
—Mi departamento no es frío —señaló. Alzó la barbilla en un gesto altivo—. Además, estamos en plena primavera.
—Ni lo menciones —Frunció el ceño—. Ay, por favor, ¿tienes alguna idea de lo que sufro por culpa del polen? Por supuesto que no. Soy algo así como alérgico, pero nada grave. En fin, ¿me darás algo de ropa?
—¿Los gatos también pueden ser alérgicos? —preguntó, más para sí mismo.
—¡Por supuesto que sí! —Arqueó ambas cejas. Bueno, el minino lo escuchó—. Ahora, exijo que me des ropa y algo de comer.
—¿Sabes qué? Por mi puedes quedarte desnudo —espetó—. No me importa y... —Dejó de hablar, frente a él, el chico comenzó a encogerse y un enorme gato negro apareció en su lugar. ¿Qué acababa de ver-presenciar?—. Está bien, de acuerdo, sí... Ahora, como que iré a...
«¿Qué sucede, humano?».
—Yo, eh... Creo que...
«Ah, lo entiendo. Es miedo, ¿verdad?».
—No te tengo miedo, eres solo una mera quimera —profirió, ocultó el pavor que lo invadía con cada paso del felino hacia él—. Dime algo, gato, ¿no te duelen los huesos cada que haces eso?
«No. Es mi naturaleza».
—Oh, ¿y qué eres en realidad? —cuestionó e instintivamente dio un paso hacia atrás.
«No pienso decírtelo hasta que me des algo de ropa».
—¡Bien! —exclamó—. Iré a buscar algo de ropa y luego puedes...
El enorme gato emitió un sonoro sonido y, de pronto, ya no había gato, sino un chico desnudo. Definitivamente la situación estaba superando cualquier atisbo de racionalidad.
—¡Carajo, deja de hacer eso! —exclamó.
—Pronto te acostumbraras.
Una sonrisa lobuna esbozó el chico y pasó por su lado, como si nada hubiese sucedido.
—¿A dónde vas? —preguntó, elevando un poco la voz.
—¡A vestirme! —Ah, era eso y... —. ¡No te preocupes, sé dónde guardas ropa!
—Oh, bueno... —Miró hacia el pasillo, el chico ingresó a su cuarto—. Él sabe dónde guardo la ropa —musitó para sí.
Un extenso suspiro escapó de sus labios. La locura lo consumió y ahora debía enfrentarse a las consecuencias.
La situación debía ser extremadamente irreal y algo hilarante porque, bueno, había un intruso en su departamento. Al principio pensó y creyó que solo se trataba de una mera alucinación, pero a medida que las horas transcurrían, aquello se tornó bastante real, aunque seguía diciendo que era irreal. Para ser honesto, todo el panorama le resultaba extraño e irracional porque aún le costaba asimilar el hecho de que el enorme gato negro podía transformarse en un ser humano, en un chico. Su lado racional estaba sufriendo las consecuencias de la extensa jornada semanal en el trabajo y quizá todo lo que estaba viviendo solo fuera una rara quimera, pero la cuestión estaba en que cada se convencía más de que tal vez todo fuera cierto; además, no podía negar el hecho de que ver al gato-chico le resultaba bastante peculiar e intrigante. En resumen, estaba muy confundido.—Quiero leche —Por poco y escupe el café que estaba bebiendo—. Un tazón de leche tibia y luego quiero un buen trozo de carne.—
Continuación inmediata del capítulo anterior.—Alto, alto... —Irguió ambas manos y exhaló un suspiro—. Bien, digamos que te creo, pero, ¿por qué las personas no hablan de ello? No escuché a nadie hablar de metamórficos antes. Aparte de mi abuelo y sus alocadas historias —musitó lo último solo para sí.—No lo sé —El chico se encogió de hombros—. Los seres humanos ordinarios reniegan que existen otros seres diferentes. Se creen los únicos que viven en el mundo cuando, en realidad, no es así.—Tiene sentido —murmuró y miró al gato-chico—. No es normal encontrarse con un gato y que este de pronto se convierta en humano o, lo que es peor, estando en forma de gato se comunique contigo. Por cierto, ¿cómo haces para que te escuche y entienda estando en tu forma de pantera?—Ah, es un don de nuestra naturaleza —Arqueó ambas cejas—. Algo telepático.—¿Puedes leer la mente? —cuestionó, casi con miedo.—Já, quisiera poder leer mentes —Había burla en la voz del minino-chico—. No, no puedo. Sin emb
Realmente debió enloquecer porque aún no podía —mejor dicho, no quería— creer que un enorme félido estuviera en su departamento y él ahí, comprando comida para gatos. Sin embargo, la cosa no estaba en el hecho de hacer ese tipo de compras, sino en haberse entusiasmado con la idea de tener un gato y, dejándose encarcelar por reacciones instantáneas, terminó comprando una caja para arena sanitaria, dos tazones, una bolsa de alimento balanceado —leyó la descripción solo para cerciorarse de que fuera el alimento indicado, gracias—, un par de juguetes y un collar con un bonito y sonoro cascabel; así que sí, al parecer su mente asimiló la idea de que de ahora en más convivirá con un gato, bueno, una pantera. De igual modo eran todos gatos, unos salvajes y otros no.En realidad, no sabía cómo ni de qué manera sentirse. Nunca en su vida —después de independizarse— había convivido con nadie. No tenía una vida social como tal, mucho menos amigos y era la primera vez que interactuaba por más de
Se echó algún tipo de spray para acomodar su cabello; por lo general, no usaba ese tipo de cosas, pero debido a la repentina llamada de su madre e invitarlo a cenar, bueno, sabía muy bien que tenía y debía verse bastante presentable.Siendo honesto, no quería ir a la dichosa cena porque temía que su madre le sálgase con lo mismo de siempre: cuando le llevaría un novio a casa. A pesar de ello, ya no sabía cómo esclarecer a su madre que él carecía de vida social y por lo tanto, era casi imposible que tuviera un novio. Su última relación amorosa había durado unos efímeros tres meses; no tuvo la culpa, por supuesto. Tampoco era como si no quisiera tener una pareja, pero debido al trabajo y a su propio estilo de vida casi ermitaño, le resultaba difícil encontrar a ese alguien que lo comprendiera y quisiera compartir su vida con él. Realmente deseaba tener novio, en serio que sí y...—¿Saldrás de compras de nuevo?Se sobresaltó al oír la voz detrás de sí. Vaya, la pantera sí que era silenci
Continuación inmediata del capítulo anteriorSu madre ladeó la cabeza y su padre miró al chico con el ceño fruncido.—¿Frufrú? —preguntaron su padre y madre al unísono.—¿Frufrú? —cuestionó, con completo asombro en torno al félido y este solo le ofreció una radiante sonrisa como si nada.—Es un bonito nombre —replicó el metamórfico félido—. Además, la gatita Carlota lo dice en una canción y me gustó mucho porque...—¿Quién es Carlota? —indagó su madre.Rezó un Padre Nuestro, un Ave María y rogó a Dios porque el suelo se abriera y se lo tragara por completo. Su mal presentimiento acababa de cumplirse. Algo así…—¿Nos disculpan un momento? —preguntó, agarró una mano del chico y arrastrándolo hacia las escaleras—. ¡Ya regresamos, iré a mostrarle mi antigua habitación!No quiso ni siquiera echar una mirada por encima de los hombros a sus padres.Arrastró al michi-chico hasta llegar a su antiguo cuarto, abrió la puerta y lo empujó, sin sutileza, al interior. Encendió las luces. El enojo tr
Semana uno.Luego de la cena, bajo una atmósfera incómoda, las cosas siguieron su cauce normal... De acuerdo, no era normal porque tuvo que continuar con el engaño e hizo pasar al cambiaforma félido como su novio y no, no salió del todo muy bien, al menos no para él. Tuvo que tragarse las explicaciones verdaderas respecto a su acompañante para con su madre y dejar que ella siguiera entusiasta con la idea de que tuviese por fin un novio; en cuanto a su padre, bueno, recibió un tremendo reproche por no compartir la buena nueva —que por fin se había conseguido una pareja— porque claro, según la historia que inventó, llevaba más de dos meses de... novio. Si bien hubo algo bueno de todo el asunto, fue el hecho de que su supuesto novio le siguió la corriente y fue Frufrú quién armó toda una historia de cómo se conocieron (bastante cliché, cabe destacar). En resumen, lo hecho, hecho estaba.Posterior al fin de semana bochornoso y casi desastroso, la semana fue tranquila. La misma rutina, bue
Tiró el maletín al sofá y se desplomó sobre este, sosteniéndose con ambas manos la cabeza que parecía a punto de estallar.—N-no me siento... bien —Oyó, causando que mirase, con ojos entrecerrados y aún sosteniéndose la cabeza, hacia su costado derecho—. Creo que... voy a morir.—¿Qué? —Algo no estaba bien... —. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás... desnudo?—Tengo mucho calor y la ropa me molesta —Dejó caer las manos a su regazo y centró la mirada sobre Frufrú, dándose cuenta de que este se encontraba cubierto por una fina capa de sudor—. En serio, creo que moriré y aún soy joven.Abrió y cerró la boca, negó con la cabeza a pesar del mareo. Por mero impulso, inhaló hondo y el aroma penetró con fuerza en su nariz. Un extraño hormigueo afloró dentro de su estómago y, por primera vez, realmente observó minuciosamente a Frufrú. Acostado y completamente desnudo, el sudor perlaba la piel que a simple vista parecía ser tersa; la respiración acelerada, cabello negro pegado a la frente sudorosa y
Todo modificó, toda su vida lo hizo al punto de haber cometido la locura de tener intimidad con alguien que no era del todo... humano. Lo más lógico hubiera sido arrepentirse y no volver a cometer dicha locura, pero no. Descubrió que le gustó, descubrió un lado primitivo y bastante animal, por decirlo de manera sutil, aunque culpó a los meses que pasó sin tener relaciones sexuales y Frufrú, bueno, no importa.Desde la primera vez que ocurrió aquel encuentro íntimo —hace un mes atrás—, siguieron otros más y el último acababa de suceder hace una hora.No podía quejarse, no del todo, tenía una vida sexual activa, pero habían dilemas que se formaban dentro de su mente cada que se detenía a cavilar en todo lo que ocurrió y ocurre actualmente. No tenía idea de cómo denominar a la relación con el metamórfico; ellos no eran pareja, no eran novios, eran simples compañeros de piso y eso, incluso, era ridículo.—Hey, tengo hambre —Ladeó la cabeza y miró a Frufrú que se encontraba con la mitad de