Capítulo40
Alcé la vista y vi el rostro duro y anguloso de Sergio. No solo me había sujetado, sino que también había atrapado con destreza el trozo de sandía que llevaba en la mano. Una escena tan idílica, algo que solo se vería en una película, se estaba desarrollando ante mis asombrados ojos. Me enderezó y me soltó, pero en cuanto me moví, sentí un dolor punzante en mi tobillo.

— ¡Me duele! —exclamé, agarrándole del brazo.

Siguió mi mirada y vio mi tobillo blanco, ya enrojecido. — ¿Tienes el tobillo torcido?

Sergio estaba muy cerca, su voz grave era extraordinariamente atractiva. Lo afirmé y al instante me metió la sandía en la mano y me levantó en brazos.

Durante todos estos años con Carlos, nunca me había cargado así. Este repentino abrazo horizontal de Sergio me aceleró el pulso, incluso me hizo sudar la nariz…

Soy así, cuando estoy nerviosa o emocionada, no sé porque me suda la nariz. En ese momento, también escuché murmullos, de los vecinos y transeúntes. En este pequeño pueblo, este tipo
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