«Maldición… ¿Por qué me duele la pompi derecha?».Me voy despertando mientras la claridad del día se cuela a través de mis párpados. Un mechón de cabello en mi boca me produce un asco inmediato, y entre una mezcla de quejidos y escupitajos, intento deshacerme de él. Mis movimientos son torpes mientras me incorporo lentamente, con los ojos aún entrecerrados, tratando de entender dónde estoy y qué está pasando.A mi lado distingo a una chica acostada, su cabello ondulado y desordenado cubre su rostro.—Lottie, despierta —murmuro con voz soñolienta—. Lottie…Le aparto el cabello de la cara con cuidado y empiezo a sacudirle el hombro con suavidad, pero ella parece atrapada en un sueño profundo.—¡Lottie, despierta!De repente, abre los ojos como si hubiera tenido un mal sueño, su expresión es de completo espanto. Sus ojos rojos se encuentran con los míos, y enseguida se sienta sobre las almohadas.—¡Ino! ¿Cómo te sientes? —me toma de la mano, sus palabras brotan con ansiedad.—Pues… no sé.
Narrado desde la perspectiva de Richard Kross.—Por cierto, ¿por qué me llamas desde ese número? ¿Qué pasó con el celular que te regalé? —pregunto, esforzándome en sonar casual, aunque por dentro estoy lleno de impaciencia. Inocencia Trevejes, la mujer más testaruda que he conocido, tiene una habilidad única para desobedecer mis instrucciones. Ese celular que le di no era un regalo cualquiera; tiene un propósito que ella jamás debe imaginar.—Lo dejé en el auto, y… bueno, Ermac se lo llevó esta mañana.«El pececito ha mordido el anzuelo».—Oh, ya entiendo —respondo, adoptando un tono de falsa decepción.—Sí.—Bueno, te dejo descansar. Te llamo más tarde, ¿de acuerdo?—Ok, que tengas un buen día.No creo que haga falta llamarle de nuevo. No después de lo que está a punto de suceder.Cierro la llamada rápidamente, dejando a Inocencia con la falsa tranquilidad de que todo está en orden. Salgo de mi oficina a paso rápido, con cada movimiento cargado de determinación. Mi destino está claro:
Saltamos por la ventana del salón de la chimenea, aterrizando en el suelo con la urgencia de quienes saben que el peligro está pisándonos los talones. Sin perder tiempo, comenzamos a correr hacia la parte trasera de la mansión. Sebastián va delante, cargando a Marisol en sus brazos. La pequeña, temblando de miedo, se aferra a él con tanta fuerza que parece querer fundirse en su pecho. Sus sollozos desgarran el aire, y cada lágrima que derrama aviva un fuego en mi interior que amenaza con consumir mi autocontrol. Nunca me había sentido así, con una furia tan desbordante, un deseo oscuro de arrancarle la vida a Richard. Pero no puedo ceder a este impulso. No ahora.—¡Voy a llamar a Alexis! —grita Jennifer, quien corre un poco más adelante, liderando nuestra huida—. ¡Espero que aún esté libre!Su voz está cargada de desesperación, y no puedo evitar sentir un escalofrío al escucharla. Entre jadeos, trato de mantener el paso mientras pregunto:—¿Alexis… no estaba aquí? —Cada palabra me cues
Creí que sería lindo darle alas de esperanza a mis sueños; lo que no sabía era que, con esas mismas alas, mis sueños podrían salir volando y perderse de mí. Cuando los vuelva a atrapar, me aseguraré de encerrarlos en una jaula.Tras mi desgarradora charla con Jennifer, regresamos a la sala de la casa. Marisol está sentada frente al televisor, absorta en la pantalla, mientras Sebastián permanece a su lado, aparentemente igual de concentrado. Necesito hablar con ella, pero antes debo reunir todas mis fuerzas y aparentar fortaleza, aunque por dentro me sienta completamente rota.Respiro profundamente, tratando de calmar mi agitada mente, y camino hacia ella. Me agacho frente a la pequeña, asegurándome de mirarla a los ojos para captar toda su atención.—Pequeña, voy a llevarte a la casa de tu abuelito Frank. Necesito que te quedes un tiempo por allá —le digo con la voz más firme y serena que puedo lograr.Marisol ladea la cabeza y me mira con esa inocencia que siempre logra tocar mi coraz
Al llegar a la casa de Chitsen, todos descendemos del auto, excepto Marco, quien da la vuelta en el vehículo y se aleja conduciendo por la misma calle por la que llegamos.—Permítame ayudarle con los maletines.—Gracias, Sebastián. —Le entrego ambas maletas.Caminamos hacia la entrada, y me detengo frente a la puerta, dando tres firmes toques. A los pocos segundos, se escuchan los sonidos de cerraduras siendo descorridas desde el interior. La puerta se abre, revelando el rostro pálido de una mujer que reconozco al instante. Su ondulada cabellera oscura me trae recuerdos amargos: yo misma la arrastré por el bar de una discoteca.—¡Perra malparida! —Bárbara exclama con furia, agarrándome del cabello y tirándome hacia adentro con violentos jalones—. ¡Hoy te mato!—¡Bárbara, cálmate, por favor! —suplico, pero mis palabras caen en oídos sordos. Bárbara me jala con más fuerza, obligándome a arrodillarme frente a ella.—¿Crees que por ser una Hikari debería temerte? —escupe con rabia, incliná
No creo que le llegue a pesar el remordimiento. Este traidor es peor que Judas; él no se ahorcaría solo.Richard me ha mostrado su verdadero rostro: un hombre capaz de pisotear a inocentes con tal de cumplir sus metas. Cree que ha ganado, con esa sonrisa arrogante y vacía, asumiendo que mi familia está destruida... ¿Acaso no ve que estoy aquí, frente a él?—La reina apenas ha sido coronada, Richard. El verdadero reinado será... despiadado.Mi voz es un susurro frío, afilado como una daga. Me levanto del borde de la cama, lo observo una última vez y dejo escapar una sonrisa cínica que corta el aire. Sin añadir más, me doy la vuelta y salgo de la habitación.Llego al ascensor y presiono con fuerza el botón de bajada, como si apretarlo más fuerte pudiera acelerar su llegada. Cuando finalmente se abren las puertas, entro y me recargo contra la pared, tratando de calmar las llamas que aún me consumen.Al llegar a la planta baja, acelero mis pasos, atravesando el lobby del hospital con la de
Todo cambió desde el instante en que mi corazón tomó las riendas de su propio destino. Como si se tratara de un órgano autónomo, trazó el camino y me guió hacia él.Aquella mujer devota, impregnada de pureza exagerada, se está desvaneciendo poco a poco. Por más que intento aferrarme a la ingenuidad que una vez me definió, no encuentro ni el más mínimo rastro. Yo… estoy cambiando. Es como si la monja que fui hubiera dejado de existir.Han pasado varios minutos desde nuestro encuentro en la torre del campanario. Ahora estoy sentada frente a una mesa elegantemente decorada, luciendo el hermoso vestido turquesa que Dimitri escogió para mí, acompañado de unos elegantes tacones negros. Mientras me arreglo el cabello, espero pacientemente a que Dimitri termine de servir la comida. Intenté ayudarle, pero él insistió en encargarse de todo. Según él, esto está pensado para que yo lo disfrute por completo.—Espero que te guste el pavo horneado —dice con ese tono bajo y ronco que me eriza la piel,
A lo largo de este tiempo, he llegado a conocer a dos Dimitris. Uno es el hombre que tengo ahora frente a mí, el romántico empedernido más dulce y empalagoso de todo Londres. Este Dimitri es capaz de hacerme sentir como la protagonista de un cuento de hadas, alguien que se arrodilla ante mí con una sonrisa cálida, que acaricia mi rostro como si fuese un tesoro y declara su amor con una devoción que te hace sentir como una santa. Su dulzura me envuelve, me embriaga, y en momentos como este, me atrevo a soñar con un futuro que parece tan perfecto como imposible. Pero también he visto la otra cara. Esa que haría temblar a cualquiera. La frialdad calculada con la que da órdenes que condenan vidas, la brutalidad con la que corta cuerpos y arranca gritos de terror, la mirada despiadada de alguien que encuentra en la crueldad un medio para conseguir lo que quiere. Es esa faceta la que me asusta, la que me hace dudar si puedo soportar todo lo que él es. ¿Cómo reconciliar al hombre que me levan