Ya pasaban de las cinco y el ya había recorrido los confines aledaños a la zona metropolitana de Kuri, hasta que por fin encontró algo.
El edificio de departamentos presentaba leves grietas en la fachada. El revestimiento de estuco seguía con el color y textura original en unas cuantas partes del exterior, como piel reluciente al sol. El inmueble de modesto exterior, se inclinaba hacia cuatro abedules desgarbados que se estiraban para apreciar la vista, aunque fuera borrosa, de los atardeceres anaranjados de un tono artificial que sólo la contaminación de área urbana de Kuri podía producir, y que los hacía parecer tarjeta postal retocada. La edificación quedaba a veinte minutos y una considerable distancia de La Nube Roja. Una agradable coincidencia, para Santino.
La rentera, una mujer de edad mediana que hablaba sin parar, se peleó con la llave de uno de los departamentos durante cinco minuto
—¿Alexa?No hubo respuesta. Hanako se había quedado dormida, pero sólo por quince minutos más, nada de qué alarmarse. Y sabía perfectamente que su hija siempre se procuraba el desayuno y el arreglo de sus cosas antes de irse a la escuela. Alegaba de su autosuficiencia –y lo incrementó en las últimas semanas, Hanako lo notó- y eso no era motivo de preocupación para su madre. Pero ahora, no le había escuchado bajar corriendo por la escalera, ni el escándalo de la secadora de cabello prendida ni su alegato personal en el baño, frente al espejo.Un silencio que no agradó del todo a la señora Bell y el comienzo de su ira personal se incrementaría. No lo sabía, pero lo presentía muy, muy dentro de su sentido común maternal.El pasillo hacia la habitación de su hija seguía igual de mudo. Tomó el picaporte
—Vaya que eres rápido, muchacho—Pixis entró al cuarto de la hora en su oficina, a la cual Santino había acudido al edificio desde la mañana.—Y pensar que el perezoso de Kaz tarda horas en organizar los malditos remanentes.Simples transacciones. Movimientos meramente digitales…casi como estar en casa.Santino no ahondó en esto último, sólo contempló su reloj de pulso.—Hmp. Los saldos también están completos –dijo Santino, cerrando cada una de las ventanas y archivos antes de apagar el ordenador—Creo que es todo por hoy.—Efectivamente –completó Pixis, con una leve expresión de complacencia.Estando a momentos de oprimir la tecla de OFF, una carpeta alejada y solitaria en el espacio deldisplayde la barra de estado llamó su atención y lo preguntó en voz alta.&mdas
Habían estado inmersos en una plática corta pero consistente, no en la sala sino en la alcoba.Santino no había terminado de desempacar el resto de sus pertenencias y aun se hallaba un montículo de ropa sobre una de las sillas del escueto comedor y el resto en el sofá; la sala lucía como si hubiera pasado un ventarrón. Ya se organizarían, ya habría tiempo de más cosas. No había televisor y ella había desistido de la idea de llevarse el modular sobre su buró, pero hubiera sido demasiado bulto, después de empacarse hasta la más insignificante prenda. El sonido de sus voces aun recriminaba un escaso eco.Olió un débil aroma de cerezo cuando ella le abrazó por la espalda. Se volvió para mirarle. La luz tenue de la lámpara de mesa se reflejaba en sus ojos jade y los cabellos rosas caían sobre sus hombros, como la tranquila marea
El la contemplaba toda. Los músculos, los pequeños músculos del interior de sus muslos, alzándose incontrolados. El deseo temblaba en su interior.Tal vez el amor sea tan divino como dicen los poetas, pero el sexo es el pacer efímero del mortal. No, no era sexo simplemente. Esto procedía a un sentimiento mutuo e inmaculado, una entrega completa.Sí…eso era.—Esta bien. –Repitió él, su aliento rozó deliciosamente el área íntima.—. Me gusta.Ella le escrutaba. El brillo de sus ojos resplandecía. El agua de lluvia al caer por la ventana, formaba ondulantes dibujos en su cara, cuello y pecho. Recostada y bajo las oscilantes sombras, sus senos parecían tener un poco de más volumen. Es perfecta en un instante.No, para el ha sido perfecta siempre.—Santino… –la recorrió un estremecimiento, haci
La noche transcurría su curso y el tiempo no se detenía por nada ni por nadie. Desde la habitación, la luz del alumbrado público se filtraba hasta el interior del apartamento situado en los suburbios del noreste de Kuri; un inmueble que había estado desocupado en los últimos tres meses hasta ayer en la tarde. Pasando a manos de Santino Lux.Éste contemplaba las luces con un abatimiento transitorio, consciente de la mejor parte de una velada posiblemente maravillosa. Un respiro en medio de todo aquel torbellino de dolor que había inundado su vida y que se incrementó después de conocerla. Un vehículo, negro como el resto del entorno, se aparcó a tres metros delante de ellos. La amorfa penumbra hacía poco distinguible el modelo. Tres sujetos emergieron de éste.—Bien, a trabajar. –Kizart miró de reojo a Santino y echaron a andar en dirección a los pasajeros. Hoshi se detuvo aun a tres metros de distancia y entregó por detrás de la espalda, un objeto metálico a su compañero—Guarda eso en el bolsillo.El sintió tambalear el mango del arma automática entre sus dedos.A trabajar
El lío se había tornado complicado en cuestión de segundos y aun repasaba los hechos con minuciosidad. Aquellos tipos frenaron en seco la ofuscada determinación de Kizart. Él vio como uno de ésos esbirros a la orden de Tazuna, con un leve movimiento con los dedos, desenfundó sus armas, propinándole un supuesto bloqueo a Kizart…y ese movimiento quedó como mero intento. El otro lo había apresado por los hombros.El sonido del disparo se debió a que éste soltó la semi-automática. Santino no estaba acostumbrado a portar semejante objeto y mucho menos a pelear de improviso. Pero eso no significaba que fuese un completo cobarde. Kizart fue más rápido, tomando al inicial atacante por el codo, tirando a la vez del antebrazo entero y se lo giró con la rapidez y facilidad de quien gira la perilla de una puerta. El sujeto cayó al suelo, dolorido pero vivo.
¿Acaso había dicho que no importaba ya?Alexa Bell…la misma con quien estuvo saliendo durante dos malditos años, ¿verdad? ¿Ella había dicho eso?Pues si y lo escuchó tan fuerte y claro como se podía permitir en el pasillo que conectaba al piso inferior con el superior del edificio escolar.Las primeras llamadas de la semana anterior solo fueron un desperdicio de su tiempo, al ser mandadas al buzón de voz. ¿Qu