GIANNA RICCI—¿Qué va a vender? —preguntó el hombre acomodándose a mi lado y prestándome toda su atención.—Una casa… donde tuve recuerdos muy lindos, tal vez mis únicos recuerdos felices —agregué y una lágrima cayó por mi mejilla. —Lo lamento…—¡Matías! ¡Ahí estás! ¡Te estaba buscando! —exclamó mi padre al vernos, agitando su mano en dirección a mi acompañante. —¿Es él? —preguntó el hombre a mi lado, reconociéndolo por las migajas de galletas que aún se aferraban a su pecho. —¡¿Tú vas a comprar la casa de mi madre?! —inquirí alterada y mis ojos se pusieron turbios por las lágrimas que se rehusaban a caer. —¿Tu madre? —Matías parecía cada vez más confundido. —¡Ah!, pero si es la monja… ¿Qué haces aquí? —preguntó mi padre riéndose. —¡Las galletas tienen un costo de tres euros y usted solo le dio uno con veinte a la madre superiora! ¡¿Cómo se atreve a robarle así a una mujer de Dios?! —exclamé limpiándome las lágrimas de las mejillas.—¿Tanto alboroto por unas galletas? —insistió m
GIANNA RICCI—¿Leonel? —Jamás creí que la mujer que provocó mi muerte, ahora me estuviera salvando. Dafne estaba parada en el marco de la puerta, viéndonos confundida. —¿Dafne? ¿Qué haces aquí? —preguntó Leonel soltándome por fin. —Me tengo que ir —dije saliendo presurosa del despacho, con el rostro agachado como si me preocupara que Dafne me fuera a reconocer. —¡Hermana Gianna! —exclamó Leonel, pero lo ignoré y él tampoco me persiguió, como siempre, no era algo que me sorprendiera y menos si estaba Dafne de por medio. Cuando por fin puse el primer pie fuera, me detuve, así como mi corazón. Me escondí a un lado de la puerta y esperé, quería creer que podría pescar algo bueno. —¿Qué haces aquí? Creí que había quedado claro que en mi vida quería volverte a ver… —dijo Leonel y pude escuchar el tintineo de las botellas, una vez más iba a tomar. —Sé que me prohibiste volver a entrar en esta casa, pero… —¿Cómo lograste que mi servidumbre te dejara entrar? Quien lo hizo terminará despe
MATÍAS ZANNIERYo no nací en cuna de oro, pero sí tenía un amigo con bastante dinero. Siempre me invitaba a sus fiestas, sin embargo, yo nunca accedía, no me agradaba compartir el mismo espacio que personas que parecían hacerme un favor permitiéndome respirar su mismo aire, pero al ser el cumpleaños de este amigo no tuve elección. Cuando estaba buscando la excusa perfecta para irme, un hermoso ángel de ojos azules y cabellos claros traspasó la puerta, rodeada de sus amigas. Usaba un vestido entallado y provocativo que la delataba como un demonio. No supe si fue la intensidad de mi mirada, pero atrajo a la suya. Se acercó con un contoneo seductor y cadencioso mientras me veía de pies a cabeza, una vez que estuvo frente a mí, me sonrió y en vez de burlarse de mí o criticarme, me invitó a bailar. Pensé que era un sueño hecho realidad, jamás me imaginé que enredarse con un hombre con menos dinero solo era un acto de rebeldía hacia su padre, eso lo supe después de haber salido con ella ca
MATÍAS ZANNIER—Vi que hay limones en la cesta. ¿Quieres agua de limón? —preguntó Gianna tomando un par de limones en cada mano—. ¿Sabes si dejó también la azúcar? Está en el bote marrón. Volteé aún escéptico hacia la encimera. Cuando destapé el bote, efectivamente ahí estaba el azúcar. —Dijiste que ese hombre, el señor Valencia, ¿es tu padre? —pregunté acercándole el bote mientras ella se ponía rígida, incluso palideció.—¿Dije «padre»? —contestó divertida—. De seguro me confundí. —El señor Valencia me dijo que esta casa era de su esposa, y que siempre perteneció a su familia. Que su hija, quien la iba a heredar… murió… —dije con pesar al recordar.No entendía cuál era su relación con esa familia, en este punto ni siquiera estaba seguro de que fuera Gianna, pero su sencillez y ternura me hizo simpatizar con ella. —Entonces… ¿un juicio? —preguntó cambiando el tema. —Sí, hace tiempo un hombre mató al hijo de mi cliente. Consiguió una pena muy gentil… No pudieron encontrar un abogad
GIANNA RICCI—Es el abogado Matías Zannier —dije contra sus labios, deteniendo su avance. Sus ojos que se habían clavado en mi boca, se levantaron, enganchándose en mi mirada. —¿Cómo? —Él es el abogado que va a condenar a… Christian Valencia… —Me sentí como si estuviera traicionando a ese hombre. Aunque no lo conocía, en verdad parecía bondadoso—. Mi padre prometió no meterse en el juicio para defender a…—¿Tu padre? —preguntó Leonel tomando distancia. ¡De nuevo me había equivocado!—«Su» padre… Me refiero al padre de Christian Valencia… —intenté corregir, pero sus ojos no parecían creerme—. Él prometió no meterse en el caso a cambio de que le diera una buena cantidad de dinero por la casa. Dirigió su mirada hacia el parabrisas, parecía contrariado y molesto. —Te escuché bien, dijiste «mi» padre… —Me equivoqué… estoy cansada y…—¡¿Te equivocaste?! ¡¿También te equivocaste cuando dijiste tantos datos personales de mi relación con Evelyn?!—Solo adiviné… —dije apenada volteando en
LEONEL ARZÚA—Señor Arzúa —dijo Gianna con una gran sonrisa, como si ya conociera a mi abuelo.—¿Nos hemos visto antes, hermana? —preguntó desconcertado, pero cortés. —Usted a mí no… pero yo a usted sí, es muy conocido —agregó nerviosa y se sonrojó. —¿Muy conocido? —inquirí molesto—. ¿Escuchaste de él en Italia? Imposible…—Aunque no lo creas, Leonel, mis hazañas como inversionista y empresario aún son recordadas —contestó mi abuelo sacudiendo su índice en el aire. —¿Quiere una galleta? —preguntó Gianna emocionada. —¡Claro! ¿Las hizo usted, madre? —preguntó mi abuelo y tomó una de la pequeña canasta que cargaba Gianna, ella solo asintió con emoción mientras veía ilusionada como mi abuelo probaba la primera. —¡Deliciosa! —exclamó con sorpresa—. Qué curioso… —susurró y volvió a morder la galleta, como si buscara algo entre la masa—. Tiene un sabor que se me hace… conocido. Su sazón… es como si ya lo hubiera probado antes. ¡No! ¡Imposible! Debo de estar confundido. »Leonel, debería
LEONEL ARZÚACuando por fin pude soltar su boca y verla a los ojos, a quien vi detrás de esos iris azules, no fue a Gianna, sino a mi esposa, la mujer que nunca valoré y que perdí de la manera más cruel que alguna vez imaginé. —Evelyn… —dije su nombre y me dolió, fue como si cada sílaba fuera una navaja que me abrió la garganta antes de salir por mi boca—. Perdóname… Creí que lo único que deseaba era que Dafne regresara, pero… me equivoqué. Tú siempre fuiste tan dulce, tan tierna, detallista… Siempre esperando que yo te viera de otra manera, que te aceptara. Toleraste mis groserías… Has sido la única persona que ha tenido tanta fe en mí y te decepcioné…—Leonel… —mi nombre salió como un suave susurro entre sus labios. Posé mis dedos sobre su suave boca, silenciándola.—Perdóname… —supliqué. —Te estás equivocando, yo no soy Evelyn… —dijo tomando mi rostro entre sus manos—. Puedo perdonarte a su nombre, pero… no soy tu esposa. ¿Lo entiendes?—Mientes… —agregué dolido—. Cocinas como ell
GIANNA RICCIMi padre me vio con desconfianza y después de pensarlo unos segundos negó con la cabeza.—No te creo… —Soy monja. No puedo mentir —respondí levantando los hombros.—Puedes mentir, aunque no deberías. Quiero hablar con el señor Arzúa… Quiero que él me lo diga de frente. —Me parece ofensivo que no solo no crea en mi palabra, sino que exija que un hombre tan ocupado como el señor Arzúa se presente aquí solo para decirle lo mismo que yo ya dije —contesté levantándome de mi asiento y alisando mis hábitos—. Si no quiere aprovechar la oportunidad de salir de prisión y hacer algo por su hijo cuando más lo necesita, está bien, no lo haga. No pienso rogarle y tampoco le diré al señor Arzúa que venga hasta acá para convencerlo. —¿Por qué al señor Arzúa le interesaría defender a Christian? —preguntó mi padre poniéndose de pie y golpeando con ambas manos en la mesa. —Por Evelyn… —contesté de inmediato—. Quiere hacer lo que ella no logró, poner a salvo a Christian. Si gana la apelac