CRISTINE FERRERA
Todo se sentía como revivir esos viejos tiempos donde buscaba incansable a Eliot, suplicando por su amor, pero esta vez estaba aquí, en su edificio, frente a su oficina, con Luca como mi fiel escudero, desinteresado y bobalicón, buscando arreglar las cosas.
—No te preocupes, no tengo idea de como carajos voy a ayudarte con esto, pero lo haré… —dijo Luca mientras ambos veíamos la puerta de la oficina de Eliot—. Algo se me ocurrirá.
—Odia que lo interrumpan… —dije en un susurro.
—Odia que lo visiten —agregó frunciendo el ceño.
—Odia las sorpresas… —Cubrí mi rostro con ambas
CRISTINE FERRERA—Te lo advertí… —agregó Eliot mientras con cuidado colocaba el hielo en mi mejilla.—¡Te niega como el padre de tus hijos! ¡Te ha rebajado a ser el niñero y… ¿aún así la defiendes?! ¡Eliot, por favor, abre los ojos! —exclamó Berenice desesperada e incluso yo sentí lástima por lo que decía, tanta que comencé a sentirme miserable, como perro regañado, y sorbí mi nariz.—Solo vete… —pidió Eliot mientras dedicaba toda su atención a mi mejilla.—¡No lo puedo creer! —exclamó Berenice frustrada antes de dar media vuelta y pasar por un lado de Luca, empujándolo para apa
LUCA MAGNANIAunque para muchos sería una experiencia incómoda recorrer las oficinas ante las miradas sorprendidas y los susurros, por mi manera de entrar al despacho de mi primo, yo me sentía bien, es más, podía decir que estaba orgulloso. ¿Qué es eso de tocar y esperar cuando puedes patear la maldita puerta como un jodido héroe?No sabía a donde ir y no es que pudiera simplemente tomar camino. Cristine y yo habíamos llegado juntos y si las cosas no funcionaban con Eliot, lo más seguro es que tendría que llevarla de regreso a su trabajo o a su departamento y verla llorar una vez más. Mientras pensaba en lo complicado que eran las relaciones amorosas tan intensas y pasionales, recibí una bofetada de esas tronadoras que me hizo girar el rostro. Tardé un par de segundos para comprender lo que había pasado, ¿qué me había pegado?Giré queriendo ver a mi agresor, pero no había nada. ¿Se trataba de un maldito fantasma? Tal vez alguna chica que había dejado con el corazón roto y recientemen
CRISTINE FERRERAMe sentía cansada, pero liberada, más ligera que de costumbre. Abrí los ojos y no identifiqué donde estaba. El techo no se parecía a ninguno que yo recordara. Me removí retorciéndome muy cómoda y entonces me di cuenta de que alguien me sostenía, era Eliot quien me tenía en sus brazos, sobre el sofá de su oficina. Había dormido sobre su pecho por no sé cuánto tiempo y la cara la tenía completamente sonrojada, pero él parecía tan tranquilo. Ante mi silencio, acomodó mis cabellos y acarició mis mejillas, cuando tocó esa parte inflamada y adolorida no pude evitar torcer mi gesto.—¿Aún te duele mucho? El doctor dijo que no era de preocuparse, que con hielo y analgésicos estarías bien. ¿
CRISTINE FERRERAApenas estuve sola en mi habitación cuando busqué mi computadora portátil. Con mucho cuidado la encendí y quise contactar a Brenda. Quería que me escaneara cada expediente de la carpeta que me dejó Berenice para poder escoger a las modelos yo misma. Presionaba las teclas con suavidad y lentitud, para no hacer ruido. Necesitaba comprobar si la oferta de esa rubia seguía en pie pese a todo lo que había pasado. Si era profesional, sabría separar los negocios de lo demás, ¿no?De pronto la pantalla se inclinó con lentitud hacia delante hasta que se cerró, dejándome con las manos alzadas y completamente desconcertada. Una enorme y varonil mano estaba posada sobre mi computadora y el corazón me dio un vuelco. Reconocí el anillo de bodas de Eliot. Estaba ah&iacut
CRISTINE FERRERA—Yo fui demasiado inmadura… Yo… salí de mi casa sin conocer a otros hombres —dije recordando toda mi deprimente vida al lado de mis padres—. Fuiste mi primer novio, mi primer amante y esposo. Nunca pude explicarte que me educaron para ser la esposa perfecta y no yo misma. No es que nuestro matrimonio estuviera arreglado desde antes de que nuestros padres se reencontraran, pero, por lo menos los míos ya tenían dentro de sus planes venderme al mejor postor. »Supongo que era obvio lo que ocurriría al juntar a una chica inexperta y llena de ilusiones demasiado tontas, con un hombre frío que no estaba para juegos. —Tienes razón… no sabía eso, y lo lamento mucho —dijo viéndome con lástima, pero eso no era lo que quería. Con gentileza cubrí sus ojos, solo quería que su corazón me entendiera.—No me tengas lástima… No quiero que te quedes por eso… Quédate conmigo porque es lo que quieres, sin explicaciones ni compromisos. Solo quiero saber que estás aquí por voluntad propia
CRISTINE FERRERA—«Mañana a las 9:00 paso por ti» ¡Baboso! ¡Lo dijiste como si viviéramos lejos el uno del otro! —exclamé torciendo los ojos y dándole un manotazo a Luca que salió adormilado de la habitación de uno de mis niños, abrazando uno de sus dinosaurios de peluche—. ¡¿Cómo pude olvidar que estás viviendo en mi departamento sin pagar un quinto?!—Eliot también… y a él no le dices nada —contestó en un bostezo. Desde que Eliot era el «niñero», se había quedado cada noche en el sofá, aunque las cosas iban mejor entre nosotros. ¿Ya había hecho lo suficiente para ganar mi corazón? Sí, pero al parecer yo, pese a estar convencida de que lo amaba, aún me rehusaba a dejar que nuestro amor fluyera como debería. Había una barrera invisible, una mano mágica que movía los hilos del destino y me mantenía lejos de aceptar mis verdaderos sentimientos y ser feliz, como si no fuera suficiente todo lo que había pasado y necesitara un poco más de dolor e incertidumbre para darle sabor a la vida.
CRISTINE FERRERACabello castaño lustroso, mirada dulce y pestañas negras, sonrisa angelical, huele delicioso y tiene piel de porcelana… Esas eran las especificaciones que me había dado Luca para encontrar a esa tal Carla, pero algo me decía que no sería tan fácil, pues eran las palabras de un hombre enamorado. De por sí él ya tenía la percepción de la realidad alterada, no me imaginaba ahora que estaba abiertamente enamorado. ¡Necesitaba más información! ¡Una foto de ella! ¡Algo!De pronto las enfermeras salieron del psiquiátrico luciendo sus uniformes blancos y charlando entre ellas de manera agradable y alegre. No me imaginaba cómo era trabajar en un lugar así, pero no consideraba que fuera tan bonito como para salir con tan buen humor.
CRISTINE FERRERA—¿Sueles comer aquí? —preguntó Carla emocionada, parecía que, aunque yo no era muy amistosa, ella lo era lo suficiente por las dos. —Ah… algo, a veces… sí, supongo que sí. —¡Era una maldita farsa! Ni siquiera sabía mentir con fluidez. —Eres muy graciosa —contestó con una risita dulce y sonreí de medio lado. ¡No era graciosa, estaba colapsando que era diferente!—. ¿Quieres acompañarnos? La verdad es que sería lindo conocer a más gente de aquí. Desde que estoy en la ciudad solo he podido convivir con mis compañeras, pero dentro del hospital, a decir verdad, no he hecho ninguna amiga. —¡No se diga más! —exclamé tomando la oportunidad—. Yo seré tu amiga. Mi energía e iniciativa no pasaron desapercibidas para Carla que comenzó a reír aún más y estrechó mi mano como si estuviéramos cerrando un trato. Cuando llegaron sus compañeras, no dudó en presentarme como su nueva amiga y me dieron un lugar en su mesa. Me sentía como pez fuera del agua. Ellas hablaban de sus pacien