JIMENA RANGELLa intrusión de ese par de abogados me sacó de mis cabales. ¿En verdad planeaban que dejara pasar lo que me había hecho ese doctor loco? ¡Nunca! Desde la cama escuché una discusión ahogada por la puerta cerrada. Entonces se abrió, mostrándome de nuevo al hombre que los había sacado de la habitación. Inquieta, me reacomodé en la cama. Su actitud apenada y mirada cabizbaja me retorcía el corazón. —Ya todo está bien. Ya se están haciendo cargo de ellos —dijo en un susurro, acercándose paso a paso, como si temiera de nuevo mi rechazo—. ¿Necesitas algo?—Necesito que te vayas… —susurré y desvié mi atención. No creí tener suficiente fuerza para hablarle a la cara. —Jimena…—¡Cállate y déjame en paz! —grité furiosa y cerré mis ojos, creyendo que cuando los volviera a abrir, él ya no estaría ahí, pero me equivoqué—. De todos los problemas que ya tengo, tú eres el que menos deseo resolver. Aunque creo que tú ya te resolviste solo desde hace mucho tiempo. Nos vimos por un momen
JIMENA RANGEL —Entonces… —Sofía parecía no poder asimilar toda la información que le había dado. Sus ojos denotaban que estaba haciendo memoria, recordando cuando recién nos conocimos, dándose cuenta de que mis días más sombríos no eran por el exceso de trabajo, mis noches de lágrimas no eran por problemas económicos, cada lágrima que solté en ese entonces tenía nombre y apellido. Su mano se deslizó por las sábanas, intentando alcanzar la mía. Sus ojos se llenaron de lágrimas y por cómo tragaba saliva entendí que en realidad estaba tragándose las ganas de llorar.—Ese hijo de puta… —susurró Louis de brazos cruzados, recargado en la pared, pensativo.—No sé si decir que éramos muy jóvenes o tontos. Tal vez la vida había fluido con tanta facilidad que nunca creímos que algo malo nos podía pasar —contesté con la mirada perdida en mis sábanas. —A ver, mamita —dijo Louis chasqueando los dedos en el aire y formando un circulo con el índice, claramente indignado—. No hables como si todo e
JIMENA RANGELParecía que la armonía entre Cristine y Sofía no era suficiente para que los niños rompieran la tensión. Leonardo era el que encabezaba los ceños fruncidos, viendo a los mellizos de pies a cabeza con desconfianza. —Mario, ¿recuerdas cuando te dije que las chicas menores de 8 años eran todas tuyas —susurró Luca codeándolo sutilmente, entonces el pequeño vio a Clara y se sonrojó de inmediato—. Anda, nos conviene emparentar con una familia de doctores. —¡Luca! —exclamé con la firme intención de regañarlo—. Deja de andar con tus cosas.—¿Qué? ¡Yo también quiero arreglar un matrimonio y saber lo que se siente forzar a dos personas a casarse contra su voluntad! —refunfuñó indignado.—Justo lo que nos ha jodido la vida a todos —agregó Eliot, quien se asomó para darle una palmada en la cabeza—. Te convertirás en lo que juraste destruir. —Solo quiero saber qué se siente, tal vez hay algo emocionante y satisfactorio en todo esto que hace que los padres obliguen a sus hijos a c
JIMENA RANGEL—¿Inseminación artificial? —preguntó Sofía sorprendida—. Pues… si, es costosa, y más cuando se tiene que repetir el procedimiento. No siempre pega a la primera y tienen que repetirlo hasta que por fin el producto se fije al útero. ¿Por qué?—No, por nada —respondí mientras veía los ositos en la mesita de al lado, parecían regrésame la mirada. —¿En qué piensas? —insistió sentándose en el borde de la cama. —No sé, solo… tener a todos los niños reunidos me hizo pensar en el bebé que perdí —contesté con melancolía y un suspiro apesadumbrado—. Los años pasan, Sofía, quiero ser madre, quiero pasar por el parto, quiero ver a mi bebé a través de un ultrasonido, quiero… pasar por el parto y tenerlo en mis brazos. »Sé que gracias a tus hijos y a los de Cristine he podido sentir el cariño y la bondad de un niño, pero… al final del día ellos regresan con ustedes, con sus madres, y yo… me quedó con esa sensación de vacío, de que algo me falta. —Jimena, aún eres joven. ¿Estás segu
SLOANE D´MARCO—¿De qué hablas? —Jonathan dio un par de pasos hacia atrás, confundido.—Por favor, ve con ellos, muestrales las hojas y diles que recuperen las bitácoras de mi padre antes de que la policía las comience a inspeccionar —dije con un nudo en la garganta—. Quiero que se den cuenta del monstruo que es y no solo eso, los problemas que les puede traer si siguen defendiéndolo ciegamente. »Si no quieren que se haga todo un escándalo con lo ocurrido, entonces aceptarán que nos veamos en un lugar neutro donde podamos negociar. Si todo eso sale a la luz, el consejo dejará de ser tomado en serio, incluso puede desaparecer por no asegurarse de que los miembros cuenten con buena salud mental y no destruyan a otras personas.»Si mi padre es condenado, ellos también.—No entiendo… ¿quieres… salvarlos, al consejo y a tu padre? —preguntó ladeando la cabeza. —Algo así —contesté agachando la mirada—. Si deciden hacer caso omiso solo diles que tengo el diario original y que no dudaré en s
SLOANE D’MARCO—No lo sé… no creo que esto funcione —dijo Derek viendo a los niños sentados en la mesa, llenando y garabateando unas libretas muy parecidas a las que mi padre usaba para sus bitácoras.—Soy el doctor Gerardo y usted tiene piojos, le recomiendo estas inyecciones —dijo el pequeño trillizo mientras fingía su voz por una más madura y gruesa.—¡Y no se tiene que bañar por una semana! —exclamó mi pequeño Brian, anotando su protocolo con dedicación—. ¡Mejor por dos semanas!—Un momento… ¿Estamos jugando a que somos doctores? —preguntó Bruno con cara de susto. SLOANE D’MARCO—Me decepcionas… —dije con tristeza. No conocía al hombre delante de mí. Jonathan había pasado de un mejor amigo a un completo desconocido. Cada momento que pasamos juntos se proyectaba en mi cabeza junto con su comportamiento nervioso, inseguro y tonto.—No, estás decepcionada de ti misma —contestó con media sonrisa—. Creíste conocerme y saber cada aspecto de mí. Pensaste que era un torpe que no se merecía su lugar como director de ese psiquiátrico. Siempre me viste como tu compañero tonto que terminó la carrera de puro milagro. ¡Sorpresa! Aprendí lo suficiente e incluso más de lo que tú jamás aprendiste en la escuela para poder ser quien debo ser en el momento y ante las personas adecuadas.<Capítulo 343: Un loco manipulador
SLOANE D’MARCOLe entregué las falsas bitácoras a Derek y abracé el diario como si fuera mi propia madre a la que estaba renunciando. No pude evitar soltar un par de lágrimas antes de besar una de las tapas, donde venía su nombre escrito con una caligrafía hermosa.—Te amo, mamá —susurré antes de apretar los ojos y sofocar mi corazón para poder hacer lo correcto. No sabía si tendría la fuerza suficiente para soltarla, pero me esforcé.—Sloane… —murmuró Derek notando como hacer esto me destrozaba, aun así, negué con la cabeza y regresé hacia la mesa.—Esto debe de ser suficiente para que compruebes mi lealtad —dije en