DEREK MAGNANI—Te tienes que encargar de ella… —dijo Carla alterada, caminando de un lado para otro en mi oficina, con los brazos cruzados porque sabía que, de tener las manos sueltas, le comenzarían a temblar.—¿Cómo estás tan segura de que era ella? —pregunté sin apartar la mirada del ventanal.—¡La encontré en la cafetería, justo antes de que perdiera mis credenciales! —agregó desesperada, casi eufórica, sus ojos estaban llenos de lágrimas y su labio inferior temblaba—. Si ella ya sabe que Eliot está encerrado es cuestión de tiempo para que encuentre la manera de arruinar todo.»Sé que te has encariñado con e
DEREK MAGNANI—Seré claro, Sloane… —siseó Rinaldi sin apartar su mirada de ella—. Si no quieres que le diga a tu padre que jamás consumamos el matrimonio ni he vivido un solo día en tu casa, entonces me vas a ayudar a salir de la ciudad y me darás dinero suficiente para que consiga papeles falsos. Te juro que no me volverás a ver después de eso.Me quedé sin palabras cuando escuché todo. Ellos… solo estaban casados para engañar al padre de Sloane, Rinaldi jamás la tocó, no pasó ni una sola noche a su lado y me sentí como un completo idiota cuando mi corazón se aceleró por la emoción. Por más que me esforzaba en no sentir nada por Sloane, seguía siendo el mismo adolescente estúpido que sería capaz de m
DEREK MAGNANILlegué al departamento de Cristine y lo primero que noté fue la ausencia de ruido. En verdad era un silencio incómodo que no correspondía con cuatro niños y el idiota de Luca. Avancé con cautela, como si esperara alguna trampa saltando detrás de cualquier esquina. Cuando abrí la puerta de la habitación de Cristine escuché el ruido de la ducha y mi mirada se centró en el uniforme de enfermera que colgaba de la puerta del clóset. Entorné los ojos y supe que Carla tenía razón. En la mesita de noche vi una peluca despeinada, unos lentes redondos y un cubrebocas: el resto de su disfraz. No sentí rabia, mucho menos ganas de lastimarla, solo sentí… desilusión, porque ahora quedaba aún más claro que no podía convivir con Cristine como me hubiera gustado, a decir verdad, esperaba que se olvidara del pequeño detalle de que no soy Eliot, o por lo menos restarle importancia. Tal vez nuestra historia no podría ser la de marido y mujer, pero sí de hermanos, como ella había propuesto
LUCA MAGNANI«No confíes en Carla, ella ayudó a Derek». No era un mensaje largo o complejo, tampoco sorpresivo, pero si me llenaba de dudas. No sabía cómo Cristine había llegado a esa conclusión, pero no dudaba de ella. Sentía que en estos momentos era la única persona en la que en verdad podía confiar. Rogué al cielo para que ella estuviera a salvo pues ya estaba muy lejos como para serle de utilidad si se metía en problemas. Después del conflicto en mi departamento y aún con la cara punzando desde el golpe que me dio Derek, me decidí a rebuscar un poco en el pasado, regresando a la ciudad donde había conocido a Carla, directo al hospital en el que había trabajado. —Sí, extrañamos mucho a Carlita. —Después de mucha insistencia una de las enfermeras aceptó hablar conmigo—. ¿Cómo le está yendo en el psiquiátrico? ¡Me sorprende que decidiera dejar de atender niños por atender… locos!—Supongo que le pagan mejor… —contesté con media sonrisa y agaché la mirada. —Tal vez, pero… qué difí
LUCA MAGNANIUna vez más mi mente viajó, imaginando al esposo de Carla como un hombre grande, corpulento, con una botella en la mano y el gesto una mezcla entre ebriedad, furia y suciedad, pero el hombre que abrió la puerta me dejó con la boca abierta. Era de complexión delgada y aspecto común, como el de un padre de familia de los suburbios en su día de descanso, listo para la fiesta luau de la cuadra que de seguro relumbraría por sus piñas coladas sin alcohol y carne asada por el vecino más barrigón. Usaba unos tenis más grandes que sus pies, unas bermudas planchadas y una camisa de manga corta, luciendo un enorme reloj en la muñeca. Parecía demasiado… gentil y debilucho. —Hola, buenas tardes… —saludó ofreciéndome una sonrisa confundida. —Ah… este… —Mi mirada se paseó desde su rostro hasta sus pies y negué con la cabeza. ¿En verdad estaba en el lugar correcto con el hombre correcto?—. ¿Es el esposo de la enfermera Carla? Una chica de esta estatura, cabello castaño, ojos claros…
CRISTINE FERRERA—Sí, como decía —siguió Jimena después de su reflexión—, como la estancia de Derek, el gemelo malvado, en ese psiquiátrico fue por una trampa de los abogados, sin una justificación razonable, bueno, podemos solicitar que un profesional valore de nuevo su salud mental, ampararnos en el «Habeas Corpus» no solo para corroborar que el paciente no tiene motivos para haber sido detenido de esa manera y encerrado por tantos años, sino para encontrar discrepancias entre los anteriores exámenes que le hicieron y el que le harán a Eliot. »Podrán notar diferencias en su manera de pensar e incluso deducir si Eliot está diciendo la verdad cuando confiese cómo llegó a esa celda. Así podríamos tener algo para sacarlo de ahí, además de los datos biomédicos como huellas digitales. »Aunque son gemelos idénticos, las huellas de Eliot no serán compatibles con las que se tomaron de Derek durante su detención y de esa manera, querida amiga mía, tu hombre será liberado. Mi corazón se sin
CRISTINE FERRERALeonardo corrió con todas sus fuerzas y sus hermanos lo siguieron con los ojos llenos de emoción, incluso Bruno había comenzado a llorar por el emotivo encuentro, mientras Jimena retrocedía, con las palmas hacia ellos, queriendo contenerlos. —¡Wow! ¡Tranquilos! —exclamó, pero no fue suficiente, los tres se le lanzaron encima, desbalanceándola y tirándola en el césped, lo cual les facilitó dominarla—. ¡Cristine! ¡Quítame a tus bestias de encima!—¡Tía Jimena! ¡Te extrañamos mucho! —exclamó Bruno frotando su mejilla contra la de mi abogada. —¡Sí! ¡¿Dónde habías estado?! ¡¿Por qué nos abandonaste?! —exigió saber Gerardo con sus bracitos enroscados en el cuello de su tía. —¡¿No ves que nos ponemos muy tristes si nos dejas?! —reprochó Leonardo aferrándose a las solapas de Jimena. —Niños… Déjenla respirar —pedí y solo así retrocedieron lo suficiente para que Jimena pudiera sentarse y jalar aire, pero no tanto como para que no pudieran atraparla si se decidía a escapar.
SLOANE D’MARCO—Ahora entiendo tu mejilla inflamada —contestó mi padre con excesiva ternura antes de acariciar mi espalda, mientras yo seguía lidiando con las náuseas y las repentinas arcadas que me obligaban a encorvarme y apoyar mis manos en las rodillas—. Tuviste que decírmelo antes, mi amor. Sabía que su comportamiento tan distante de ti tenía que asociarse a una posible infidelidad. Lo lamento mi niña, no debió ser fácil pasar por eso. Me estrechó mientras yo no paraba de temblar y sudar frío. Las lágrimas empañaron mi vista mientras comprendía lo que había pasado. Solo tuvo que mencionar esa palabra para que yo soltara todo y vomitara lo que había ocurrido. Me quedaba claro que las sesiones de hipnosis no solo funcionaron para borrarme la memoria, mi padre tenía un completo control sobre mí sin que yo pudiera resistirme y de pronto ese abrazo cálido que en otro momento hubiera amado y disfrutado, ahora dolía, como si sus brazos tuvieran púas. ¿Por qué había decidido hacerme es