Carl caminó mucho tiempo por las calles, respirando el aire húmedo de la noche. Era una especie de serpiente a la que Angeline debía odiar con toda su alma. Deseaba tener su caballo para poder cabalgar por el parque Golden Gate y regresar por el puerto, pero ningún galope le permitiría huir de lo que había hecho esa noche. ¡Diablos!
Angeline estaba en San Francisco, lo que le producía alegría y lo atormentaba, al mismo tiempo. ¿Intentaba el buen Dios volverlo loco? Se detuvo y apoyó la espalda contra una fría pared de ladrillos, dejando caer el maletín a sus pies.Le había dicho la verdad. Semanas antes, se había hecho a la idea de que no volvería a verla nunca más. Se abstuvo de contactar con Katy, que sin duda sabría dónde encontrarla, para que no le diera ninguna información. No tenía ni idea de lo que AnAngeline espió a Egbert mientras estudiaba su portapapeles y se detuvo. Lo observó por un momento. Su alta estructura era delgada, pero al menos no tenía barriga. Tal vez un par de años trabajando en un viñedo fortalecería su cuerpo y le daría unos cuantos músculos duros de camino.Evitó que sus pensamientos se desviaran hacia cierto médico vaquero polvoriento y regresó al hombre que cuidaría de Carling. Angeline estaba segura y su amiga merecía que la cuidaran un poco. Tal vez, él necesitaba un pequeño empujón en la dirección correcta.—Buenos días, Egbert.—Angeline . —Inclinó la cabeza. Se alegró de que se llamaran por sus nombres, ya que ahora se relacionaba con la mayoría del personal de ambos hoteles y se tuteaban como amigos—. ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó un poco rígido, ya que, probablemente, estaba muy ocupado y no tenía tiempo para ayudarla.—Oh, nada. Esperaba que Carling estuviera en un descanso.—En diez minutos estará libre. Puede esperar en la sala de descanso
Su cara de niño le sonrió. —¿Es un saludo feliz o estás muy enfadada conmigo?Angeline se quedó sin palabras. Era la última persona que esperaba ver y había aparecido de repente. No supo si se alegraba, aunque al sentir que se apoderaba de ella un tumulto de sentimientos, concluyó que sí, que estaba feliz por volver a verlo. Después de todo, formaba parte de su vida, aquella en la que todo estaba bien y se sentía cómoda. Él fue el amor de sus días de universidad y sus viajes por Europa. Era su Philip.—No, no estoy enfadada. Solo sorprendida.—¿Es demasiado inapropiado que me dejes entrar en tu habitación?Angeline consideró la pregunta y se giró para inspeccionar su pequeño dominio. Era su casa entera en ese momento. La cama estaba bien hecha, arrugada solo donde se había sentado, y sus pertenencias estaban guardadas, de modo que hizo un gesto para que entrara.—Puedes sentarte en la cama, si quieres.—Después de todo, no somos unos extraños —puntualizó llenando el espacio al entra
—Fui un imbécil, un imbécil —aseveró Philip por tercera vez.—Sí —dijo Angeline , cansada de decirle que no lo había sido—. Lo fuiste.Parecía sorprenderse, con el tenedor a medio camino de su boca. —Pero antes dijiste que era correcto seguir lo que me indicara mi corazón.—Sí, pero si vas a seguir declarando tus faltas, finalmente voy a estar de acuerdo. Mira, Philip, si quieres ser libre e ir a la universidad sin problemas, está bien. No estuvo bien el año pasado porque tenía expectativas.—Sé que las tenías y te decepcioné.Angeline pensó que fue mucho más desgarrador que, simplemente, decepción. En un minuto estaban prometidos y al siguiente ella iba rumbo a Boston y con el apoyo de su madre. Pero sus sentimientos habían cambiado por completo. Con su mano aún vendada y Carl Lenoi rehusando dejarla sola, tenía otros problemas con los que lidiar.—Philip, hemos hablado de Oxford, de mi familia, de tu familia y de San Francisco. ¿Por qué no me dices, exactamente, a qué has venido?A
Suspiró mientras sus manos se asentaban en su cintura.—Siento mucho haberte hecho daño —le dijo en voz baja. Ella lo miró fijamente a los ojos. No parecía arrepentido de haberla dejado, más bien, estaba entusiasmado con su nuevo comienzo. Lo que más le dolió, fue la facilidad con la que se separó de su lado—. Nunca volveré a hacerlo. Descendió sus labios hasta los suyos, su boca presionando firmemente contra la suya. Ella apretó las manos detrás de su cuello. Era exactamente lo mismo que siempre había sido. Tan diferente a besar a Carl.Se separó de golpe, con la sensación de estar siendo desleal al besar a un hombre, mientras pensaba en otro. En Carl. —Te veré mañana —se despidió Philip, algo perplejo por su reacción exagerada. Tal vez pensó que ella estaba abrumada por la emoción debido a su beso. Después de cerrar la puerta, se sentó en su cama, sorprendida por las últimas horas. Luego se echó hacia atrás, como quería hacer horas antes, antes de que todos empezaran a llamar.
—¿Nosotros cuatro? ¿Salir a cenar?—Carling, por favor deja de repetir todo lo que digo —advirtió Angeline —. Sí. Si tú y Egbert quieren, eso es. Philip y yo solíamos tener un grupo de amigos en Roma. Y no podemos seguir mirándonos mientras comemos cada comida. Ha pasado una semana y está empezando a ponerse rancio.Carling soltó una carcajada.—Solo será la segunda vez que Egbert y yo salgamos juntos.—Está bien. No tenemos que pegarnos a ti como el alquitrán. Si estás harta de nuestra compañía y quieres estar a solas con él, os dejaremos a solas con vuestras bebidas después de la cena.Carling se sonrojó, algo que hacía a menudo cuando salía el nombre de Egbert. Angeline estaba feliz por su amiga y esperaba que la presencia de la otra pareja aliviara un poco la tensión e
Carl la miraba, pero parecía estar hablando consigo mismo. Su mano dio la vuelta y le tomó la parte de atrás de la cabeza antes de reclamar sus labios de nuevo. Al mismo tiempo, sintió cómo daba una patada a la puerta por detrás y la cerraba de un sonoro portazo. Ella saltó y se alejó. —No podemos hacer esto, Carl. —No puedo recordar por qué. —Su voz, baja y tierna, la hacía sentir caliente en todas partes. Empezó a llorar, solo unas pocas lágrimas que se deslizaron por su mejilla antes de que pudiera recuperar el control. —Ya sabes por qué. —Su voz temblaba porque también le costaba pensar por qué estaba mal desear al hombre que envolvía todos sus sentidos. Se sentía tan atraída hacia él, que le dolía tocarlo. Se limpió una lágrima con el dorso de la mano. ¿Y si no volvía verlo? ¿Y si aceptaba casarse con Philip? ¿Podría quedarse con los recuerdos hechos con Carl y dejar que la sustentaran durante toda una vida? Dios mío, ¿en qué estaba pensando? Sacudió la cabeza como si se
Angeline saltó y Carl giró. Ninguno de los dos había oído su aproximación.—Tú. —espetó Carl, su voz desafiante. Philip se detuvo en frío, su mirada vacilante entre la pálida Angeline , apenas vestida, y Carl, que estaba notablemente acalorado.—¿Qué está pasando aquí? —Philip entrecerró los ojos, mientras los miraba.—El señor Lenoi se estaba despidiendo...Carl la cortó. —Más vale que sea bueno con ella, Wainright. Es una dama extraordinaria y merece que la aprecien.—¿Qué le importa a usted? —Philip se movió para posicionarse al lado de Angeline y le agarró su codo tembloroso.Carl miró entonces a Angeline y vio su propia tristeza reflejada en sus brillantes ojos marrones. Podía sentir su corazón latiendo en la base de su garganta, junto con un millón de lágrimas sin derramar.—No es asunto mío, en absoluto —dijo antes de irse.Dio un solo paso adelante y luego se detuvo. Carl se veía tan apenado, que quiso correr tras él y consolarlo.—¡Qué extraño! —Philip negó con la cabeza mi
—Oh, Carl, estoy tan contenta de que estés aquí. —Eliza se arrojó a sus brazos en cuanto lo vio. Era inusual que mostrara ese tipo de necesidad. Ella no era del tipo que solía abrazarse a nadie, de modo que sabía que estaba mal.La apretó contra su pecho, pero la diferencia entre consolar a Eliza y abrazar a Angeline fue inmediata. Nada se movía en él, excepto la preocupación. Nada lo impulsaba a abrazarla más fuerte o a besarla. Simplemente le frotaba la espalda y murmuraba inanidades, inútiles como él sabía que eran, hasta que ella se contuvo y se alejó.—Has venido muy rápido. —Se sonó la nariz y guardó el pañuelo en la manga—. Está muy mal. El doctor Keller está arriba. Dice que terminará pronto.Fue como si el doctor dijera las cosas como son. Sus pacientes lo apreciaban y Carl tenía la intención de hacer lo mismo en su propia práctica... justo ahí en Spring City. —¿Quieres un té? Sabía que ella necesitaba algo que hacer. —Sí, gracias. Subiré a ver cómo está tu padre y te haré