OH DIOS MÍO, ¡PHILIP!

Angeline espió a Egbert mientras estudiaba su portapapeles y se detuvo. Lo observó por un momento. Su alta estructura era delgada, pero al menos no tenía barriga. Tal vez un par de años trabajando en un viñedo fortalecería su cuerpo y le daría unos cuantos músculos duros de camino.

Evitó que sus pensamientos se desviaran hacia cierto médico vaquero polvoriento y regresó al hombre que cuidaría de Carling. Angeline estaba segura y su amiga merecía que la cuidaran un poco. Tal vez, él necesitaba un pequeño empujón en la dirección correcta.

—Buenos días, Egbert.

—Angeline . —Inclinó la cabeza. Se alegró de que se llamaran por sus nombres, ya que ahora se relacionaba con la mayoría del personal de ambos hoteles y se tuteaban como amigos—. ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó un poco rígido, ya que, probablemente, estaba muy ocupado y no tenía tiempo para ayudarla.

—Oh, nada. Esperaba que Carling estuviera en un descanso.

—En diez minutos estará libre. Puede esperar en la sala de descanso
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