LA SORPRESA DE ELIZA

—Oh, Carl, estoy tan contenta de que estés aquí. —Eliza se arrojó a sus brazos en cuanto lo vio. Era inusual que mostrara ese tipo de necesidad. Ella no era del tipo que solía abrazarse a nadie, de modo que sabía que estaba mal.

La apretó contra su pecho, pero la diferencia entre consolar a Eliza y abrazar a Angeline fue inmediata. Nada se movía en él, excepto la preocupación. Nada lo impulsaba a abrazarla más fuerte o a besarla. Simplemente le frotaba la espalda y murmuraba inanidades, inútiles como él sabía que eran, hasta que ella se contuvo y se alejó.

—Has venido muy rápido. —Se sonó la nariz y guardó el pañuelo en la manga—. Está muy mal. El doctor Keller está arriba. Dice que terminará pronto.

Fue como si el doctor dijera las cosas como son. Sus pacientes lo apreciaban y Carl tenía la intención de hacer lo mismo en su propia práctica... justo ahí en Spring City.

—¿Quieres un té?

Sabía que ella necesitaba algo que hacer.

—Sí, gracias. Subiré a ver cómo está tu padre y te haré
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