Ella se quedó allí, sin poder decir nada, con los ojos agrandados por la confusión. —Sé que necesitas tiempo para prepararte para esta noche. —Sacudió la cabeza. Ella quería que se quedara, estaba punto de rogarle que lo hiciera, tan llena de anhelo como él, excepto que sabía que sería inútil. Parecía un hombre que había decidido irse y lo dejaría marchar. Había algo que le preocupaba y estar a su lado solo empeoraba las cosas. Terminó de vestirse en silencio, metió los pies en sus zapatos y encogió los hombros en su abrigo. Luego, se dirigió a la puerta, moviéndose como si sus talones estuvieran en llamas. Angeline se puso la bata que había sobre la silla y lo siguió fuera de su dormitorio, aturdida por su rápido cambio de actitud y totalmente decepcionada. En la puerta principal, él se giró y la tomó en sus brazos. —¿Harías una cosa por mí? Sus modales la llenaron de inquietud, pero ella respondió sin dudarlo: —Sí. Lo que sea. —Esta noche, cuando toques, ¿tocarás solo pa
—Dale un poco de tiempo, entonces —sugirió Carling, vertiendo más café y añadiendo leche—. Vi cómo te miraba en la cena. Está perdido por ti. Angeline también lo había pensado, pero en su corazón, sabía que algo había cambiado.Eso se confirmó cuando Carl no se puso en contacto con ella al final de la semana. La orquesta empezó a ensayar para la siguiente serie de conciertos y Angeline se lanzó a ellos, en cuerpo y alma. —Tienes un impulso positivo, mi niña —observó Henry, después de que ella tocara sola el Concierto para Piano Nº1 de Brahms. El resto de los músicos se habían detenido cuando el flautín de Walter se rompió al dejarlo sobre un radiador y Seifert perdió el ritmo. Angeline miró alrededor y se dio cuenta de lo que había pasado. Todos la miraban fijamente. —Lo siento. Regreso enseguida. —Estaba a punto de llorar y huyó del escenario para ir al camerino de las damas. Un momento después, Arthur fue a buscarla. Se limpió las lágrimas con rapidez y abrió la puerta. —¿Es
—Pareces pensativa —dijo Henry, sentado a su lado y dándole un vaso de vino—. Buenos pensamientos, espero. Querido Henry. De alguna manera le recordaba a su hermano. La forma en que dirigía la orquesta era similar a como Bill manejaba sus casos en la corte: Sin tonterías, justo y con estándares exigentes. —Sí, estaba pensando en lo encantador que será volver a casa por Navidad. —No mintió. En realidad, era una verdad a medias. Luego cambió de tema—. Es un exitoso Día de Acción de Gracias, ¿verdad? Las palabras murieron en sus labios cuando, en el fondo, detrás de Henry, vio a Carl entrar en la habitación. Instantáneamente, su pulso comenzó a acelerarse. ¡Él estaba allí! Y se veía tan guapo que le dolía el corazón, vestido con un traje gris, chaleco y camisa blanca. Al sentir que lo miraba, vio que se tiraba del cuello como si le molestara y se detuvo en medio de la habitación. —Rivaliza con los mejores que he vivido en Massachusetts. —Henry estuvo de acuerdo. Pudo ver que Carl
¿Por qué tenía hambre de estar a solas con ella, incluso entonces, cuando sabía que tenía que ser un miserable y hacer que ella lo apartara de su vida y de su corazón, por completo?Una vez dentro del vestidor, la presionó contra la puerta, con su cara cerca de la de ella. Ella parecía invitar a besarla y a pesar de todo lo que le había dicho, se moría por hacerlo.—No puedo verte más —anunció con voz grave.—No tienes que amarme —susurró ella. Luego pareció avergonzada. Le estaba rompiendo el corazón. Ella creía que no la amaba. Ese era el plan, después de todo; pero tenía que hacerle saber lo maravillosa que era.—No digas eso —replicó con dureza—. Cualquier hombre sería afortunado de tenerte y amarte.—Pero tú no. —Su voz tembló, ligeramente. ¡Dios, aquello era una agonía! Había tenido casi la misma conversación con Eliza, pero por una razón muy diferente y con resultados opuestos.Tenía que responderle. —No. Yo no.Angeline cerró los ojos, sus oscuros y brillantes ojos. Carl v
—Está helada. Estás loca —gritó Angeline a su hermana menor, Rose, por encima del sonido de las olas. La arena y las rocas estaban cubiertas por la nieve de la noche anterior. Dejó que Rose la convenciera de tomar el tren del mediodía para ir a la playa, supuestamente para ver las gaviotas.—No importa. Hace sol y las vistas son preciosas. Parece como salidas de un cuadro. —Alzó la voz su hermana.—¡Apenas puedo oírte!—Cuando tocas el piano, ¿es mágico para ti, como hacer el amor con un hombre?¡Eso lo escuchó!—¿Hay algo que quieras decirme? —inquirió ella.Rose señaló a lo largo de la playa aislada.De pie en el paseo marítimo, en el extremo más alejado había un hombre con traje de marinero, evidentemente esperándolas. Rose sonrió rápidamente a su hermana mayor y empezó a correr hacia él. Angeline suspiró y cerró su gruesa capa de lana en el pecho, mientras el viento de diciembre intentaba arrebatársela. Rose estaba enamorada. Otra vez. Iba a ser una Navidad interesante.Por suer
—Creo que necesito tocar el piano. He estado holgazaneando, últimamente.—Sí. —Estuvo de acuerdo, con la cara seria—. Rose dijo que ayer solo tocaste durante cuatro horas.—Debí haber tocado durante cinco. —Angeline le lanzó una sonrisa irónica.—Estoy tan contenta de que hayas pospuesto esto hasta ahora —comentó Angeline , mientras Egbert la rodeaba con una manta a ella y a Carling—. Hubiera odiado perderme este monumental viaje. —«Lo que sería mucho mejor si Carl estuviera a mi lado».Se amonestó a sí misma por pensar en él, en centésima vez en una semana, y no dejarlo en el pasado, donde pertenecía.—Sin ti, no hubiera sido lo mismo —dijo Carling, apretando su brazo.Empezaron en una bodega típica y trataron de disfrutar de las cosas cotidianas de l
Angeline vio a Carl mucho antes de que él la viera. Con el sol primaveral calentándola por fuera, la visión de él la hizo calentarse por dentro. Estaba sentado con un chico en un banco fuera de la consulta del doctor y, para su sorpresa, le gritaba.—Solo dame tu mano. —Alzó la voz.El chico, a quien Angeline reconoció como el hijo de Ely, Jack, se negó.—Esto no te dolerá, te lo aseguro. —Agarró su mano y el chico se la arrebató—. Es solo una maldita astilla —rugió Carl. Y esta vez tuvo éxito en asegurar su mano.—¡Mamá! —lloriqueó Jack.—¡Jesús! —exclamó él.Angeline se encontró corriendo hacia ellos. A ese ritmo, el pueblo lincharía a Carl antes de que acudieran a él para que los curara.—Jack, &iq
—Te llevaré —ofreció con gentileza. —No. —Ella levantó la mano—. Iré sola. Necesitas estar aquí en caso de que vengan más pacientes, ¿verdad? —retrocedió, poniendo distancia entre los dos—. Hablaremos más tarde. Si ves a Selena… —Se detuvo y lo miró fijamente. Él sonrió a medias. —Le diré que estás aquí, para que pueda empezar a cocinar. —Casi tenía la puerta cerrada cuando le preguntó—: Angeline , ¿cuánto tiempo te vas a quedar? Ella dudó. —Un par de días, como mucho. —Por su reacción ante él, sabía que si su estancia fuera más larga nunca se marcharía. Incluso en ese momento, podía sentir lo doloroso que iba a ser.Después de que Angeline cerrara la puerta, Carl contó hasta cinco y luego gritó de alegría. Dios, había sido bueno, verla de nuevo. Mejor que bueno, había sido increíble. Se sintió instantáneamente vivo y feliz, despreocupado, y estaba a punto de empezar a cantar como un jilguero en la época de reproducción. La misma habitación y el mismo pueblo que había sido conf