Perdóname

Su silencio lo hacía mucho más inquietante.

—¡¿Por qué callas, maldito cobarde?!

—Porque decirte que no lo hice no va a hacerte cambiar de opinión, ¿o sí?

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te empeñas en quitarme todo? Debes estar muy feliz por dentro viendo tu obra, ¿verdad? ¿Mandaste a esos empleados tuyos para hacer creer que se quitaron la vida y así mantener tus manos limpias? Mis padres jamás harían algo así. ¿Cuánto les pagaste, maldito infeliz?

Se mantuvo en silencio y más dolor me provocaba. Esa aguda opresión me hacía difícil el poder respirar. Lágrimas brotaban de mis ojos sin posibilidades de retenerlas.

—Claro, ahora lo entiendo todo. Querías que experimentara lo mismo que tú, porque aún sigues creyendo que maté

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