Cap. 10.2

Un hombre gordo de mejillas sonrosadas, piel blanca, mirada profunda y llena de arrogancia, bien vestido, escrutaba a Paola de pies a cabeza al momento de entrar, entrelaza sus dedos sobre el escritorio diciendo ─ Puede dejarnos solos, Ana ─ la mujer asiente con la cabeza cerrando la puerta detrás de Paola. Paola admiraba la oficina, casi parecida a la del señor Dragnan, solo que… éste estaba poco iluminado, alfombra ajedrez de rojo y negro con brocados de dragones dorados en los cuadros negros, supuso que la alfombra provenía de Asia; libreros tan enormes que llegaban hasta el techo, al igual que los ventanales con pesadas cortinas carmesí, varios candelabros dorados pegados a la pared, que con sus luces mortecinas apenas iluminaban dicha oficina, también supuso que las ventanas estaban cerradas, ya que no llegaba ningún sonido de fuera, ni tampoco la más minima brisa, gracias a Dios aun mantenía su capa y que la poca iluminación no permitía bien ver las marcas en su cuello. El
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