. No obstante, se acercó a la bolsa. El sujeto empezó a lanzar patadas desesperadamente, al tiempo que gritaba: “¡Aléjate, gato feo! Fifí, Fofo, ¡ayúdenme!”. Los perros seguían tan concentrados en su manjar que hicieron oídos sordos a sus súplicas. Gato solo se inclinó un poco para esquivar las patadas, porque el hombre tiraba a matar, pero su temor evitaba que diera en el blanco. Por eso, al gatito le fue fácil seguir avanzando hasta llegar a un costado del sujeto, quien se sobresaltó un poco al verlo olfatear el suelo en busca de un pedazo de chicharrón. Enseguida jaló con fuerza las correas de los canes, provocando que ambos cayeran de espaldas, gimiendo de dolor. Al intentar reincorporarse, Fifí advirtió al intruso a un metro de distancia de ellos. Empezó a ladrar enérgicamente y, sin dudarlo un instante, se lanzó contra Gato. Fofo
De pronto, un grito en lenguaje humano hizo que el inmenso perro se detuviera en seco; volteó a la derecha e irguió su cuerpo lo más que pudo. Gato reaccionó asustado por la voz humana y, agazapándose en tres patas, giró la vista en dirección a la voz. Se trataba de una mujer ya entrada en años, con un raro color de cabello que el minino jamás había visto. Era rojo y estaba retorcido en grandes círculos, lo cual le recordó al pelo de Steve. Sin embargo, se parecía más a un extraño tapete de un animal rojo, con patas, orejas y parte del hocico negros, que Steve conservaba como uno de sus más grandes tesoros. La mujer vestía un conjunto deportivo afelpado color rosa. Gato nunca había visto a una persona tan flaca como esa; tenía el rostro tan arrugado que le fue imposible apreciar bien sus facciones. La mujer gritó alegremente al ver al perro: &ld
Cierto día, a las 9 de la mañana. Un grupo de 10 camionetas tipo pick up con las siguientes leyendas en las puertas, CACF MTY, se estacionaron en diferentes puntos del parque. Un grupo de hombres vestidos con camisa azul y pantalón negro descendieron en pares de los vehículos. Algunos llevaban consigo enormes jaulas con otras jaulas pequeñas en su interior, y otros un enorme palo con un lazo y una bolsa misteriosa en un extremo. Armando y John Brown estaban entre ellos. Todos se reunieron en el árbol central, donde los esperaba una mujer morena con el cabello recogido tipo cebolla; tenía grandes ojos verdes, sensuales labios rojos y una nariz fina. Vestía un traje negro tipo ejecutivo, con una camiseta blanca debajo del saco. Una vez que los hombres se acercaron, les dijo:—Sean bienvenidos a la colonia Residencial Nueva Nova. Mi nombre es Judith Schneider, soy la presidenta de la mesa de vecinos.&
—Steve, si siempre te he dicho que no dejes la puerta abierta, ¿por qué lo hiciste? —preguntó Ellie.—Pe, pero yo atranqué bien la puer… —repuso Steve cabizbajo, sentado en el sillón. —No friegues, Steve, salgo un par de horas, llego a la casa ¿y qué encuentro? Sangre en el porche, a Peluso herido, el piso pegajoso y, para acabar, no encuentro a Gato por ningún lado. ¿Acaso me quieres fregar? ¿Hice algo malo? ¡Te dije que los cuidaras!—No, yo... —contestó su esposo volteando a verla.—¡Te la bañaste, Steve, no tienes ma…! —exclamó Ellie al tiempo que se cubría el rostro y estallaba en llanto.—Pe, pero yo atranqué bien la puerta —volvió a decir el hombre y se puso de pie para tratar de consolarla.Las cosas entre Steve y Ellie estuvieron muy tensas
El extraño hombre volvió a dirigirle unas palabras a Gato:—Por favor, termina tus alimentos. El teniente Max y yo tenemos que reponer energías. Descansaremos un rato porque en la tarde inicia lo más intenso de la jornada. Supongo que tienes una infinidad de preguntas... ¡hasta el rato, mi buen amigo!El anciano se puso de rodillas, movió varios objetos del espacio rectangular que estaba a la derecha y, al finalizar, se recostó de tal forma que su torso quedó sobre la plataforma y sus pies en el espacio rectangular. Max ladró amistosamente, le dio la espalda a Gato y se acurrucó a un lado del hombre, quien, con una lona que usaba a modo de capa, cubrió el cuerpo del teniente y a sí mismo; pronto, ambos cayeron profundamente dormidos. El minino observó todo esto sin siquiera parpadear; luego, tras cerciorarse de que realmente dormían, se acercó sigilosamente a l
La noticia que le dio el hombre gordo causó un sentimiento de malestar muy grande en Ellie, pero a la vez le dio algo de esperanza al saber que Gato quizá había sido capturado por la perrera municipal y estaba ahí. Sin perder más tiempo, después de articular sus ideas, subió a su auto y condujo en dirección al CACT, diciéndose a sí misma: Gracias a Dios, es sábado. Hoy trabajan hasta las 12 del día y apenas son las 7:45, ¡sí! En menos de 10 segundos aceleró de 0 a 100 kilómetros, la máxima potencia que ofrecía su vehículo. Salió del parque para tomar la calle del arroyo en dirección al norte, esquivando los pocos carros que había a diestra y siniestra. Algunos conductores atrevidos le gritaban toda clase de cosas: “¡Maldito borracho de pacotilla!”, “¡Estúpido, excedes el límite de
Tino sacó otro objeto de su mochila: una pequeña manta roja de aproximadamente 1 metro por 1 metro, que colocó en el suelo. Al terminar le hizo una señal al teniente Max; este, haciendo uso de sus pequeñas patas y su hocico, acomodó la manta de tal forma que estuviera perfectamente estirada y sin arrugas. A continuación, el comandante se acomodó en el centro de la manta, puso la mochila a su lado izquierdo y le preguntó a Micifuz: “¿Cadete, desea salir de la mochila para acompañarnos?”. Micifuz, mirándolo fijamente, no respondió nada. Tino intuyó que el minino quería estirar su adolorido cuerpecillo; lo sacó de la bolsa cuidadosamente y lo sentó frente a la mochila. El último en posicionarse fue el teniente Max; tomó asiento al lado derecho de Tino y, de esa forma, con la vista al frente, el anciano y Max empezaron a predicar su mensaje amb
. Tino tomó asiento y cargó al teniente para sentarlo a su lado izquierdo; Micifuz, de un salto, se colocó al lado derecho del comandante. El minino observó cómo el teniente y el anciano miraban las estrellas del cielo, mientras este cantaba con gran melancolía: “¡Yo te perdí debajo de un viejo mezquital, tú me entregaste y yo te entregué, ambos nos traicionamos debajo de aquel mezquital! Oh, mi amor, para enmendar los errores salté al pozo antes que tú, pero tú pagaste con moneda de oro solo por tu libertad, me dejaste caer solo al pozo... aun así, yo te amo de todo corazón, esperaré el día en que decidas bajar al pozo…”. El hombre entonó la letra una y otra vez, hasta que Micifuz cayó dormido, presa del triste canto. Pero, gracias a esto, a la mañana siguiente fue el primero en despertar. Al ver los primeros rayos del sol, de
El italiano le indicó a Tino que una de las bolsas contenía comida y la otra un par de tenis y algunas prendas viejas de vestir que ya no usaba. El comandante abrió la bolsa de comida y les dio dos jugosas chuletas envueltas en periódico al teniente y al cadete. Mientras estos disfrutaban sus manjares, Tino y Luigi recordaron viejos tiempos. Hablaron de cuando ingresó a la tropa la primera vez, de la vieja familia de Tino, de si sabía algo de su esposa o sus hijas, la verdadera razón de por qué Luigi había abandonado su casa cuando tenía 10 años, etcétera. Una vez concluida la charla, Tino se despidió diciendo “Adiós”; sus acompañantes asintieron con la cabeza. Luigi les otorgó su bendición e ingresó al local. El comandante les indicó al teniente y al cadete:—Tendremos que dar dos vueltas. Las provisiones que recibimos exceden