Asustado, Gio despertó de golpe y, alumbrando con la lámpara de su celular, distinguió a Fernando moviéndose graciosamente mientras maullaba de dolor. Se levantó de la cama y se dirigió al apagador para prender la luz. Al ver que había muchos puntitos en el piso, dijo: “¡Maldición, hormigas!”. Corrió a cargar al minino y lo puso sobre su cama; le dio pequeñas palmadas, como si estuviera cubierto de polvo, para quitarle las hormigas. Lo hizo un par de veces y luego revisó el cuerpo del gatito; gracias a que él era de color negro y las hormigas rojas, fue fácil removerlas de su pelaje. Entonces, Gio sentó a Fernando en su almohada y, de pronto, exclamó con dolor: “¡Auch!”: una hormiga lo había mordido en el pie. Recargó una mano sobre la cama, dobló la rodilla, hizo la llamada posición “de 4”, rascó su pie con la mano izquierda, levantó la mano, juntó los dedos índice y pulgar para aplastar a su atacante, y dijo: “Iré por insecticida para matar a esas malditas hormigas. No te muevas d
Otras tres cucarachas estaban unos 20 centímetros a la izquierda de las primeras; se movían en círculos, como si fueran pequeños toros mecánicos. Sus cuerpos estaban repletos de hormigas, que poco a poco las iban desmantelando. Sobre la línea de vuelta, el gato alcanzó a ver cómo pequeños grupos de hormigas transportaban a cuatro cadáveres de cucarachas, totalmente desmembrados. Aunque era menor el número de estas, lograron mantener a raya a las hormigas durante el resto de la noche, y con eso evitaron que caminaran por todo el cuarto. Fernando observó, sin parpadear, hasta el final de la batalla, a medio metro de distancia. Contó que las bajas de las cucarachas habían sido 15, y las de las hormigas incontables, porque sus compañeras se llevaban a las heridas. No había duda de que, esa noche, las cucarachas se habían apoderado de las croquetas y la mayor parte del c
Eran las 5 de la mañana. En la cuadra en la que vivía Gio, donde raras veces pasaban carros, una motocicleta con luces de halógeno se iba acercando cada vez más. El sonido del motor era imponente; los pocos transeúntes que iban por las calles se maravillaban o se asustaban ante aquel espectáculo. Unos camioneros que se tomaron un pequeño descanso después de estar descargando productos en el supermercado, se hallaban sentados en la barda que separaba a la colonia del almacén; bebían refresco para aguantar la velada y platicaban maravillados del vehículo y la indumentaria de quien lo conducía, porque no había duda que eso era algo inusual. Uno de los choferes le dijo al otro:—Mario, ¡está con madre la motocicleta! ¿Acaso será una Harli o una Sazuki?—No lo sé, hermano. Solo he visto ese tipo de bellezas en la carreter
Durante la sexta semana, Andy le comentó a Gio en la facultad que Kiri había tenido muchos problemas con su tortuga; no sabía por qué demonios esta la lastimaba. También le contó de la amistad que la gatita tenía con Laika, y que ambas eran como uña y mugre. Andy creía que se iban a llevar mal por aquello de que “los perros y los gatos son enemigos naturales”. Sin embargo, a pesar de esto ellas se llevaban de lujo.Por otro lado, Cheli le dijo en tono triste a Gio que Michi tenía tres días sin llegar a casa. La joven estaba muy preocupada y su agonía era aún mayor cuando mencionaba que podía estar muerta. Añadió que había tenido problemas para acostumbrarse a la minina, pero que al poco tiempo esta se había vuelto mansa; también que los vecinos se quejaban porque sus perros y gatos salían lastimados, y sospechaba que Michi era
Fernando, al oír ese ruido, volteó los ojos de golpe hacia la entrada para ver de qué se trataba; se le pusieron como platos al advertir que ¡una enorme figura salía de aquella puerta y un extraño objeto se dirigía a él a toda velocidad! Se trataba del Jungler, a quien le bastó ver el escenario una milésima de segundo para identificar a su presa y atacarla (eso demostraba la tremenda destreza que tenía como cazador). Instintivamente, el gato se hizo para atrás, pero como el objeto lo había tomado por sorpresa, le dio de lleno en la pata delantera izquierda y eso ocasionó que cayera de espaldas. No obstante, haciendo uso de su agilidad felina, logró girar en el aire y caer sobre sus cuatro patas. Sin embargo, el punzante dolor de su pata herida provocó que flaquearan sus patas traseras y corriera torpemente en dirección opuesta a la casa de Gio. El Jungler recuper&oac
En el domicilio número 305 de la calle Granado había una extraña figura humanoide caminando entre un tupido follaje en la penumbra del porche; apenas medía 1.50 metros de estatura y en la mano izquierda llevaba un bastón para sostenerse. De pronto, empezó a “pensar en voz alta”: “¡Ah, todos los días me duelen las piernas! Me pregunto qué habrá sido ese ruido a esta hora —entonces se acercó y vio a través de unos binoculares que llevaba escondidos en su camisón, aprovechando el abrigo que le confería una mata del jardín para evitar ser vista—. ¡Oh, Cristo redentor! Es don Pancracio. ¿Qué alboroto se trae ahora? —giró los binoculares a la izquierda y vio cuando Fernando se metió debajo del auto que estaba estacionado frente a la casa de la bruja Marta—. ¡Oh, cielo santo! Este chisme está rebueno
En otras historias, Gio habló con Andy; tenía rato que no platicaban. Esta le comentó que Kiri había desaparecido hacía un par de semanas, pero Cheli le informó que la minina apareció en su casa como por arte de magia. Sin embargo, Andy se compadeció de su amiga al saber que Michi había pasado a mejor vida unos días antes de la desaparición de Kiri y cómo la había afectado eso. Sin comentarle nada de lo que pensaba, puso la excusa de que en su casa ya no querían a los gatos y que era mejor que ella cuidara a Kiri; añadió la condición de que le permitiera visitar a la gatita cada vez que tuviera algo de tiempo libre. Primero, Cheli cuestionó esa decisión, mas Andy le contó historias persuasivas hasta que la convenció. Desde entonces, Kiri se fue a vivir con Cheli.Un día, la mamá de Gio se topó con Etelmira, ali
El segundo jueves, ambos gatos se dieron el gusto de conocerse. A Solovino le llamó la atención que, en ese momento, el perro chihuahua llevaba puesto un sombrero de policía; a su criterio, ese perro lucía genial. El hombrecillo, se acercó a la banca donde descansaban Fernando y Solovino e hizo el mismo ademán de cortesía con su sombrero. Después movió la mano en dirección al gato, como si quisiera mostrarlo, y le dijo al singular par: “¡Caballeros, que tengan ustedes muy buenas noches. Hoy me honra comentarles que mi queridísimo amigo Micifuz —en ese momento apuntó a Fernando con la mano derecha— quiere platicar con usted, señor Fernando”. Enseguida, este bajó de la banca y se sentó a un lado de Micifuz. El hombrecillo pasó de largo junto a Max, el perro chihuahua, y se sentó en una banca que estaba enfrente. Ambos mininos se olfatearo
Fernando y Solovino estaban cenando de los platitos. Por alguna razón, esa noche la señora Gallina tenía insomnio y se hallaba orando en la sala de su casa con la puerta abierta; como las luces estaban apagadas, parecía que no había nadie. De pronto, alcanzó a ver que una silueta con vestido blanco pasaba flotando. Creyendo que era un espíritu, corrió a la ventana para ver con temor de qué se trataba. A Fernando, repentinamente, se le erizó el lomo del susto al sentir detrás de él una presencia muy desagradable. Sin embargo, cuando intentó escapar, se dio cuenta de que ¡estaba paralizado por alguna extraña razón! Por su parte, Solovino sintió un fuerte dolor que lo hizo agachar la cabeza, y su hocico empezó a sangrar; eso evitó que pudiera auxiliar a Fernando, quien permaneció inmóvil por un instante. Mientras tomaba a Fernando entre sus m