Fernando y Solovino estaban cenando de los platitos. Por alguna razón, esa noche la señora Gallina tenía insomnio y se hallaba orando en la sala de su casa con la puerta abierta; como las luces estaban apagadas, parecía que no había nadie. De pronto, alcanzó a ver que una silueta con vestido blanco pasaba flotando. Creyendo que era un espíritu, corrió a la ventana para ver con temor de qué se trataba. A Fernando, repentinamente, se le erizó el lomo del susto al sentir detrás de él una presencia muy desagradable. Sin embargo, cuando intentó escapar, se dio cuenta de que ¡estaba paralizado por alguna extraña razón! Por su parte, Solovino sintió un fuerte dolor que lo hizo agachar la cabeza, y su hocico empezó a sangrar; eso evitó que pudiera auxiliar a Fernando, quien permaneció inmóvil por un instante. Mientras tomaba a Fernando entre sus m
Cierto día, el guacamayo Hipólito día estaba monitoreando. El ave miraba y miraba y escuchaba sin parar, de aquí para allá y de allá para acá, por culpa del mentado plan de “los ojos que todo lo ven“ propuesto por Etelmira para tener el control total de los chismes de la colonia. Hipólito era el encargado de vigilar la tercera parte de la misma, Adriana se encargaba de la segunda y Etelmira de la primera. De esta forma, el peculiar grupo se aseguraba de controlar la mayoría de los chismes del vecindario. Lo hacían para satisfacer su morbosa curiosidad y usarlo en beneficio propio contra los demás, o simplemente para ser las clásicas personas que lo saben todo. Sin importar la razón, estaban dispuestas a arriesgar lo que fuera para irrumpir en la privacidad de sus presas.Normalmente, el ave se posaba en la cima de un viejo árbol que se hallaba en el domicilio marcado
Fernando y Gio visitaban frecuentemente al señor Pedro, el cual se hizo muy buen amigo de la familia. El joven y él tenían muchas cosas en común, como el metal, las motos y los gatos. Gio se dio cuenta de que, a pesar de todo lo que se decía del viejo Pedro y de la señora Gallina, ambos eran excelentes personas. Fernando solía jugar con los tres gatos negros de don Pedro, que se llamaban Asmodeus, Beelzebú y Lucifer; siempre se les podía ver corriendo dentro de la propiedad. Incluso los perros del viejo Pedro, Maximus y Goliath, ignoraban a los mininos y mejor le ladraban a las personas que pasaban caminando por la acera. Aquella noche, estos canes les habían dado una lección a los tres perros del Jungler; su apariencia era temeraria. Gio fue testigo de su habilidad en combate. No obstante, don Pedro insistía en que el comandante del terreno baldío era Caín, su pato. Le contó al
Por otro lado, las muertes de animales en la cuadra seguían. Era normal encontrar al menos dos cadáveres inflados, con la boca llena de espuma, al mes. La gente que presenciaba aquello deducía que habían sido intoxicados, mas nadie conocía quién era el responsable. Ni siquiera Etelmira sabía que la señora Adriana era quien estaba detrás de todo eso. Ella era una experta en el arte de envenenar, era su forma favorita de matar animales de la calle y, para evitar ser descubierta, fingía ignorar el tema cuando lo tocaban y le platicaba al club de la lotería que continuaban saqueando su basura al menos una vez a la semana. Etelmira, al oír su coartada, se encargaba de expandir el chisme. De esta forma seguían culpando a la madre superiora y, gracias a esa jugarreta, ella se protegía; sin duda alguna, era una fórmula perfecta. Cada vez que la señora Adriana veía a Fernand
Caminando por la mitad de una extensa calle que finalizaba en lo que parecía ser un arroyo, iba una muchacha vestida con una blusa verde. Forcejeaba activamente con lo que parecía ser un gatito que llevaba entre los brazos; este clavaba las garras en su blusa y se movía como si estuviera poseído. Como vio que eso no le resultaba, optó por apoyar sus patas contra el pecho de la joven en repetidas ocasiones. Al observar un pequeño rayo de luz para poder zafarse, dio media vuelta sobre sí mismo y se preparó para saltar, pero la muchacha —al conocer sus intenciones— hizo un hábil movimiento con la mano derecha para atrapar por la panza al pequeño minino tricolor, que, al ver su plan frustrado, cambió de jugada nuevamente, y así siguieron hasta llegar casi al final de la calle. Ambos se pararon fuera de una casa pintada totalmente de blanco. Se trataba de una edificación muy grande; el
Las pistas del presunto culpable pusieron de malas a Michi. Su panza gruñó y ella siguió andando lentamente hasta la puerta para maullar por comida. Esa puerta, igual que la delantera, tenía otra puertecilla pequeña para uso de las mascotas. Un minuto más tarde, la gatita oyó unas pisadas que se dirigían hacia ella, retrocedió un par de pasos y, de pronto, la puertecilla comenzó a abrirse, pero se detuvo a la mitad. Branco se asomó por el pequeño hueco, miró con fiereza a Michi, se inclinó un poco sobre las patas delanteras para estar a la altura de la cabeza de ella y empezó a gruñirle. Michi, que tal vez por el hambre estaba más sensible, se agazapó de igual forma y, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre el chihuahua. Este, ante la amenaza, retrocedió dando un salto, pero su cuerpo topó con la puerta y cayó de nalgas en el pi
El gato sucio no le dio tregua a Michi. Tras arrojarla, se abalanzó sobre ella, pero la minina se puso de espaldas sobre el piso y, con las patas traseras, lanzó hacia atrás a su contrincante, que tenía el doble de su tamaño. Dando un giro en el aire, el felino cayó de pie, dándole la espalda a Michi. Esta, tras incorporarse, quedó de espaldas igual que su rival. Entonces ambos saltaron hacia atrás, dando media vuelta, y quedaron frente a frente. Los adversarios se gruñían ferozmente. El gato sucio fue el primero en hacer un movimiento, tirando un zarpazo con la pata derecha. Sin embargo, Michi hizo un hábil resorteo (primero saltó hacia atrás y luego hacia delante) y logró esquivar a su enemigo. A continuación, le dio un tremendo rasguño que abarcó desde la oreja izquierda hasta el ojo, arrancándole parte del pelaje y provocándole una ceguera m
Una cabaña de madera, con varias antenas en el techo, estaba construida encima de un inmenso árbol y acobijada por las gruesas ramas de este. Sobresalía de la bodega, y era normal que los transeúntes se maravillaran al ver este inusual sitio a la lejanía. Por una de las ventanas que daba al terreno baldío se asomaba un hombrecillo con unos extraños binoculares negros que tenían muchos cables y unas luces parpadeantes en la parte superior. Él fue testigo de cómo Michi había impedido que robaran la casa de Cheli. Siguió mirando con gran concentración a los individuos que aún yacían inconscientes en el suelo, mientras se decía a sí mismo: “Bitácora número 838, día jueves 23 de marzo de 2007, 0335 de la madrugada. No se lograron captar cosas paranormales en esta ronda de exploración. De igual manera, no hay rastros de OVNIS en el cielo.
Durante media hora, Michi siguió buscando, desesperada, un método para poder bajar, porque ¡ya casi empezaba el juego de los Príncipes del Norte! De pronto, sintió una mirada acosadora que provenía del árbol de la casa de enfrente. Giró la cabeza y vio a cuatro gatos parados en sus ramas: se trataba de los dos gatonejos y los dos gatos que había vencido unos días antes. A Michi le entró la angustia y clamó por ayuda: “Miau, miau… (Ayuda, ayuda…)”, y así duró unos 10 minutos, hasta que salió una enfurecida vecina de la casa de enfrente y gritó: “¡Condenados gatos, no me dejan ver mi novela! Nada más donde los vea…”. Para buena suerte de Michi, a los primeros que vio fue a los demás gatos. A la mujer se le saltaron varias venas de la frente al descubrirlos. Se acercó a la entrada del porche, donde h