Aquella noche, el clima era muy agradable. Un pequeño viento soplaba suavemente la tierra del patio, formando un pequeño remolino de unos 30 centímetros ante ambas contendientes. Kame seguía acercándose temerariamente y Kiri bufaba como lo hacen los gatos cuando están a punto de pelearse. Al desaparecer la cortina de tierra frente a ellas, inició la batalla. Kame estiró el cuello para morder a Kiri, pero esta le lanzó un zarpazo. La tortuga contrajo el cuello para esquivarlo y avanzó en esa misma posición. Kiri dio un paso al frente e intentó atacar de nuevo; esta vez logró dar en el blanco, mas se dio cuenta de que la piel de Kame era muy gruesa para poder lastimarla de esa forma; necesitaba mayor potencia en sus patas. Entonces, la gatita se abalanzó sobre la tortuga para pescarle la cara, pero ella la ocultó rápidamente dentro de su caparazón. Kiri intentó
Gio regresó del supermercado la tarde de aquel día. Había decidido gastar parte de sus ahorros en comprar las cosas que Fernando utilizaría en su casa: juguetes, una caja de arena, croquetas, etcétera. A su llegada, Fanny estaba en la sala, acostada en el suelo, sosteniendo con la mano izquierda un láser que movía en zigzag para que el pequeño gatito jugara con él. El minino saltaba de aquí para allá y de allá para acá, agazapándose siempre en sus patas delanteras antes de intentar atrapar el haz de luz. Fanny parecía muy entretenida. Al contemplar la escena, Gio se sintió muy feliz y solo grito: “¡Ya llegué!”. Dio un salto con cuidado para no pisar a su hermana y puso todas las compras sobre el sillón más grande de la sala, ubicado del lado izquierdo. Luego se dirigió al sofá reclinable, que estaba en el centro, pisando
Asustado, Gio despertó de golpe y, alumbrando con la lámpara de su celular, distinguió a Fernando moviéndose graciosamente mientras maullaba de dolor. Se levantó de la cama y se dirigió al apagador para prender la luz. Al ver que había muchos puntitos en el piso, dijo: “¡Maldición, hormigas!”. Corrió a cargar al minino y lo puso sobre su cama; le dio pequeñas palmadas, como si estuviera cubierto de polvo, para quitarle las hormigas. Lo hizo un par de veces y luego revisó el cuerpo del gatito; gracias a que él era de color negro y las hormigas rojas, fue fácil removerlas de su pelaje. Entonces, Gio sentó a Fernando en su almohada y, de pronto, exclamó con dolor: “¡Auch!”: una hormiga lo había mordido en el pie. Recargó una mano sobre la cama, dobló la rodilla, hizo la llamada posición “de 4”, rascó su pie con la mano izquierda, levantó la mano, juntó los dedos índice y pulgar para aplastar a su atacante, y dijo: “Iré por insecticida para matar a esas malditas hormigas. No te muevas d
Otras tres cucarachas estaban unos 20 centímetros a la izquierda de las primeras; se movían en círculos, como si fueran pequeños toros mecánicos. Sus cuerpos estaban repletos de hormigas, que poco a poco las iban desmantelando. Sobre la línea de vuelta, el gato alcanzó a ver cómo pequeños grupos de hormigas transportaban a cuatro cadáveres de cucarachas, totalmente desmembrados. Aunque era menor el número de estas, lograron mantener a raya a las hormigas durante el resto de la noche, y con eso evitaron que caminaran por todo el cuarto. Fernando observó, sin parpadear, hasta el final de la batalla, a medio metro de distancia. Contó que las bajas de las cucarachas habían sido 15, y las de las hormigas incontables, porque sus compañeras se llevaban a las heridas. No había duda de que, esa noche, las cucarachas se habían apoderado de las croquetas y la mayor parte del c
Eran las 5 de la mañana. En la cuadra en la que vivía Gio, donde raras veces pasaban carros, una motocicleta con luces de halógeno se iba acercando cada vez más. El sonido del motor era imponente; los pocos transeúntes que iban por las calles se maravillaban o se asustaban ante aquel espectáculo. Unos camioneros que se tomaron un pequeño descanso después de estar descargando productos en el supermercado, se hallaban sentados en la barda que separaba a la colonia del almacén; bebían refresco para aguantar la velada y platicaban maravillados del vehículo y la indumentaria de quien lo conducía, porque no había duda que eso era algo inusual. Uno de los choferes le dijo al otro:—Mario, ¡está con madre la motocicleta! ¿Acaso será una Harli o una Sazuki?—No lo sé, hermano. Solo he visto ese tipo de bellezas en la carreter
Durante la sexta semana, Andy le comentó a Gio en la facultad que Kiri había tenido muchos problemas con su tortuga; no sabía por qué demonios esta la lastimaba. También le contó de la amistad que la gatita tenía con Laika, y que ambas eran como uña y mugre. Andy creía que se iban a llevar mal por aquello de que “los perros y los gatos son enemigos naturales”. Sin embargo, a pesar de esto ellas se llevaban de lujo.Por otro lado, Cheli le dijo en tono triste a Gio que Michi tenía tres días sin llegar a casa. La joven estaba muy preocupada y su agonía era aún mayor cuando mencionaba que podía estar muerta. Añadió que había tenido problemas para acostumbrarse a la minina, pero que al poco tiempo esta se había vuelto mansa; también que los vecinos se quejaban porque sus perros y gatos salían lastimados, y sospechaba que Michi era
Fernando, al oír ese ruido, volteó los ojos de golpe hacia la entrada para ver de qué se trataba; se le pusieron como platos al advertir que ¡una enorme figura salía de aquella puerta y un extraño objeto se dirigía a él a toda velocidad! Se trataba del Jungler, a quien le bastó ver el escenario una milésima de segundo para identificar a su presa y atacarla (eso demostraba la tremenda destreza que tenía como cazador). Instintivamente, el gato se hizo para atrás, pero como el objeto lo había tomado por sorpresa, le dio de lleno en la pata delantera izquierda y eso ocasionó que cayera de espaldas. No obstante, haciendo uso de su agilidad felina, logró girar en el aire y caer sobre sus cuatro patas. Sin embargo, el punzante dolor de su pata herida provocó que flaquearan sus patas traseras y corriera torpemente en dirección opuesta a la casa de Gio. El Jungler recuper&oac
En el domicilio número 305 de la calle Granado había una extraña figura humanoide caminando entre un tupido follaje en la penumbra del porche; apenas medía 1.50 metros de estatura y en la mano izquierda llevaba un bastón para sostenerse. De pronto, empezó a “pensar en voz alta”: “¡Ah, todos los días me duelen las piernas! Me pregunto qué habrá sido ese ruido a esta hora —entonces se acercó y vio a través de unos binoculares que llevaba escondidos en su camisón, aprovechando el abrigo que le confería una mata del jardín para evitar ser vista—. ¡Oh, Cristo redentor! Es don Pancracio. ¿Qué alboroto se trae ahora? —giró los binoculares a la izquierda y vio cuando Fernando se metió debajo del auto que estaba estacionado frente a la casa de la bruja Marta—. ¡Oh, cielo santo! Este chisme está rebueno
En otras historias, Gio habló con Andy; tenía rato que no platicaban. Esta le comentó que Kiri había desaparecido hacía un par de semanas, pero Cheli le informó que la minina apareció en su casa como por arte de magia. Sin embargo, Andy se compadeció de su amiga al saber que Michi había pasado a mejor vida unos días antes de la desaparición de Kiri y cómo la había afectado eso. Sin comentarle nada de lo que pensaba, puso la excusa de que en su casa ya no querían a los gatos y que era mejor que ella cuidara a Kiri; añadió la condición de que le permitiera visitar a la gatita cada vez que tuviera algo de tiempo libre. Primero, Cheli cuestionó esa decisión, mas Andy le contó historias persuasivas hasta que la convenció. Desde entonces, Kiri se fue a vivir con Cheli.Un día, la mamá de Gio se topó con Etelmira, ali