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Capítulo 5 Juguemos señorita Araujo

Me despierto al sentir una patada en mi estómago, que me ha dejado sin aire, joder como me duele, a mi lado está Federica y a su lado Arnaldo, como que no he asimilado bien lo que estoy viendo que vuelvo a ver. Pero… pero… si hemos dormido los tres en la misma cama, la tortícolis que va tener mi amigo va ser monumental, si su cabeza está colgando de la cama. 

Uy… que feo que me expresado. 

Ya va… detengo mi mirada en sus vestimentas, pero, pero y vuelvo a decir, pero si estos dos están desnudos. 

¿QUE ES ESTO? ¿Se han liado conmigo durmiendo?

Si serán guarros, los dos. Me paro de la cama y voy a la nevera, necesito urgentemente un juguito de naranja. Me siento y apoyo las manos en la isla, resaca no tengo, no siento que la cabeza me vaya a estallar, pero confusión, sí, mucha. Primero ¿cómo es que he llegado a mi departamento? Segundo, ¿Cómo es que no escuché los gemidos de esos dos guarros? Y tercero ¿CÓMO DEMONIOS SE LES OCURRE ACOSTARSE EN MI CAMA?

Los mataré, los enterraré y no dejaré evidencias. 

No doy crédito a la situación, parece de telenovelas, bostezo y me pongo hacer el desayuno, seguro necesitarán provisiones, para lo que vendrá después que peguen el grito en el cielo cuando se encuentren desnudos en mi cuarto y en mí cama. Es pensar en eso y escucho el grito de Federica, voy a mi cuarto antes que se convierta en un campo de batalla. 

—ARNALDO MATA ¿QUÉ SIGNIFICA ESTO? ¿QUÉ HACES DESNUDO EN LA CAMA DE LUCIANA? ¿POR QUÉ ESTAMOS ASÍ? —grita como una posesa, Dios, mi tímpano.  

—Será porque jugaron a la mamá y el papá —digo sarcásticamente—. Ni que fueras mojigata, para sumar uno más uno, que claramente da dos y un tres en el medio de ustedes dos sinvergüenzas. 

La cara de ambos es un poema, mi indignación baja a cero al ver ambas caras de arrepentimiento, oh, oh, como que vienen las lamentaciones. 

—Luci discúlpanos, la hemos cagado hasta el fondo Federica, ¿Cómo pudimos hacer esto?  Y con Luciana a nuestro lado —mi amigo da vueltas por toda la habitación agarrándose los cabellos, y se les ha olvidado un pequeñísimo detalle, aunque no es para nada pequeño viniendo de Arnaldo,  ambos siguen desnudos. 

—Joder Federica ya veo por qué Naldo te trae babeando, bien guardadito que te lo tenías picarona —digo con guasa, ambos quedan estupefactos y después la rubia chilla para que Arnaldo tape su miembro, vaya que tiene un buen amigote—. Mi niño pero no te tapes que yo también quiero deleitarme con tu masculinidad —comento mientras río a carcajadas. 

—No te pases de lista Luciana, que yo no fui la que llegó al orgasmo pensando que sus dedos eran el pene del doctor bonito —me espanto, pero ¿qué está diciendo ésta? De seguro quiere jugarme una broma porque los he pillado—. ¿Por qué no sigues riendo guapa? 

—Federica, no te pases —le dice mi amigo al ver mi cara—.  Luciana estaba muy ebria para saber lo que hacía. 

Pero… pero… joder (como diría mi adorada Judith) perdí la cuenta de cuántos peros he dicho en menos de una hora. 

— ¿QUÉ YO QUÉ? —grité sin importarme si todo el edificio me escuchaba. 

—Tranquila cariño que Arnaldito y yo te hemos traído al cuarto al ver que ya estabas satisfecha —sonríe la muy descarada. 

—Se van los dos de mi departamento ¡YA! No los quiere ni ver —vuelvo a gritar— que me quiero morir, que estas cosas no pasan en la vida real. ¿A qué estoy soñando? 

Me doy tremendo pellizco que hasta me he hecho un morado y no, no estoy soñando, pero ¿cómo le voy a ver la cara Arnaldo sin acordarme que lo he visto desnudo, y peor aún que me ha visto masturbándome? Lloraré y comeré helado hasta hartarme, en definitiva, eso haré. 

Para la  una de la tarde estoy más tranquila, después de una plática por más de dos horas con mis amigos. Acordamos en que jamás en la vida mencionaríamos algo al respecto, es más nos haríamos de cuentas que nunca pasó, nada de nada. Sin duda ayer fue un día pesadito.

El domingo estoy de lo más relajada tomando sol en la piscina del edificio mientras termino de leer uno de los tantos libros de Megan Maxwell, Pídeme lo que quieras, Diosito lindo como quiero mi Bjorn Hoffman, que hombre más divino, y está soltero, solito para mí. Todos los libros de la española me han atrapado, en particular este, tal vez es por el contenido adulto que en ellos hay, sé que existen esos tipos de clubes aquí, aunque lo tengan tapado por todo el revuelo que eso representa, muchos lo consideran como una depravación, nunca lo he experimentado… en fin, cada quien es capaz de llevar su vida como mejor le plazca. 

Cada persona es autosuficiente para decidir lo que le parece y lo que no, admito que cuando empecé a leerlo me quedé perpleja, ¿cómo pueden permitir que otros toquen a sus mujeres de esa manera? Y ojo que no es machismo, hasta que poco a poco fui entendiéndole, muchas parejas disfrutan así y nadie puede criticarle ni juzgarle lo que hacen en su intimidad. 

Adoro tanto mi Jud y sus peleas con Iceman. 

—Leyendo cositas subidas de tono ¿quién lo pensaría? —Esto es una broma, seguro que sí—. La angelical y dulce Luciana Araujo leyendo libros eróticos al aire libre ¿quién se lo imaginaría? 

¿Por qué diosito? ¿Es que te encanta torturarme con este hombre? ¿Por qué no otro más guapetón?

¿Qué más guapo Luciana? si todas en la clínica babean por él, incluida tú, zanahoria

—Vaya, estoy pensando seriamente que tiene tendencias de acosador doctor La Cruz, ¿qué pensarán sus padres al saberlo? —suelto con mucha inocencia. 

—Juguemos señorita Araujo ¿o me tiene miedo? —indaga coquetamente, no voy a caer en sus encantos, no voy a caer y no voy a caer. 

—Para jugar se necesitan por lo menos dos personas —sonrío con picardía mientras le clavo mi mirada— y yo, Juan La Cruz no estoy dispuesta a jugar. 

Me levanto, cierro el libro, lo acomodo entre mis cosas, desato mi cabello, camino a la piscina contoneando mis caderas y doy un clavado perfecto, al salir a la superficie lo miro y me rio, no da crédito a lo que acabo de hacerle, escucho a mis espaldas. 

—Juan has venido a vigilarme no ha buscar una mujer con que pasar la noche —gruñe una vocecita que reconozco, volteo y sí, es la hermana menor—. ¡Luciana! 

A partir de ese momento la hija menor de los doctores La Cruz no me deja ni respirar un rato, veo que la intensidad es cosa de hermanos. No entiendo para qué la mandaron a custodiar con el hermano si ella tiene diecisiete años, dentro de poco tendrá 18 años y no podrán impedirle que tenga un novio, observo al doctor bonito gruñir, celos de hermano. 

A las seis de la tarde todos se van y yo me quedo todavía en el área de la piscina, ya solo van quedando alguna que otra parejita, las amigas de Giovanna, viven dos pisos más arriba que yo, que vivo en el cuarto, vaya casualidad… 

A las siete el ambiente se hace más íntimo y de reojo observo como una pareja se tocan mientras la otra pareja los observa, el hombre le susurra cosas a su mujer en el oído, seguramente cosas muy excitantes para que ésta ponga cara de satisfacción, siento que estoy atrapada en las narraciones de Megan Maxwell. Me pone el ver como se miran con tantas ganas, a eso de las siete y media las parejas salen y sin duda pasaran una noche colosal mientras yo dormiré para ir mañana a trabajar. 

—Eso que deseas lo puedes tener esta noche, si aceptas estar conmigo —brinco del susto, ¿cómo se acercó? Ni he sentido sus pasos. 

—Doctor La Cruz lo de usted en serio me está aterrorizando, ¿por qué me persigue? Si yo no quiero nada con usted. 

—Te vi Luciana, vi como tus ojos se paseaban por el cuerpo de ambas parejas ¿y sabes? —preguntó—. Leí en tus ojos anhelo. ¿Por qué mejor no subimos y nos dejamos llevar?

Y estaba dispuesta a decir que no, y le iba a cantar sus cuatro cositas bien dichas al doctorcito, pero a último momento el deseo me pudo y subimos. 

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